Por Yovana Alamilla
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@yovainila

 

Me voy porque ya no hay vuelta atrás, porque debo hacerlo, porque es lo correcto, porque así estaba escrito.

Me voy caminando en la dirección opuesta a usted, repitiendo mil veces entre dientes que es lo mejor y repitiéndolo otras mil veces para mis adentros, porque quizás así sí crea que es el final, porque quizás así duela menos.

Me voy con las heridas abiertas y con los ojos cerrados para no voltear hacia atrás, porque tengo miedo de convertirme en estatua de sal; porque mentí diciéndole que todo estaría bien; porque no podría ver sus ojos tristes, su sonrisa perfecta, su barba de tres días y no morir de ganas de retroceder.

Me voy porque quiero quedarme con lo bueno, porque no quiero estar aquí cuando los recuerdos malos sean más que los buenos, porque admitir que fue por nuestras propias manos que todo se desvirtuó es más difícil de lo que se piensa, y también duele más.

Me voy porque como escribió Sabina, «el amor cuando no muere mata», y esto nos va a matar a los dos.

Me voy porque usted debe estar sin mí, y yo sin usted; porque nos hacemos más mal que bien y mire que nos hacíamos mucho bien.

Me voy porque usted no me necesita, porque ninguna persona tiene la necesidad de quedarse en una casa donde no es bienvenida, porque quizá, en el fondo, no estábamos destinados a ser y porque por fin puedo aceptarlo.

Me voy porque allá, lejos, ya me esperan, porque siempre pienso que puedo encontrar algo más, porque quizá nací para siempre buscar algo nuevo. Me voy porque no tengo vocación de capitán y mi instinto es salir huyendo cuando el barco está hundiéndose, porque no tengo el valor suficiente y nunca he aprendido a quedarme, porque quizá nunca aprenderé.

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