De la Redacción
 Estimado Lector:
 El pasado 3 de abril se desarrolló en la Casa Lamm un interesante Panel llamado “Las próximas elecciones de julio y sus  posibles escenarios”. Dada la importancia del tema, Imagen Médica escogió  para usted la ponencia de la doctora Martha Singer, profesora de la Facultad de  Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que a continuación se transcribe  íntegra.
Martha Singer S.
              Casa  Lamm, 3 de  abril de 2006
Entiendo que este panel tiene como  propósito que reflexionemos sobre el desenlace del proceso electoral, pensando  en los escenarios que pudieran presentarse tras la jornada del próximo 2 de  julio. 
          Ciertamente el proceso electoral que  ahora vivimos no es como en otros tiempos, de resultados previsibles. Algunos  analistas consideran que esta característica es natural expresión de  condiciones democráticas, esto es, que bajo condiciones democráticas no puede  anticiparse quién será el ganador. Y si bien es cierto que no puede anticiparse  quien es el ganador, no obstante, considero que aún estamos lejos de tener un  proceso plenamente democrático. 
          A lo largo del proceso que se  anticipó por varios años al tiempo legal de las campañas, es posible observar  múltiples evidencias que han mostrado las debilidades de nuestra incipiente democracia.  Entre estas evidencias podemos mencionar los cuestionamientos al proceso de  conformación del órgano regulador, el IFE y a la imparcialidad de los  consejeros que lo integran; el proceso de desafuero a López Obrador o las  constantes llamadas de atención al presidente Fox por su intervención a favor  del candidato del PAN. 
          Igualmente cabría mencionar los  pendientes de la norma electoral en materia de financiamiento de las campañas,  la regulación de las precampañas, la regulación sobre la publicidad y  propaganda electoral, etc. Y por otra parte, aquellos que tienen que ver con  los procesos internos de los partidos en la selección de candidatos, tanto a la  presidencia, como al Congreso de la Unión, a los que prácticamente ningún  partido escapa. 
          Así, cabe recordar muy brevemente,  los conflictos intra PRI en la designación de Madrazo y de los candidatos a  diputados y senadores, que han provocado anuncios de rupturas y “fuga de  priístas”, primero hacia el partido alterno organizado por Elba Ester Gordillo  y luego hacia las filas de López Obrador, generando a la vez divisiones entre  la izquierda lopezobradorista. O bien, el debate y enfrentamiento que suscitó  el interés de Martha Sahagún por ocupar la candidatura a la presidencia, y  después la confrontación Creel-Calderón-Fox, que ha dado lugar a que una  dirigencia partidista adversa a Felipe Calderón, conduzca su propia campaña. De  igual manera, no pudo evitarse el conflicto de intereses en el nuevo partido  Alternativa Socialdemócrata confrontado a su ala campesina –Patricia Mercado  vs. Dr. Simi- .
          Y si bien algunos de estos escollos  y otros que por razones de tiempo omitimos mencionar, se han intentado mitigar  o resolver en el camino, propiciando que el proceso siga adelante, han puesto  de manifiesto un proceso electoral centrado en el terreno de los conflictos en  la clase política que deja en un segundo plano o incluso al margen a la  ciudadanía.
          En este sentido, La Otra Campaña, ha  dejado el testimonio de dos polos que no convergen: la esfera de los políticos  por una parte y los ciudadanos e identidades colectivas, por otra, que ensayan  vías alternas para hacer política.
          En este contexto, es muy probable que la jornada electoral  registre, en efecto, un muy elevado abstencionismo, repitiendo las  tendencias que se han observado en los procesos electorales que han tenido  lugar a lo largo del sexenio para renovar gubernaturas, congresos locales,  poderes municipales y en las elecciones intermedias de diputados federales. El  alejamiento de los ciudadanos de las urnas es una realidad que ciertamente se  manifiesta también en otras partes del mundo, sin embargo, en nuestro país, no  significa que la ciudadanía carezca de interés por la política.
