por Arturo Garmendia

I.“El imperialismo y el capitalismo, ya sea en la sociedad de consumo o en el país neocolonizado, encubren todo tras un manto de imágenes y apariencias. Crean un mundo poblado de fantasías y fantasmas en el que la monstruosidad se viste de belleza y la belleza es vestida de monstruosidad. Hay por un lado la fantasía de un universo burgués donde titilan el confort, el equilibrio, la paz, el orden, la eficacia, la posibilidad de “ser alguien”. Por el otro lado, los fantasmas somos nosotros: los perezosos, los indolentes, los subdesarrollados, los generadores del desorden. El revolucionario es para el sistema un forajido, un asaltante, un violador, pero…

“Hago la Revolución, por lo tanto existo”. A partir de aquí, fantasía y fantasmas se diluyen para dar paso al hombre viviente. El cine de la revolución es simultáneamente un cine de destrucción de construcción: Destrucción de la imagen que el neocolonialismo ha hecho de sí mismo y de nosotros. Construcción de una realidad palpitante y viva, rescate de la verdad en cualquiera de sus expresiones.”1

El fragmento citado del conocido manifiesto de Solanas y Getino plantea en términos generales los motivos y la necesidad, la urgencia de un Tercer Cine. Un cine que en Latinoamérica, pese a las limitaciones de tipo técnico, pese a que la represión crece, ha establecido contacto con el pueblo y lucha por politizar, sacudir a su público. Un cine que en México, donde posiblemente haya más recursos (una industria cinematográfica establecida, varios canales de televisión, centenares de radiodifusoras) pero también donde la mediatización es más fuerte, hasta ahora comienza a tomar impulso: se atraviesa por un período formativo, que no dejará de dar frutos en un futuro próximo.

Por eso es necesario alentarlo, abrirle camino, defenderlo de los intentos de asimilación. Por eso es importante demostrar que existe, trazar su breve historia y corregir sobre la marcha los errores que se hayan cometido. Y no es que pretendamos convertirnos en líderes del movimiento, no es nuestra intención dictar dogmas; es que el Tercer Cine es de todos y alentarle, impulsarle, defenderle y corregirle no es una imposición, es una exigencia para quien se compromete con él.

“Destruir la imagen neocolonial… rescatar la verdad en cualquiera de sus expresiones.” ¿Cómo se ha enfrentado este movimiento en México a esta tarea? He aquí lo que busca esta exposición.

II.A partir del triunfo de la revolución de 1910, tanto los gobiernos militares surgidos de ella como sus herederos, los gobiernos civilistas, de golpe en golpe y de sexenio en sexenio construyeron la imagen del “milagro mexicano”: una eterna marcha hacia el desarrollo en la que los únicos que avanzan son el capital extranjero invertido en el país y su cómplice, la burguesía criolla. Una marcha que, para acallar las protestas de aquellos que no progresan –obreros y fundamentalmente campesinos- ha inventado el espejismo de la clase media.

La clase media, un sector minoritario de la población al que el sistema mima, adula, complace creándole una pequeña sociedad de consumo, y al que se usa como ejemplo para desposeídos, como ilustración de lo que será el futuro de las masas cuando las promesas de la revolución finalmente se cumplan, cuando el desarrollo se alcance, cuando la riqueza se distribuya, cuando el paraíso priísta, la tierra prometida por la economía mixta se alcancen…

Pero no hay mal que dure cien años. Tras el despilfarro, el saqueo, la orgía alemanista, vinieron épocas de austeridad. Y de opresión abierta. Obreros y campesinos despertaron entonces a la insurgencia. Trabajadores de las minas, del riel y del campo, con sólo plantear demandas democráticas, hirieron al sistema. Y fueron reprimidos ante la indiferencia de la clase media.

Sólo que la crisis económica del país se acentúa lenta e inexorablemente, y pronto le tocó a ella ser oprimida. Pronto sus fantasías de equilibrio, seguridad social, garantías liberales y progreso económico comenzaron a verse comprometidas, y profesionistas como maestros y médicos se sumaron a la rebeldía, sólo para ser acallados por la violencia. A continuación tocó el turno a los estudiantes de tomar la vanguardia en las luchas populares del país. Primero planteaban reformas exclusivamente escolares, pero la represión les radicalizó paulatinamente y en un momento dado tomaron conciencia de su papel en la batalla por la democracia. Vino entonces el 2 de octubre de 1968. Pero la violencia sólo consigue replegar a los movimientos de liberación; no ha podido detenerlos.

