por Jorge Ayala Blanco*


A ras de la banqueta, en pleno centro de la ciudad de Puebla (ya con más de cuatrocientos mil habitantes), una joven de acentuados rasgos indígenas y gesto de perpetuo rictus amargo, sin maquillaje ninguno, con largos cabellos lacios y chamarra de hombre mal arremangada, habla atropelladamente a la cámara, haciendo agitados ademanes de indignación, mientras algunos peatones se aglomeran a su lado y los camiones transportistas pasan detrás de ella.

Dice que la corren de todas las calles, que los policías le pegan, que le recogen la mercancía que la han metido varias veces a la prisión de San Juan de Dios. El plano fijo callejero tiene la intensidad de lo cotidiano. La perorata quejosa, dignificante, anónima de esta anti-India María, hace irrumpir la condición de los vendedores ambulantes en el tianguis de la sociedad clasista y represiva, entre la imploración y el improperio.

La película de veinte minutos abre un paréntesis documental, explicativo: Indica y muestra de dónde proceden los vendedores ambulantes (vienen de zonas rurales, crecieron en cinturones de miseria), porque no pertenecen al campesinado (fueron despojados de sus tierras), porqué no acceden al proletariado (el desarrollo capitalista dependiente es más lento que el incremento de la población, los han expulsado de las fábricas), cuáles son sus opciones de subsistencia (el subempleo, los trabajos marginales), qué venden (frutas, trozos de sandía, jícamas con limón, juguetitos, artesanías en día de muertos o en otras festividades), dónde viven (en casuchas, en tugurios, donde cae, en baldíos), porqué no los dejan en paz (los policías no sólo obedecen a la corrupción administrativa y al sadismo, también defienden los intereses económicos de los comerciantes establecidos y de los locatarios de los grandes mercados, deseosos de reducir la competencia), y porqué resultan peligrosos (rompen el equilibrio del sistema de explotación).

Sin embargo, dentro del hervidero de movimientos populares que es hoy Puebla, incluso seres tan impreparados y desposeídos como los vendedores ambulantes han aprendido a organizarse para reclamar su derecho a la subsistencia, defender sus intereses y presentar un frente común a la lucha social. Han integrado un grupo de teatro muy primitivo y muy fresco que actúa en los mercados, como si fuera un puesto de verduras más, en torno al cual se aglomeran la gente y los niños mocosos para ver representaciones en que policías de bacinica en la cabeza exigen una mordida a los ambulantes, los hostilizan, los zarandean y los macanean cuando exigen libertad de expresión y organización. Han formado una especie de unión sindical. Han establecido alianza con obreros y estudiantes.

Así, han conseguido retener la calle 2 Norte desde el 30 de octubre hasta terminadas las fiestas de muertos del año pasado. El resguardo de los estudiantes y su propia vigilancia organizada evitaron que, como en 1972, se les reprimiera violentamente durante la noche: “Vinieron en camionetas, hubo un muerto y quince heridos, nuestras mercancías fueron quemadas”. Después de revivir las escenas de esa represión a la luz de las antorchas que incendian cajas de madera, la película incluye una disquisición semi-lírica sobre las difíciles condiciones de la lucha y, como punto final, intercala un letrero que formula sintéticamente las conclusiones del director: A los vendedores ambulantes no les quedan más que dos opciones mutuamente excluyentes: o bien a fuerza de presiones cívicas ascienden de la lumpen pequeña burguesía a la pequeña burguesía de comerciantes que hoy (circunstancialmente) combaten, o bien se proletarizan, toman conciencia de las contradicciones del Sistema, participan activamente en la lucha por la liberación de los trabajadores y acechan la hora de asaltar el poder político.

A pesar de su sencillez y su claridad, la cinta es muy ambiciosa. Concebida y rodada en grupo, producida en blanco y negro 16 mm. bajo los auspicios de la Universidad Autónoma de Puebla, ganadora del premio de Ministerio de Cultura de Renania- Westfalia del X Festival de Cortometraje de Oberhausen, Alemania de 1974, Vendedores Ambulantes quiere retomar el discurso del cine político, allí donde lo habían dejado sus incipientes experiencias antecesoras y desbordarlo (…)

Sobre todo se trataba de superar las experiencias mayores de El Grito y de la Cooperativa de Cine Marginal. Trascender al plano puramente emocional, rebasar el mero registro analítico de los hechos políticos. Atravesar el cerco del movimiento estudiantil y combatir la nostalgia del “haber ido alguna vez a una manifestación”(…); ya no reducirse a filmar, salvo excepciones, un mitin o una manifestación y luego añadirle una cancioncita optimista; ya no conformarse con la factura casera, muchas veces sin el mínimo nivel técnico que exige la inteligibilidad.(…)

Vendedores ambulantes posee un nivel expresivo,a la vez intelectual y emotivo, que le dan mayor virulencia a su contenido, a sus análisis, a su marco teórico, a los vendedores militantes a quienes estaba apoyando en su lucha, por contradictoria que fuese ( la vieron cien veces, la difundieron por todas partes, ya consiguieron un terreno baldío para ellos y ahora luchan para que se los techen, algunos ya están leyendo el Manifiesto Comunista...) y el corto ya obtuvo un premio que servirá, no para incrementar la vanidad de sus autores, sino para financiar nuevas cintas.

Las causas del alto nivel expresivo de Vendedores ambulantes, pese a sus deficiencias técnicas y su final abrupto son tanto la brevedad contundente de su rollo discursivo como el impacto de sus imágenes. La imagen y no cumple una función meramente vehiculatoria de la palabra; antes bien apoya, refuerza, comunica por sí misma, abre perspectiva emotivas bien controladas y choca con lo que se dice verbalmente.

La clave de esta riqueza connotativa, no siempre sostenida (razón por la cual es posible detectarla) reside en el inteligente manejo de la idea de la representación. La vendedora que hace proferimientos en mitad de la calle representa, hace como si estuviera en un mitin, con sus compañeros; el teatro popular en el mercado, con toda su espontaneidad vital, es una representación que remite tanto al teatro chicano como a los orígenes de la carpa; los vendedores han aceptado representar tal cual la noche aciaga en que la fuerza pública los desalojó de la calle tomada.

Los momentos fuertes y memorables del filme son tres secuencias en que reina la representación. El documental tradicional (unidimensional) es anulado de un plumazo, aunque en varis secuencias, como contrapeso se recurra a él. El rollazo concientizador ha sido vencido.

Por supuesto, no se trata de hacer la defensa e ilustración de la representación, o por lo menos de una representación cualquiera. La naturaleza prístina de esta representación, eminentemente cultural (de una cultura nacional – cultural) habría que buscarla por el lado de la mostración directa de la lucha, por el lado del redescubrimiento del sentido comunitario, por el lado del psicodrama social para la liberación. En suma, por el camino de la imaginación sociopolítica expresada en otros términos y con otras técnicas. La imaginación al poder como camino firme del verdadero cine mexicano.

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*Artículo publicado enLa Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, el 14 de agosto de 1974,que analiza el cortometraje Vendedores Ambulantes dirigido por Arturo Garmendia e interpretado por Olga Corona, con fotografía de Guillermo Díaz Palafox, sonido de Enrique Monje y narración de Emmanuel Carballo. Producido por la Universidad Autónoma de Puebla.

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