Por: Alejandra Coral

Twitter: @ayflaca

 

 

¿Es posible dejar de sentir? Suelo comparar el amor con la fe. Supongo que si se puede dejar de creer, se puede dejar de sentir. Pura lógica barata. Pero hablo de manera total. Donde no queden dudas, ni huecos, ni preguntas. Cero. ¿Se puede?

 

Dicen que cuando se deja de creer en algo, se empieza a creer en algo más. Puro instinto barato. Como en la religión, donde los dioses son fichas de ajedrez que cambian de lugar de acuerdo a la conveniencia de los humanos. Por necesidad, supongo; o necedad. Y no dejamos de reciclar. Reciclamos dioses, mandamientos, pecados, religiones, absoluciones… como para obedecer a la Ley de la Sustitución; a través de la cual, canjeamos un dolor por una mentira momentánea. Jugamos a reemplazar creencias que se acomoden a nuestra tragedia diaria.

 

Debo asumir; entonces, que hacemos lo mismo con el amor. Por eso tantas historias incompletas, por eso tantos orgasmos interrumpidos, por eso tantos romances ajenos. Somos, incluso, peor que fichas de ajedrez; porque en este caso, no jugamos a nuestra conveniencia. Jugamos a la conveniencia del otro. Y nos mueven de sitio y a veces somos peones y a veces reinas y a veces caballos y a veces dejamos de estar. Nos reemplazan y reemplazamos. Quizás en un juego desesperado por recuperar la fe en nuestra habilidad para escoger o para volver a sentir.

 

Sin embargo, hay tablas de ajedrez que se quedaron vacías. Ya no hay fichas ni ganas de jugar. Ya no hay dios en quién creer, ni corazón que pague la cuenta. Ya sólo quedan unos condones sin abrir, unas palabras que no logran ser escuchadas por los ojos, y gritos sordos. Esto se convierte en un ir y venir de vientos que no son suficientes para crear una tormenta y los secretos se empolvan igual que los sentimientos y de pronto, la capa es tan espesa que ensucia los ánimos. Entonces se deja de sentir y sólo se aprende a estar. También se deja de necesitar. Y es ahí cuando el dios se convierte en uno mismo. Y es ahí cuando, como por decir algo para cerrar esto con sinceridad, confieso que odio el ajedrez. Nunca aprendí a jugar.

 

Y se nota.

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