          Es precisamente ese alejamiento de  los ciudadanos de las urnas, lo que puede convertirse en un déficit en la  legitimidad del candidato triunfante y efectivamente en el gran reto a  enfrentar durante y después de las campañas.
          Podría considerarse, de hecho, que  en buena medida el número de votantes o el tamaño de la abstención, puede  definir la viabilidad de que la jornada  electoral derive en la confrontación o bien en el claro triunfo de alguno de  los contendientes. Mientras que con alta presencia de ciudadanos en las  urnas el resultado de las votaciones difícilmente puede ser de escasa  diferencia a favor del ganador, brindando credibilidad al proceso, por el  contrario, es más probable que con pocos votantes, los resultados sean muy  competidos y controvertidos.
          Si bien no existen evidencias de que  las tendencias de alto abstencionismo puedan revertirse, siendo parte de  cualquier escenario, no obstante, podría considerarse la posibilidad de que  dada la alta polarización de la  contienda, pueda organizarse la amplia movilización ciudadana en torno a López  Obrador, que ya amenazó con hacerse presente para evitar el desafuero y se  traduzca en una amplia diferencia de votos a su favor. Es decir, que si la  polarización de la contienda se profundiza, podría ser altamente probable que  la convocatoria de AMLO a las urnas sea atendida por un mayor número de  votantes. 
          Cabe señalar que entiendo esta  polarización en la contienda como el resultado de las estrategias de campaña de  Roberto Madrazo y Felipe Calderón, que con el franco apoyo de los medios,  especialmente, radio, televisión y ahora de manera novedosa mediante correos  electrónicos que circulan profusamente por Internet, distorsionan la realidad  buscando alimentar la idea de que en efecto, López Obrador es un peligro para  el país. 
          En  este contexto, un primer escenario lo conformaría una hipotética jornada  electoral de alta concurrencia de votantes dando el triunfo a López Obrador con  una muy alta ventaja sobre los demás candidatos.
          Un  segundo escenario, quizá el menos probable pero el más grave, conjugaría una  muy alta abstención acompañada de cuestionamiento a la validez de los  resultados de la jornada electoral. 
          Mientras que hasta el 2000 las  contiendas electorales giraron en torno al candidato priísta (del partido en el  poder), siguiendo las pautas trazadas por el, hoy, sin PRI en el poder  ejecutivo y con un poder ejecutivo en tensión con su candidato, López Obrador  se ha constituido como el elemento articulador. Ha sido él quien ha marcado el tempo de la contienda.
          A la fecha, el desarrollo de la  contienda gira en torno a la percepción de que López Obrador es el eventual  ganador. Mientras que su estrategia lo ha colocado por encima de los otros  candidatos, en un debate en el que ellos no forman parte, su campaña se dirige  a potenciales electores, a sumar adherentes –que paradójicamente lo identifican  más con el así llamado priismo progresista, que con lo que podría llamarse la  izquierda radical (con la que quieren identificarlo sus adversarios)-, por otra  parte, las campañas de Felipe Calderón y Roberto Madrazo, procuran ubicarse  como interlocutores de AMLO, impugnadores, a la zaga no solo en  las encuestas sino también en la agenda que  AMLO va construyendo, adelantándose a ellos.
          Esta situación ha dado lugar a que  en el contexto de una contienda altamente polarizada, confluyan en el intento  por frenar a López Obrador a toda costa, tanto candidatos como el propio jefe  del Ejecutivo Federal, buscando colocar la elección fuera de las urnas, es  decir decidiendo el resultado antes de que los votantes ejerzan su derecho.
          Después de reestructurar el equipo  de campaña para intentar posicionar a Felipe Calderón, sus nuevos estrategas  han decidido construir la idea de que el candidato puede alcanzar el primer  lugar en las encuestas y luego ganar en las urnas. La última encuesta de GEA-ISA  motivó sorpresa y poca credibilidad, exagerando un crecimiento inusitado e  inesperado a favor de Calderón.
