Por Katherine Aguirre
Twitter: @kath_af
Recuerdo que aquel día fuimos al café de la esquina y hacía ese molesto calor particular de principios de julio, así que decidiste que era mejor idea sentarnos adentro donde estuviéramos en total comodidad sintiendo el frío del aire acondicionado.
Era un café particularmente hermoso que solíamos frecuentar muy a menudo, sus muebles eran de madera pero no antiguos, las paredes tenían colores cálidos con cuadros que resaltaban sobre ellas y en cada mesita había una pequeña lámpara de luz amarilla que caía del techo, no era muy grande el lugar, pero tenía una calidez hogareña que te invadía desde el momento en que entrabas en él.
Pediste un té helado como de costumbre y yo un café grande con crema, nos sentamos alejados de la gente y nos quedamos en silencio tratando de escapar de la ruptura inminente que se avecinaba.
Nos amábamos desde el día que nos conocimos, teníamos esa extraña conexión que a las personas les cuesta tanto encontrar y que muchos románticos llaman ¨amor a primera vista¨, pero ese amor no podía seguir combatiendo todas las tormentas que creábamos en contra de nosotros mismos desde hacía un tiempo, habíamos cambiado y ambos lo sabíamos. Peleábamos por tonterías y nos quejábamos de vivir encerrados en la misma costumbre que nos hacía cada día alejarnos más y buscar salida en otras personas. Éramos el uno para el otro, pero estábamos extinguiéndonos en cada beso que dejábamos de darnos.
Pasaron unos interminables 15 minutos hasta que decidiste hablar tú primero porque yo no quería ser la que iniciara el tema; una parte de mi guardaba la esperanza de que todo cobrara color de nuevo, pero no fue así.
—El culpable es el tiempo—esas fueron las palabras que utilizaste para acabar con el silencio y con nosotros.
Tuvimos una larga conversación a partir de ellas, pero no la recuerdo, mi mente se quedo inmersa en aquella frase y en el café frío que dejé por la mitad.
Con el pasar de las semanas me di cuenta no podía olvidar ese fragmento de la historia porque me parecía injusto culpar al tiempo de algo donde él no tuvo nada que ver, nosotros fuimos los únicos que sentenciamos ese final.
¿Cuántas veces no hicimos algo que sabíamos que estaba mal? Pero que igual seguíamos haciendo sin pararnos a pensar en las consecuencias que podía traernos.
Éramos demasiado jóvenes, no supimos manejar todo lo que teníamos, hicimos que el tiempo jugara en nuestra contra, pero nunca nos declaramos culpables de ello. Supongo que vivir con el peso de haber asesinado un amor sin saberlo era demasiado para nosotros.
Y como sentencia por haber usado su nombre en vano, el tiempo nos dejo el trago amargo de nunca poder olvidarnos.