por Arturo Garmendia

Hace más de treinta años, el cineasta francés Francois Truffaut realizó una extensa entrevista al “mago del suspenso”, Alfred Hitchcock, en la que comentaron uno a uno todos sus filmes; y en un momento dado, a propósito de la necedad de algunos directores de cine que llevan a la pantalla obras de teatro y que se sienten compulsados a “airear” la puesta en escena trasladando secuencias enteras a locaciones en exteriores, manifestó que le gustaría probar que esto no es necesario llevando al cine una película que transcurriera íntegramente en una cabina telefónica.
Lawrence (Larry) Cohen, actor, director y guionista de larga carrera en Hollywood, especialista en teleseries y cintas de bajo presupuesto del género negro o de horror, confiesa que desde que leyó esta observación quedó obsesionado con el tema y vino dándole vueltas en la cabeza hasta que confeccionó el guión de Enlace Mortal, la cinta que en inglés se llama precisamente Cabina Telefónica (Phone Booth). (Menos mal que le alcanzó el tiempo: con el auge actual de las telecomunicaciones en Nueva York, donde se desarrolla el filme, hay 10 millones de líneas telefónicas y tres millones de celulares, con lo que las cabinas públicas han quedado obsoletas y en el momento del rodaje, la que sirve de escenario a la cinta, ubicada Broadway, entre las calles 53 y 8, era la última en pie y estaba a punto de ser demolida).
El guión, hay que reconocer que bien estructurado, cayó en manos de un artesano hollywoodense con cierto dominio del oficio, Joel Schumacher, que se iniciara en el medio como decorador, colaborando con Woody Allen en los filmes El Dormilón e Interiores, haciendo un buen papel;y que cuenta entre sus éxitos con dos episodios de la serie Batman: Batman Forever (1995) y Batman y Robin (1997) y aún algunas cintas estimables como Los Muchachos Perdidos (1987) con Kiefer Sutherland y El Cliente (1994) con Susan Saradon, entre otros muchos bodrios indefendibles como 8 mm. (1999),con Nicolás Cage y Nadie es Perfecto de ese mismo año, con Robert de Niro.
Para Enlace Mortal ambos cineastas estaban en buena vena, en la medida de sus posibilidades. La trama, que como ya se dijo ocurre en torno a una cabina telefónica situada en el corazón de Times Square y, en principio, resulta ingeniosa:
Stuart Sheppard (un logradísimo Colin Farrel) es un “experto” en relaciones publicas, “amigo” de estrellas, periodistas y celebridades, que vende contactos e intercambia favores con todos los que aspiran a “ser alguien” en la escena pública de la Gran Manzana. Es, desde luego, un charlatán, cínico y fanfarrón; en fin, un sinvergüenza de primera.
Stuart llama todos los días a Pam (Katie Holmes), una aspirante a actriz a la que corteja , desde una cabina telefónica, para evitar que su mujer se entere de esta relación mediante la cuenta del celular. Está en eso cuando recibe una llamada a la cabina, de un sujeto que dice lo apunta con un rifle y le anuncia que está próximo a convertirse en su tercera víctima, porque ha emprendido una campaña para limpiar la ciudad de personajes corruptos y ya ha eliminado a un banquero deshonesto y a un violador o asesino. Stuart se encuentra en la lista porque ha seguido sus conversaciones telefónicas y se ha dado cuenta de que es un mentiroso por excelencia, particularmente en lo que hace respecto a sus relaciones personales.
La situación se vuelve caótica cuando el francotirador mata a un proxeneta que fastidia a Stuart para que desocupe la cabina, haciendo que la policía se presente en el lugar y trate de arrestarlo culpándolo del crimen. La presión psicológica que genera esta situación es muy tensa, y Schumacher se las ingenia para mantener el interés del espectador a todo lo largo de la cinta.
La intervención de un policía sensato y recto (el siempre eficiente Forest Whitaker) y la agilidad mental del protagonista derrotan finalmente al “justiciero” francotirador, y el público sale del cine satisfecho, tras hora y media de buena diversión. Sin embargo, al principio y al final de la película ciertas imágenes y una cancioncita daban pie para un planteamiento más ambicioso, pero también más difícil de lograr.