          La apuesta desde esta perspectiva,  parece estar fincada en apelar nuevamente al voto del miedo, como factor que  desate la derrota de López Obrador con una diferencia amplia de votos. La  estrategia mediática que han desplegado Vicente Fox y Felipe Calderón, también  ha sido empleada por Roberto Madrazo, quien ha recurrido en sus discursos a la  descalificación de López Obrador para distanciarse de Calderón, nutriendo la  idea del peligro que representa. 
          Desde esta lógica, este segundo  escenario posible, podría derivar en el cuestionamiento de los resultados  oficiales y como en otras ocasiones dar la última palabra al poder judicial,  acrecentando aún más la brecha entre electores y “representantes populares”.
          El escalamiento de las tensiones que  genera la premura del presidente Fox por cumplir antes de abandonar el cargo  con los compromisos que adquirió con los grupos de poder desde su campaña, como  lo ejemplifica la reciente aprobación de las leyes de telecomunicaciones y de  radio y televisión, pueden abonar en esta dirección. De seguirse acumulando los  agravios a la sociedad –a lo largo de los todavía más de 90 días de campañas-  con el fin de evitar a toda costa el triunfo de AMLO, este escenario tendría un  desenlace previsible de enfrentamiento y retroceso en el camino recorrido hacia  la democracia.  
          
          ¿Cómo  sería un tercer escenario en el que AMLO fuera el ganador?  
          En este proceso electoral se juega no  solamente quien será el próximo presidente de la República sino también con que  fuerza habrá de gobernar.
          A diferencia de otros procesos de  sucesión presidencial en los que el presidente saliente aceptaba asumir los  costos de decisiones que operarían a favor de su sucesor, en esta ocasión, las  decisiones de último minuto auguran un próximo sexenio que lejos de iniciar con  una base favorable –como lo fue el llamado bono democrático que escurrió entre  las manos de Fox- anuncian conflictos que ocuparán necesariamente la atención  del próximo presidente. 
          A ello habría que sumar que buena  parte de las decisiones adoptadas de último minuto tienen como finalidad  asegurar no solamente la continuidad de las políticas diseñadas hace más de  veinte años, sino peor aún, la continuación del periodo foxista a través de  prerrogativas transexenales (entre las que ya se cuentan nombramientos de  funcionarios y atribuciones del actual presidente para diseñar el presupuesto  del próximo primer año del nuevo gobierno).
          Igualmente, otro ingrediente del  contexto adverso en que se desempeñaría, se encuentra la fuerza creciente de  los gobernadores de los estados, en su mayoría priísta, que se extiende más  allá de la vida local, también a través de los puestos que están en juego en el  Senado y de diputados federales.
          Es poco probable que AMLO acompañe  su eventual triunfo con una mayoría en el Congreso de la Unión a su favor. El  desprestigio del Congreso además, muy probablemente alejará a los ciudadanos de  las urnas. Más aún, cuando las listas de candidatos se han construido a partir  de negociaciones individuales y de compromisos con intereses particulares que  también resultan en motivo para ahondar la brecha entre el espacio para la  representación y los representados.   Entre quienes acompañan a López Obrador como candidatos a diputados y  senadores, se encuentran no solamente políticos de poco prestigio, sino sobre  todo personajes que han dado la espalda a movimientos sociales que hoy se  intenta sumar a la Alianza por el Bien de Todos. Tal es el caso por ejemplo, de  Vega Galina, que como otros brinca del PRI al PRD después de ser un agente  nodal en la negociación del contrato colectivo de trabajo del IMSS contrario a  los intereses de la mayoría de ese sindicato.
          Esos acuerdos y compromisos con los  que se espera garantizar un mayor número de votos, podrían tener un efecto  inverso y tener como mayor costo, la dificultad para gobernar con una sólida  base social de apoyo, imprescindible si de lo que se trata es justamente de  cambiar el rumbo del país en un contexto internacional adverso.