de Walter Salles

por Arturo Garmendia


El cineasta brasileño Walter Salles atrajo la atención internacional con su cinta Estación Central (1998), distinguida con preseas en varios festivales internacionales y finalista en la edición 1999 de los Oscares hollywodenses. Desafortunadamente, sus cintas posteriores (El primer día, Abril despedazado, Armas y Paz) no han sido distribuidas en México. Sabemos de su labor como productor de dos películas brasileñas, rescatable una (Madame Satá), extraordinaria la otra (Ciudad de Dios); y no es sino hasta ahora que volvemos a entrar en contacto con él.

Otros países le han seguido con mayor interés, como lo prueba el financiamiento internacional (Estados Unidos,Alemania, Francia, Argentina, Australia, Inglaterra, Chile y Perú) de Diarios de Motocicleta (2004) y de sus siguientes proyectos: Aguas Oscuras (Dark water), un thriller filmado este año en Estados Unidos, con Jennifer Connelly; y un episodio de la cinta francesa París, te amo, actualmente en rodaje. Lástima, pues se trata de un director que merece ser seguido película a película.

Diarios de motocicleta, como es sabido, se basa en relatos autobiográficos de Ernesto Guevara y Alberto Granados en torno al viaje que ambos emprendieron en1952 desde Buenos Aires hacia el sur, hasta la Patagonia, y de ahí al norte, por toda la costa del Pacífico hasta arribar a Caracas, Venezuela, más de 10 mil kilómetros, a lo largo de siete meses. Ernesto era entonces un estudiante de medicina de 23 años, especializado en leprología, y Alberto, de 29, bioquímico pasante.

Los dos amigos dejan su entorno familiar a bordo de una desvencijada motocicleta Norton 500-1939, apodada irónicamente La poderosa; y aunque se les descompone en el curso de su viaje ellos siguen adelante, confiados en la buena voluntad de quienes van encontrando en el camino.

Resulta curioso encontrar, en los afluentes estilísticos de esta saga latinoamericana, las huellas de dos convenciones genéricasen voga en el cine hollywoodense de hoy: la road-movie que hace del tema del viaje el motor dinámico y temporal de la acción; y la buddie-movie, donde la convención exige que los protagonistas, de carácter antagónico vayan, de enfrentamiento en enfrentamiento, fraternizando más y más. Curioso, si, pero no extraño: yaen Estación Central Salles acudía a esos recursos narrativos para relatar la odisea de un niño en busca de su familia a través de Brasil, de la mano de una matrona desencantada y mañosa, curtida en la lucha por la sobrevivencia en el subdesarrollo de su país.

Diarios de motocicletase detiene lo suficiente en los preparativos del viaje y en las primeras anécdotas para que nos familiaricemos con sus dos protagonistas. Por un lado está Alberto Granado, una especie de simpático vividor, autor de la idea del viaje y contrapunto a veces práctico, a veces cómico, de la insobornable determinación de su compañero de viaje Ernesto Guevara, firme tanto a la hora de defender sus sentimientos románticos o para atender desinteresadamenteenfermos, expresar con absoluta libertad sus opiniones o socorrer, en la medida de sus posibilidades y a veces a costa de la comodidad de ambos, a quien lo necesita.

En un principio, ambos se preocupan mucho más de cuestiones relacionadas con el amor, el sexo y la continua falta de dinero para comer o para reparar la vetusta moto en que viajan que de la situación sociopolítica y económica del continente que recorren y que, a partir de la estupenda escena del encuentro con la pareja de comunistas perseguidos en el desierto de Atacama en Chile, se hace dolorosamente presente para no abandonar ya a ambos en su viaje, que se transforma sutilmente en algo mucho más serio. La realidad les sale al encuentro y ya no les abandona más.

Pobreza, enfermedad, injusticia social para con los desposeídos o los indígenas, ignorancia… pero también la apabullante belleza, la dignidad y la solidaridad de un pueblo que, según las palabras del propio Guevara casi al final de su viaje, “constituye una sola raza mestiza, que desde México hasta el Estrecho de Magallanes presenta notables similitudes”. Una idea, la de esa sólida conciencia panamericana, que sin duda comparten personaje histórico y director. Y es en este punto de inflexión donde Diarios de motocicleta se aparta de sus modelos gringos para proporcionar insospechados reflejos bolivarianos al género.

Las ruinas de Machu Pichu proporcionan el escenario ideal para la reflexión de los jóvenes, y el encuentro de Ernesto en Lima con la lectura marxista que hace Mariátegui del Perú, gracias a los buenos servicios que en lo material pero también en lo intelectual les proporciona el médico que los aloja van perfilando una toma de conciencia que se impondrá finalmente como el tema central de la película.

Vale la pena recalcar aquí que uno de los aciertos de la cinta, quizá el más importante, es que en ningún momento se pierde la ligereza y amenidad de los géneros en que se inspira, para convertirse en un documento panfletario. El mensaje político (que, en una película sobre el Che Guevara no podía obviarse, desde luego) está tratado como un sub-texto, que se desprende de las opciones que ante los hechos va tomando el personaje, y no de diálogos o pronunciamientos directos.

Por ello, las secuencias del leprosario en las profundidades de la Amazonia vienen a consolidar la evolución que han venido sufriendo lospersonajes,acordealasvocacionesque estabanengermenencadauno de ellos:Para Alberto se trata de la transicióndeserunmero laboratorista bioquímico, aislado en la ascepcia de un gabinete, a convertirse en un médico dispuesto a luchar contra la enfermedad, en todas sus formas, en el frente de batalla de un hospital y codo con codo con sus pacientes.

Para Guevara, desde luego, el rumbo estaba señalado, pero le fueron necesarias muchas más experiencias y relaciones humanas para encontrar su destino. Con todo, el Che intuía que se había operado un gran cambio en su interior y lo expresaba en la conclusión de sus Notas de Viaje, que dieron cuenta de esta experiencia. Dice así: “El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y pule, yo, no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra ‘Mayúscula América’ me ha cambiado mas de lo que creí”.

Resta por decir que el guión, elaborado por el dramaturgo José Rivera muestra gran sabiduría en su construcción y es en parte responsable de la sutileza que se elogia, líneas arriba, pensando en el director. La fotografía de Eric Gautier aporta a su vez la belleza plástica de la película, y de la vista de nuestros paisajes se acrecienta el amor por nuestra América. Es una pena que la canción de Jorge Drexler, que le diera un Oscar a la cinta, se escuche con los créditos finales y no se haya integrado a la acción. Y finalmente, todo esto no sería igual sinla pareja de actores excepcionales que dan vida a los personajes centrales: Gael García Bernal, carismático y sensible, nos ofrece un Che Guevara que no opaca la imagen de santo laico del guerrillero heroico, sino que la refrenda; y Rodrigo de la Serna que, todo vitalidad y simpatía, atrapa la atención del espectador en todo momento. El servicio que le hace al personaje principal es el que todo buen actor secundario le hace al protagónico, que no tiene muchos matices: sin el contrapunto, el héroe sencillamente no existiría, o lo haría muy precariamente.

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