Por Bibiana Faulkner

Twitter: @hartatedemi

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tú eres una mujer que no usa protector solar y tiene las chichis pequeñas –apenas visibles–.

 

Tú eres insomne desde los 16 y te quitaron el diazepam a punta de putazos.

 

Tú te llamas Julieta y te inventaste un álter ego porque estabas aburrida; te lo inventaste mucho antes de leer a Chuck Palahniuk y enamorarte –como todos– de Tyler Durden; te lo inventaste porque en sexto de primaria tenías una amiga imaginaria que se llamaba Paulina y te diste cuenta que era más fácil hacer otra tú o porque la desgraciada de Paulina te abandonó por ser una niña aburrida.

 

Tú, Julieta, estudiaste Relaciones Internacionales porque de todo el montón de carreras que había, era la única que estudiaba el funcionamiento del mundo, pero pronto te diste cuenta de que no te interesaba el funcionamiento del mundo ni alguna otra cosa en especial porque lo único que sabías hacer bien era llorar.

 

Tú, Julieta, tuviste tu primer amor a los 19 años y después de ahí te enamoraste una y otra vez de mujeres hermosas y cabronas sin saber que esta última, la más bonita, te rompería completamente el corazón.

 

Tú ya no bebes brandy con desenfreno porque eres ingenua y viste en el amor la cura efímera de algo crónico permanente.

 

Esta última mujer te dijo que no la entendías bien porque no sabías asomarte en su interior, que necesitaba tiempo y espacio; tú quisiste amarrarla a un cohete para darle lo que quería, pero en su lugar le dijiste mentiras: le dijiste que sí, que también tenías que pensar.

 

Mentirosa.

No tienes agallas.

 

Tú, Julieta, tú no tienes nada que pensar porque la amas como una bestia.

 

Tú querías decirle que no podías entender nada relacionado con su abandono, que si eso era asomarte a su interior, no querías asomarte nunca.

 

Tú, Julieta, te fuiste a llorar a tu cama con sábanas egipcias de 1500 hilos porque es lo único de valor que tienes y porque es lo mejor que sabes hacer.

 

Luego, despechada, le marcaste a una amiga que hace mucho no veías y la despachaste después de lamerle su entrepierna en tus malditas sábanas de 1500 hilos.

 

Lárgate, perra.

Sucia.

Puta.

 

Ella se fue azotando la puerta y gritándote que por eso te habían dejado.

 

Ella no volverá.

Gritó como 4 veces afuera de tu puerta.

 

Y quisiste, por primera vez, haber sido quien fuera necesario para no haber dejado de vivir aquella historietita de amor –con la mujer más bonita– que ya no existía.

 

 

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here