Por otra parte, un movimiento revolucionario necesita tener memoria, posibilidad de difundirse; documentos sobre los que reflexionar, corregir errores, plantear estrategias, y sobre todo necesita de un arma con la cual derribar la imagen de armonía, tranquilidad, progreso que le permite al sistema explotar, oprimir, violentar. Necesita un cine que ataque “a los que no duermen, por temor a los que no comen”.2

III.Este Tercer Cine ha comenzado a gestarse en el interior del movimiento estudiantil. Esporádicamente ha registrado algunos de sus momentos clave, primero por iniciativa de aislados aficionados al cine, a últimas fechas por obra de incipientes grupos cinematográficos que gravitan en torno suyo. De estas obras queremos ocuparnos ahora, aun a sabiendas de que la mayoría de ellas no resistiría un juicio severo en el campo de la expresión (o, lo que es aún más grave, no soportarían una revisión en lo ideológico). Sin embargo todos estos filmes, en mayor o menor medida, son testimonio de un momento histórico y por ello su trascendencia está asegurada.

Por ejemplo, hay una cinta que ilustra los inicios del movimiento estudiantil. Ardiendo en el sueño de Paco Ignacio Taibo II, podrá resultar pedante, pretensiosa, pero aun su tono autosuficiente, aun la estrechez de sus planteamientos corresponden al clima romántico, absurdamente idealista que caracterizó a la mayor parte de la izquierda universitaria en la ciudad de México antes del ‘68.

El filme toma su título y un epígrafe de Conversación en la Catedral la novela de Mario Vargas Llosa. Como ella (toda proporción guardada) tiene por protagonista a un inconforme social obsedido por la idea del fracaso. Una tarde, éste reúne a un grupo de camaradas, con los que integra una organización política preparatoriana, para intentar recordar en común su primera acción y su primer contratiempo, ocurridos en 1967.

Mediante un preciosismo formal que toma ingenuamente como modelos a Godard, Resnais y Lelouch alternativamente, y a través de una desarticulada serie de flash-backs, conocemos a un “Frente Estudiantil”, unido por no se sabe qué principios, que restringe sus actividades al interior de la escuela. En ella el principal problema que encuentra son las “porras”. En consecuencia planea una campaña de denuncia, que llegará al estudiantado a través de volantes. Se redacta el texto, se lleva al esténcil, se expresa admiración por lo bien que ha quedado determinada frase, se pasa una noche en vela y a la mañana siguiente los impresos, las posiciones y las últimas instrucciones se distribuyen para dar comienzo a la operación.

Sus adversarios, los pandilleros, no tardan en hacer su aparición. Golpean a uno de los miembros del Frente, e inician una riña que terminará en la oficina del director de la prepa, quien amenaza con la expulsión… a quienes a golpes de idealismo pretendía combatir la corrupción; a quien ahora, tiempo después, se interroga angustiado sobre las causas de su fracaso.

“Lo que deberíamos haber hecho, era ir de salón en salón comunicando la complicidad entre el director y las porras –comentó una de sus compañeras entonces-. Había que contar con el respaldo de las bases.” Hoy, el grupo considera vigente aquella respuesta, aunque advierte que la política estudiantil ha cambiado, es más compleja: “Antes se sabía quiénes eran los buenos (los estudiantes, el pueblo, los explotados) y quiénes eran los malos (los “porros”, tal vez algunas autoridades escolares y… ¿el gobierno?). En cambio hoy…” Y, con sonrisas nostálgicas que quisieran resultar autocríticas, cada uno de los integrantes del “Frente” explica a la cámara: “Éramos jóvenes.” “Éramos inmaduros.” “Éramos inocentes”…

Eran aquellos tiempos en que la política estudiantil se orientaba a ganar las Sociedades de Alumnos, en que se ingresaba a la Juventud Comunista, en que se desfilaba en apoyo a Cuba, a Santo Domingo, al heroico pueblo de Vietnam, sin pensar en que la situación nacional también requería participación. Eran los días en que las huelgas se limitaban a intentar conjurar el aumento de precios en los transportes colectivos, a exigir indemnizaciones a las líneas camioneras en caso de accidentes, a prolongar los periodos de vacaciones… La “izquierda-boy scout” hacía su buena obra diaria y vivía con la conciencia tranquila.