En efecto, las escenas sobre las que se sobreponen los créditos nos muestran a la muchedumbre que transita por las grandes avenidas de Nueva York hasta detenerse en un grupo de cantantes de color que, para apelar a la caridad de los transeúntes interpreta una cancioncita cuya letra simula una llamada a una central telefónica, a cuya operadora se le solicita poner al teléfono a Dios, porque el que habla necesita escuchar “una voz amiga” mientras la cámara, inesperadamente, sube por las paredes de los rascacielos, nos muestra la isla de Manhattan, a continuación la ciudad, el continente americano, la tierra y luego es espacio exterior hasta casi chocar con un satélite, punto en el que regresamos vertiginosamente a la Tierra y al encuentro con el protagonista de la cinta. ¿Qué significa todo esto? No puede ser algo casual, toda vez que al final del filme, una vez que conocemos el destino del francotirador, la secuencia “espacial” se repite, y con la misma música de fondo.
Con base en este detalle aventuremos aquí alguna hipótesis sobre lo que “no es” la película, pero que “pudo ser”, para encontrar sus verdaderos méritos y dimensiones.
En primer lugar, el prólogo podría ser una cita a Hitchcock, toda vez que el maestro gustaba de ubicar de una manera muy precisa a su personajes, desde el arranque mismo de la cinta. Recuérdese, por ejemplo, el principio de Psicosis: Una ciudad del Medio Oeste americano, sobre la que cae el sol a plomo; un conjunto de edificios; un edificio elevado, zooma las ventanas de un hotel, una ventana en especial y nos introducimos a través de ella para descubrir a una pareja clandestina, que debe encontrarse para hacer el amor a esa hora tan incómoda, saltándose el almuerzo, porque su problema económico no les permite buscar el divorcio de uno de ellos, lo que regularizaría su situación., todo lo cual nos coloca muy sintéticamente en el contexto dramático de los hechos que se desarrollarán a continuación: un robo y un asesinato.
Homólogamente, el prólogo de Enlace mortal que hemos descritovendría a ser algo así como el clamor de los hijos de Dios por la iniquidad de los que le han vuelto la espalda a los Diez Mandamientos, y la búsqueda de un consuelo, que les sería proporcionado en la persona del francotirador, quien se presenta a sí mismo como Su mensajero, quien a lo largo de la cinta parece ser, en efecto, omnipresente, omnisapiente y todo poderoso, en parte gracias a la convincente actuación in off de Kiefer Sutherland. La vuelta de tuerca final, cuando descubrimos que después de todo el vendedor de pizzas no es el francotirador, vendría a confirmar esta hipótesis, lo mismo que el pretexto de la historia, el adulterio, que a primera vista parece una inconsistencia del guión de la película.
Uno se pregunta, una vez que la dinámica del filme ha perdido su efecto hipnótico sobre nuestro juicio, porque entre tantos millones de neoyorquinos el francotirador tuvo que ir a ensañarse con el pobre diablo de Stuart, que “ultimadamente” ni siquiera
había podido consumar su proyectada infidelidad. Tan poca cosa sólo ameritaría algunos padres nuestros de penitencia, a ojos de cualquier sacerdote católico, y no mandar a un emisario armado para castigarlo con tanta saña. Pero entonces se repara en los apellidos de guionista y director y se da cuenta de su procedencia judía: Luego entonces estamos hablando del Antiguo y no del Nuevo Testamento, y Jehová no se andaba con chiquitas: lo del “ojo por ojo y diente por diente” iba en serio.
Pero entonces ¿dónde está la dimensión metafísica en el resto de la cinta?. Me temo que guionista y director no atinaron a transmitir, ni a concebir siquiera, esa sensación de extrañeza que se desprende de las cosas más cotidianas, en un relato fantástico de corte netamente realista (como en Los Otros, 2001, de Amenábar, por ejemplo), ni a retratar a Nueva York como un entorno para-normal, en el que puede suceder lo inesperado (como en Después de hora, 1985, de Scorsesse), ni a contextualizar la violencia urbana en el entorno de la cultura paranoica y belicista norteamericana (como Masacre en Colombine, 2002, de Moore), lo que habría hecho de Enlace Mortal algo muy diferente.

Una vez más, Schumacher se muestra atraído por el lado oscuro de la naturaleza humana, pero a última hora se arrepiente y prefiere dejar las cosas como están. Batman no se atreve a enfrentar sus problemas edípicos y opta por su relación supuestamente inocente con Robin en vez de habilitarse para tener relaciones heterosexuales adultas; el detective fascinado por una cinta snuffen 8 mm. procederá a hacer justicia retrospectiva, toda vez que el pervertido que filmaba en vivo asesinatos macabros ya está muerto, antes que reconocer en sí mismo una inclinación sádica similar; los practicantes médicos que se atreven a enfrentar por segundos la muerte clínica en Línea Mortal (1990) se arrepienten y terminan alineándose al juramento de Hipócrates, y así hasta el infinito. Por eso Joel Schumacher seguirá buscando el blockbuster de verano, y nunca filmará una obra original.

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