Por Bibiana Faulkner
Twitter: @hartatedemi

 

 

Yo no sé cómo amo porque nunca me he puesto a pensar en cómo ama la gente —realmente—, por lo regular lo clasifico en dos: medida o desmedidamente.

 

—¿Cuánto me amas?— Me preguntan. Y yo no sé porque nunca mido, yo siento.

 

Entonces me acostumbré a contestar preguntas simples, me acostumbré a dar respuestas fáciles como “Porque no quiero olvidarte” a la pregunta “¿Por qué siempre escribes después de hacer el amor?”; alguna vez contesté casi de manera inmediata: “Te beso la boca porque no sé cómo besarte el alma” cuando me preguntaron que por qué no besaba otra parte que no fuera la boca.

 

Las palabras son armas filosas, filosísimas, por eso siempre contesto de una manera simple buscando desangrar/desarmar/desamar al otro, por eso a veces utilizo algunos grupitos de palabras que ya había escrito, para que al reescribirlos vean la luz y, si no me quieres, entonces me quieras.

 

Hoy, por ejemplo, no me aguanté las ganas y comencé a acomodar palabras de todos colores porque hace rato vi una película y me entró la nostalgia.

 

Te hablé por teléfono. Ya sé, ya sé que estabas trabajando, ¿pero qué hacía, a ver? La cosa es que la protagonista de la película viaja alrededor del mundo para descubrirse y encontrar su equilibrio emocional; me pareció tan similar a ti que me enamoré. No te rías. Ese no es el punto, y no me distraigas.

 

La chica de la película deja todo —incluso el amor—, por buscar su estabilidad emocional. Y qué sé yo, no la culpo. Miento, sí la culpo, pero me entró más nostalgia, ¿qué te digo, a ver?

 

Ya sé que dirás: “Es una película basada en el libro homónimo, ni te apures”, pero yo adoré el guion, y con eso es suficiente, tan suficiente como esas carreras de caballos que tanto te gustan. Y qué importa, eso también me gustó de ti. Y está bien. Y tú también apostaste por ti y por mí, así que quédate a leer que ya casi termino.

 

Te amo, mujer. Y si me dejas lo primero que haré será llorar. No, no es una amenaza, sabes que eso de llorar siempre se me ha dado bien, ¿a quién engaño, a ver?

 

Te amo. Y puedes irte, yo también puedo irme, lo sé. También sé que estarás preguntándote por qué escribo tanta putada si somos tan felices. La verdad es que no se me ocurre —por ahora— otra cosa más que escribir esa parte del guion donde él dice que es la primera vez en su vida que siente miedo porque quien ama, podría, tal vez, irse algún día.

 

Y perdón mis arrebatos y mis palabras de todos colores, ves que incluso antes de conocerte, ya era especialista en escribir con nueve o diez saltos en las historias porque siempre he dicho que el alfabeto es un cuchillo lleno de dientes esperando ser enterrados, medida o desmedidamente.

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