Pero también era la época en que el ejército, la “ola verde”, ocupaba las Universidades de Morelia, de Sonora, de Sinaloa que, unidas al pueblo, asumían en ese momento actitudes más radicales y apoyaban demandas más importantes.

“La Universidad es autónoma, al menos en las letras de su ley; pero el presupuesto se cubre en gran parte con el subsidio federal y se puede ejercer sobre nosotros toda clase de presiones”,3 reconoció el rector, ingeniero Javier Barrios Sierra, en un momento de crisis. El subrayar la dependencia del gobierno federal muestra que el motivo de las sanciones económicas aludidas es político; en cuanto a las otras presiones, durante mucho tiempo fueron ejercidas por “cuerpos de vigilancia”, grupos de choque al servicio de una facción o

Revuelta estudiantil de 1968

pandillas al servicio del mejor postor. La eficacia y la seguridad que ofrecían estos grupos se hace evidente en la caída del rector doctor Ignacio Chávez.

Este es otro de los cabos que la cinta de Taibo deja suelto. Desde el punto de vista de las minúsculas asociaciones políticas estudiantiles de ese tiempo, existía un lazo evidente entre las porras y ciertas autoridades venales, pero los motivos de esta unión se les escapaban y por lo tanto la manera de combatirlos no era efectiva. De ahí lo limitado de sus acciones, de ahí la imposición de la fuerza bruta, manipulada desde lo alto, en el seno de la Universidad.

IV.“El 22 de julio de 1968, según explicaron los directores de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional, y el de la Preparatoria, “Isaac Ochoterena”, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México, culminaron una serie de actos violentos entre los estudiantes de dichos planteles, que fue capitalizados por dos pandillas, ‘las Arañas’ y ‘Los Ciudadelos’. Antes de retirarse los pandilleros amenazaron con volver al día siguiente, por lo que se pidió la intervención de la policía a fin de prevenir nuevos actos vandálicos.”4

Este fue el comienzo. La violencia, la escalada de la represión policiaca posterior, la agitación en el ambiente estudiantil y el intento de encauzar la movilización lograda hacia el apoyo de una desprestigiada agrupación estudiantil de clara afiliación priísta, la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), siguió la estrategia de la provocación que tanto éxito había tenido en ocasiones anteriores. Pero esta vez los hechos escaparon al control oficial. Años de lucha estudiantil sin propósitos definidos, finalmente encontraron sentido. Las falsas representaciones estudiantiles fueron repudiadas y las asambleas tomaron el poder. A la violencia cada vez más cruda se respondió con la denuncia y la organización. A la agresión se contestó con la huelga, y a los intentos de escindir la izquierda, con la solidaridad.

“30 de julio. En las primeras horas de hoy, soldados de línea y un convoy integrado por tanques ligeros y jeeps equipados con bazookas y cañones de 101mm., salieron del Campo Militar Número Uno. La tropa inició su marcha hacia el barrio universitario, enfrentó a los preparatorianos a bayoneta calada y encontró una leve oposición. Los estudiantes se vieron obligados a parapetarse en los planteles, y la puerta de las escuelas preparatorias 1 y 3 fue desbaratada de un tiro de bazooka…”5 El primero de agosto el rector de la Universidad, ingeniero Barros Sierra, encabeza una manifestación de duelo por los estudiantes caídos y la violación de la autonomía universitaria. Su acción mostró la táctica adecuada al movimiento estudiantil: había que romper el cerco de la represión, de la calumnia; había que salir al encuentro del pueblo: había que ganar la calle.

