Por Carlos LM

Twitter: @Bigmaud

Tuve esta pesadilla en la que estaba en la cama y unos conejos enormes con máscaras me rodeaban. Los conejos estaban parados en dos patas, con unos brazos largos que mantenían pegados al cuerpo. En cuanto a la ropa, llevaban unas túnicas cafés con capucha, de esas que suelen usar los monjes que salen en las películas. Las máscaras eran blancas y bajo ellas alcanzaba a verse que los bichos estos tenían los ojos rojos. Lo preocupante es que no hacían nada: los conejos cercaban la cama sin decir palabra alguna. Lo único que parecía importarles era estar lo suficientemente pegados el uno al otro para que me fuera imposible salir de ahí.

Yo sabía que eso era una pesadilla. Era claro porque se supone que los conejos son pequeños, tiernos y suelen ir desnudos por la vida. Nadie espera que midan casi dos metros con todo y una actitud horrible. Pero, contrario a lo que suele suceder, a pesar de estar consciente de que era un sueño, eso no me hizo despertar. Estaba tan agotado que mi cuerpo parecía abandonarme en una aventura onírica. Yo cerraba y abría los ojos con la esperanza de que al hacerlo despertara en mi cama, pero sin los conejos con traje de madre superiora. Lo intenté y nada. Seguía en el sueño sin saber qué hacer. Ni siquiera era posible romper el hielo porque no se me ocurría sobre qué podría platicar con ellos. Seguramente ya estaban hartos de hablar de zanahorias, un tema tan aburrido para ellos como para nosotros es el del clima.

Así que estuve un buen rato sin hacer nada. Encerrado en el sueño. ¿Qué estaría pasando al otro lado de la existencia? Recordé un viejo pensamiento: la gente muere cuando no puede sobreponerse a un sueño. Hubo un tiempo en que estaba convencido de que esa era la verdadera causa por la que morían todos los humanos. Eventualmente llega el punto en el que acabas atrapado en otra dimensión, pensaba. Algunos eran afortunados: esos que se quedaban para siempre en un sueño paradisiaco con mucha comida y gente linda. A otros les iba peor, con sueños aburridos o pesadillas en donde caían de un edificio de ocho mil millones de pisos.

De no haber robado aquella uva que comí sin pagar en un supermercado hace años, no estaría pasando por una situación tan horrible, pensé en medio de la desesperación. Quizás esto sea el infierno o una sórdida versión del purgatorio.

Se supone que los conejos se reproducen un montón. La única esperanza estribaba en que todos esos muchachos sintieran ganas de engendrar a unos octillizos y salieran de ahí. De este modo tendría la oportunidad de escapar de la cama para conocer otros lugares. Aprovechando que era un sueño, podría cumplir la fantasía de asistir al festival de San Remo en Italia.

Por desgracia estos eran unos conejos conscientes de la sobrepoblación planetaria. Por sus orejas no pasaba la idea de procrear conejitos. La única meta de su vida era mirarme. Espero que les paguen bien por hacer esto, les dije por fin, soy el espectáculo más aburrido del mundo. Anden, les recomiendo que mejor vayan a ver cómo se prepara un puré de tomate. No pareció entusiasmarles.

Cerca de una hora después, volví a intentar despertar. Tranquilo, respira hondo, me dije. Cierra los ojos. Cuenta hasta a tres y ábrelos de vuelta.

Los conejos seguían ahí. Era imposible volver a la vida normal. Tendría que habituarme a esos seres repugnantes, al parecer. Para desquitar la frustración, tomé una almohada y se la aventé a al más barrigón. Le di en la cara. No hizo nada. Harto de su actitud displicente, junté fuerza suficiente para enfrentarlos.

¡Conejos gigantes, ESTÁN MUERTOS EN VIDA! Les hace falta una mujer. Mírense, tan patéticos ahí acosando a un pobre hombre como yo. Salgan de aquí, hagan algo para salvarse. Enamórense de una puertorriqueña. Engendren un bebé conejo. Un humano con la capacidad de saltar ocho metros que tendrá unos dientes frontales tan grandes que los dentistas salivarán a la espera de ser contratados. Muevan sus colitas esponjosas, remedos de liebre. Déjenme en paz que yo soy el rey de este sueño. Largaos de aquí que dais asco.

BUM. Desaparecieron. Oh, soy el héroe de mi propia historia. Nadie vino a rescatarme, así que tuve que hacerlo yo mismo. Soy el príncipe en caballo con una espada mágica y también soy la damisela rubia que tuvo que ser salvada de una pandilla de bribones. Lástima que no pueda darme un beso en la boca.

Salí de la habitación, bajé las escaleras y abrí la puerta de entrada de la casa. Luego no supe cómo estaba el clima afuera porque esta vez sí desperté.

 

 

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