Por Mayra Carrera

Twitter: @Advanita 

 

Verónica siempre ha creído en mí.

Y ante el mar implacable de todos mis dolores, siempre tuvo una balsa para salvarme.

Y navegó conmigo.

Verónica puso una flor en cada una de mis heridas, un silencio en cada lágrima que derramé y un abrazo cada vez que exploté. Siempre tuvo para mí esa mirada de quién ama en desmedida sin esperar nada a cambio.

Puso bondad en cada uno de mis arrebatos.

Solo ella supo armar el rompecabezas en que tenía convertido mi corazón.

Verónica siempre me dijo que sí a todo y yo a cambio le cocinaba como muestra de mi afecto porque nunca supe cómo demostrárselo de otra manera. Ella sí tuvo la virtud de ver que cada plato o café que le servía iba impregnado con mucho de mi amor.

Verónica es caudal, es agua para todos mis fuegos destructivos.

Es el edén prometido para quién perdió toda esperanza.

Y ante mi cuerpo marchito, cada abrazo de ella fue un invernadero que hizo crecer vida donde antes solo había abandono.

Verónica llegó a mi vida como un regalo divino. Como una mañana soleada después de una tormenta, fueron sus manos las únicas que vi cuando caí y con amor me levantaron.

Y sé con certeza que cada vez que caiga, ella estará ahí para recordarme que la vida es una caída constante y sus manos el apoyo que jamás me abandonará.

Verónica es corazón, es entrega.

Es el arcoíris que da color a mis días grises.

Verónica es más respuesta que pregunta, es la amiga que todos quisiéramos tener, es esa hermana que no tuve, ese apoyo incondicional para quien la vida le pesa demasiado.

Verónica aligera mi carga.

Es la amiga que quizá no merezco.

Es la palabra que siempre aplaca todo mi sufrimiento.

Verónica simplemente es amor.

 

 

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