de Fernando Eimbcke

por Arturo Garmendia


El año 2004 en México estuvo dominado, cinematográficamente hablando, por Temporada de Patos, ópera prima de Fernando Eimbcke: Tuvo una buena acogida en el Festival de Cannes y aquí cosechó once Arieles, incluidos los correspondientes a mejor película y mejor director, gracias a tres características fundamentales: sencillez, honestidad y claridad en la exposición.

Dentro de un enfoque minimalista narra una pequeña anécdota: En ausencia de sus padres Flama (Daniel Miranda) y Moko (Diego Cataño), jóvenes catorceañeros, se disponen a pasar solos, en el departamento del primero, unfin de semana apenas animado por videojuegos, pizzas y coca – cola. Su propósito se verá interferido por una chica vecina, Rita (Danny Perea), que les pide permiso de usar su cocina para preparar un pastel, pues su horno se ha averiado y es día de su cumpleaños; por unrepartidor de pizzas, Ulises (Enrique Arreola), que llega tarde a la entrega y con quien entablan un interminable regateo para decidir si deben pagar o no, y finalmente por un apagón de luz.

La acción inicia un sábado a las once de la mañana;concluye a las 8 a. m. del día siguiente y se desarrolla casi exclusivamente en un departamento de clase media, en la deteriorada Unidad Habitacional de Tlatelolco de triste memoria, que aquí no admite evocación. El transcurrir del tiempo se convierte así en uno de los temas claves de la película, tal y como ocurría,hace más de treinta años, en las cintas independientesLa hora de los niños y Familiaridades, ambas filmadas 1970 por los entonces realizadores debutantes Arturo Ripstein y Felipe Cazals, respectivamente.

Como en el primer filme mencionado (que refería exclusivamente la vigilia de un payaso, contratado para cuidar el sueño de un niño mientras sus padres salían a pasar la velada fuera de casa) la espera es la acción privilegiada por la narración: los menores esperan convencer al repartidor de dejarlos comerse la pizza gratis; el repartidor espera que le paguen, la vecina espera que se horneen sus pasteles, ya que los va echando a perder uno tras otro; y finalmente todos esperan a que se restablezca el servicio de energía eléctrica. Pero a diferencia de La hora de los niños la cinta de Eimbecke si admite la inclusión de personajes y un juego dramático.

De hecho, cada protagonista tiene oportunidad de mostrar sus problemas personales: Flama, preocupado por el inminente divorcio de sus padres, piensa que tal hecho disminuirá aún más la escasa atención que le prestan; y por si eso fuera poco descubre que su cabello rojo tal vez señale alguna infidelidad materna. Moko siente despertar su sexualidad gracias a los avances de Rita, la vecina, pero no está seguro de sus preferencias. Ulises es un pobre diablo, de estudios frustrados, que pese a de sus aspiraciones de irse a provincia a ejercer como veterinario difícilmente podrá remontar su condición; y Rita evidencia su soledad cuando descubrimos que su afán de hacer pasteles se debe a que no quiere que su cumpleaños pase desapercibido y no tiene con quien celebrar el evento.

Aún así, este “archipiélago de soledades” tiene oportunidad de reunirse ante uncuadro que representa una escena lacustre poblada por patos para compartir un pastel aderezado con marihuana, loque les permite disfrutar de breves momentos de epifanía, en realidad los únicos de esta singular película que erróneamente ha sido catalogada como comedia cuando en realidad tiene las características de una “pieza”, en el sentido en que Chéjov usaba el término: “la vida de cada día, que a todos es accesible y nadie entiende en su ironía cruel”; es decir, una comedia en la superficie pero con un sustrato melancólico que no llega a rasgar la delgada capa de humor que envuelve toda la trama.

Hubo quien se sintió defraudado por no encontrar un ritmo de comedia más sostenido, y habló entonces de tedio y aburrimiento, pero bien mirado el asunto el caso es que el director no pretendía que nos burláramos del comportamiento y las circunstancias de estos pobres náufragos urbanos, sino más bien que apreciáramos, dentro de ciertos límites, las pasajeras dolencias de la adolescencia, de las que nadie sale indemne, en contraste con las de un pobre diablo, esas sí irremediables.

Esta precisión en el tono de la cintaestablece también una diferencia con Familiaridades, de Cazals, a la que aludíamos como antecedente de Temporada de patosal inicio de esta nota. Familiaridades también construye una situación anómala en un departamento de clase media, donde Bety, que se prepara para salir, recibe la visita de un vendedor tan insistente que prolonga su estancia en la habitación todo el día para concluir con la pareja borracha y comprometida. El problema es que aquí los personajes no eran creíbles y las situaciones en ocasiones se alejaban de la realidad (como la aparición de una mujer enferma en una silla de ruedas, sin justificación o sentido alguno), mientras la película de Eimbcke se encausa dentro del más riguroso realismo.

Vale la pena añadir que una cualidad que ambas cintas comparten es la solvencia técnica con que están realizadas. En el caso de Temporada… es notable el manejo del espacio, que gracias a la ubicación de la cámara en sitios inusuales (el interior de la alacena, del horno, del refrigerador y hasta de la televisión) diversifica perspectivas y resta monotonía a la única locación utilizada. Qué grado de influencia recibió Eimbecke de Felipe Cazals, el director de Familiaridades a quien se acredita como asesor de la cinta: imposible saberlo. En cualquier caso, es evidente que sus consejos fueron bien aprovechados.

 La buena fotografía de Alexis Zabé, la ambientación de Diana Quiroz y la música de Alejandro Rosso contribuyen al buen éxito de la empresa, si bien hay que mencionar que detalles como el construir bloques temporales con base en fundidos a negro no agregan nada a la cinta y si llegan a impacientar en su reiteración. Pero lo que hay que destacar, sobre todo, es la revelación de un joven director mexicano, que empieza su carrera con el pie derecho; y que el cine de vanguardia de hace más de treinta añostodavía representa una alternativa viable para las nuevas generaciones.

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