En plena campaña por la diputación federal
El presunto narco Carlos Herrera

• En la comida de la unidad campesina

Por Valentín Cardona
Febrero de 2003

Sábado 7 de diciembre de 2002, en Gómez Palcio, Durango:
15 minutos bastaron al exalcalde de esta ciudad para convivir con el sector campesino de La Laguna de Durango; efímeros instantes de convivencia con motivo de la época navideña “porque los campesinos pobres también merecen su posada”, como él mismo lo dijo.
A las dos quince de la tarde apareció frente a las puertas del local de la Expo Feria Gómez Palacio la diminuta figura de quien sin tapujos declara que en esta ciudad no se mueve una hoja sin su consentimiento.
Rodeado por poco más de 20 personas, “el cacique” Carlos Herrera Araluce camina sereno al estrado, y desde ahí pronuncia un discurso sin sustancia y muy breve.
Quienes lo escuchan son en su generalidad campesinos de los ejidos de este municipio, que se vieron rebasados en número por habitantes de las colonias marginales y populares de la ciudad, pese a que se presumía que a la llamada “comida de la unidad campesina”, arribarían jornaleros de Gómez Palacio, Tlahualilo, Mapimí y Villa Hidalgo, todos municipios Laguneros duranguenses, pero además pertenecientes al Distrito Electoral Federal 02.

Los pocos dirigentes agrarios que están en la comilona se ven casi escondidos. Lejos de las mesas de los convidados, se ve a Conrado Antúnez, dirigente de la clase campesina del municipio de Lerdo, más allá de él, no asoma nadie.
De hecho, se trata de un evento coordinado por funcionarios municipales “para desagraviar” la persona de Carlos Herrera, recientemente señalado en el semanario Proceso como presunto narcotraficante.
Los funcionarios municipales se ven nerviosos, caminan de un lugar a otro con frenesí, tal vez porque los dos mil asistentes comprometidos a la comida no llegan, y decenas de mesas vacías son mudos testigos del disminuido poder de convocatoria del cacique “involuntario” de este municipio.
Agrupados frente al estrado, unos 800 campesinos y habitantes de las colonias populares dejan evidencia de la holladura que la imagen de Carlos Herrera ahora tiene; parece que de nada le sirvió el manto protector que el gobernador de Durango, Ángel Sergio Guerrero Mier, le extendió con sendas declaraciones en los medios descalificando al semanario.
“Para este grupo que ha compartido el poder con alcaldes y gobernadores, convocar a dos mil personas, en otros tiempos, era casi un juego”, dice mi acompañante mientras miramos las tres cuartas partes del enorme local donde se desarrolla el evento prácticamente vacías.
Quiérase o no, los tiempos políticos no están como para respaldar al exalcalde, quien tronó contra la revista Proceso y el reportero Ricardo Ravelo en notorias ruedas de prensa.
Por lo pronto las clases sociales de este municipio dicen que Carlos Herrera al igual que el secretario de gobierno de Coahuila, Raúl Sifuentes Guerrero, caerán de su actual posición política, a raíz de los cada vez más frecuentes señalamientos de sus presuntas ligas con el narcotráfico.
Gente de la CNOP local, comandada por el humillado Francisco de Santiago -por Carlos Herrera-, popularmente conocido como “El Tachis”, intentan en un último esfuerzo arrimar gente de las colonias aledañas al evento, como lo hicieron durante toda la mañana en las colonias Francisco Zarco, el Refugio y Cinco de Mayo, entre otras.
Impacientes, los más de sesenta meseros distribuidos en las cuatro esquinas del local de casi cuatro mil metros cuadrados, aguantan estoicos las exigencias de los asistentes para que sirvan ya los platillos.
Un menú conformado por arroz, asado, nopales, chicharrón en salsa verde y frijoles, hierven en los peroles a la espera de ser consumidos por los depauperados asistentes a la dichosa comida de la unidad campesina.
Nada para el nerviosismo del séquito de Carlos Herrera, todos, caminan sin principio ni fin, sin futuro, pues. Saben que el mitin convertido en comida “para responder a los ataques de un medio nacional utilizado por Ismael Hernández Deras” -senador por Durango y desde ahora aspirante a la gubernatura-, es muy rabón en asistencia.

En la puerta de acceso se da la orden de repartir dos y tres boletos para “la rifa” a cada uno de los escasos concurrentes; la secretaria del síndico municipal es la responsable de hacerlo. Su jefe inmediato, Manuel Solís Vázquez, enfundado en pantalón y chamarra de mezclilla, de botas vaqueras y sombrero de lana, atiende sin pestañear las órdenes de Sergio Uribe.
Sergio Uribe es el jefe operativo de la familia Herrera Ale desde hace seis años; a la vez es el jefe de Comunicación Social, secretario particular y asesor de la alcaldesa de Gómez Palacio, Juana Leticia Herrera, hija de Carlos Herrera Araluce.
Fugaces 15 minutos evidenciaron el declive de este hombre, que desde principios de los años setenta, es señalado por la voz popular como presunto narcotraficante. Luego del gris discurso, emprendió la retirada más que contrariado del área de exposiciones de la Expoferia Gómez Palacio, cuyo funcionamiento, por cierto, está a cargo de su yerno Gerardo Lozano, esposo de la alcaldesa Juana Leticia Navarro.
Custodiado por una veintena de hombres, el “cacique involuntario” escuchaba también al desgañitado conductor de ceremonias, quien gritaba que el número 004 había resultado premiado con un televisor marca Lexus, con valor de dos mil 700 pesos.
La realidad, la cruda realidad sentenció tan fuerte a Carlos Herrera, que las inserciones pagadas en los medios locales de nada sirvieron, pero si evidenciaron el nivel político e ideológico que mantiene las fuerza de este personaje.
Un ejemplo: “nos solidarizamos plenamente con su digna postura de no permitir ataques bajos e indignos, vengan de donde vengan, sólo por la calidad indiscutible de empresario triunfador, político serio y firme y ciudadano enamorado de su tierra natal.
Que bueno que no le pegaron a un manco, ni fueron lejos por la respuesta, porque su indiscutible trayectoria política y aspiración legítima, no puede ser borrada de un plumazo…”, se puede leer en una inserción pagada por el consejo directivo, la sociedad de accionistas y la planta laboral de “carnes la Costeña, S.A. de C.V.”
Lo cierto es que en Gómez Palacio, Durango y en toda la Comarca Lagunera, se habla del fin del “clan” de Carlos Herrera Araluce y la declive de Raúl Sifuentes Guerrero, el secretario de gobierno de Coahuila “protegido” del gobernador Enrique Martínez y Martínez.

 

Publicado con autorización de la Revisa Demócrata Norte de México.

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