Por Katherine Aguirre
Twitter: @kath_af

 

Fui puesta en este lugar pensando que me esfumaría con el tiempo o que moriría en el olvido. Pero nunca fue así. Ahora llamo hogar a esta sucia y polvorienta esquina de un pequeño clóset lleno de zapatos, camisas de segunda mano y unos cuantos objetos no deseados.

Doce meses llevo viviendo en el clóset de esta casa y sólo tres veces he salido de mi oscuro encierro para ver el rayo de luz que ilumina la habitación.

No sé si sentir alegría o decepción al salir, ya que en todas las ocasiones Sofía ha llorado con solo verme. Ella se ve tan dulce que nunca he podido entender el porqué de sus lágrimas, pero me arriesgo a imaginar que en mi interior albergo sus más profundas tristezas.

Mis inquilinos, que son los detonantes de su llanto, tampoco saben la respuesta a mi interrogante. Lo único que saben decirme es que cada uno de ellos le entregó a Sofía todo el amor que podían y que hace muchos años vivieron junto a ella momentos felices. Solo le provocaban lágrimas de alegría cuando la conocían.

Todos significaron algo para ella y sin embargo terminaron aquí entre polvo y desilusión, como si no fueran más que basura de la cual Sofía no quería deshacerse.

Cartas, rosas marchitas, fotografías, poemas, peluches, canciones de amor y otros recuerdos de ese primer gran amor. También lloran al ver su final dentro de mis paredes.

¿Pero quién soy yo o quiénes son ellos para criticar lo que hacen los humanos con todo lo que les vincula a un momento del pasado en el que estaban enamorados? Ellos son solo objetos y yo una simple caja de cartón rayada con un “recuerdos del corazón”.

 

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