Y el cine estuvo ahí. Al integrarse el Consejo Nacional de Huelga, los representantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, entre los que se encontraba Leobardo López Aretche, plantearona la asamblea la aportación que su escuela podía hacer al movimiento; registrar los acontecimientos, luchar por difundirlos. Así, durante el transcurso de la acción se estuvo en posibilidad de elaborar dos comunicados, documentos colectivos que registran, cronológica y objetivamente, las manifestaciones, las asambleas, los días de la movilización estudiantil. Si bien a escala reducida, estos filmes comprendieron cuál es una de las tareas más urgentes del Tercer Cine: contrainformar, mostrar la verdad, destruir la imagen deformada que de las cosas presenta el sistema. Un cine político, comprometido, había nacido.

V.Para muchos el movimiento estudiantil se condensa en una sola película: El grito de Leobardo López. Se trata indudablemente de la cinta que mejor refleja una vital actitud generacional. Una generación que finalmente enfrentó “el rostro joven del país, al siempre igual y terrible y grotesco y caduco y viejísimo de la agresión, de la fuerza, del fascismo. Rostro encarnado en seres muy concretos, que obedecían órdenes muy concretas y que desafiaban el juicio histórico muy concreto de una historia que no los absolverá”.6

El grito tiene como estructura la cronología de los hechos, dividiéndose en cuatro partes correspondientes a los meses en que tuvo lugar el movimiento estudiantil en 1968:

Julio: La ciudad amaneció un día en estado de sitio. Para aplacar un conflicto interescolar prefabricado, el cuerpo de granaderos provocó, emboscó, persiguió, golpeó y detuvo a los estudiantes de tres preparatorias. La arbitrariedad de esta acción repercutió en el ánimo estudiantil y las protestas públicas no se hicieron esperar. Sobre ellas se centró, nuevamente, la represión. Los detenidos en los diarios enfrentamientos llegaron a contarse por centenares. Se pasó a la agresión armada; el ejército derriba un portón y penetra en recintos universitarios. El licenciado Luis Echeverría, Secretario de Gobernación, declara que “las medidas extremas adoptadas se orientan a preservar la Autonomía Universitaria de los intereses mezquinos e ingenuos, muy ingenuos que pretenden desviar el camino ascendente de la Revolución Mexicana”.7

Y la película capta, iracunda, las agresiones, el gris ambiente de las delegaciones y en ellas a estudiantes jóvenes, muy jóvenes que esperan tras las rejas. Y las calles patrulladas por el

ejército. Y las fotografías que muestran el artero ataque a las preparatorias. Y una imagen terrible, en la que se concentra toda la ira, todo rencor, toda la impotencia acumulada: un autobús en llamas, al fondo de una calle vacía, que arde consumiéndose en el silencio nocturno. Y una mano, varias manos, muchas manos que sobreponen a esa imagen, haciendo la señal de la V…

Agosto: “Será para nosotros un motivo de satisfacción y orgullo que estudiantes y maestros del Instituto Politécnico Nacional, codo con codo, como hermanos, nos acompañen en esta manifestación.”8 Las palabras del rector en la manifestación de duelo por los sucesos del 30 de julio marcan un paso importante: los estudiantes, hasta entonces una fuerza dispersa, encontraban la solidaridad. La agresión propició la unión, y la lucha por los 6 puntos (libertad a los presos políticos; destitución de los militares Cueto, Mendiolea y Frías; extinción del cuerpo de granaderos, derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, indemnización a los caídos, y deslindamiento de responsabilidades) comenzó a atraer a otros sectores populares que los hicieron suyos y agregaron nuevas demandas, hasta que todas las peticiones se hicieron una: “Democracia. Respeto a la Constitución.”

Y ante la actitud adversa de la prensa y de los otros medios de comunicación oficiales, el movimiento estudiantil salió a la calle. A gritar sus demandas en volantes, a escribir sus consignas en las paredes, a difundir sus motivos en manifiestos pegados en los transportes, a dialogar con la gente en cada escuela, en cada casa, en cada fábrica, en cada esquina. Y a mostrar la fuerza de su unión, la justicia de sus demandas, la limpieza de sus actos en prolongadas, masivas, entusiastas manifestaciones. El movimiento estudiantil era una voz que encontraba eco en todos los rincones del país.

Septiembre: Una tras otra, las manifestaciones exigieron respuesta a sus demandas, abierta y a la luz del día. Una y otra vez se negaron a prestar oídos a la petición de “diálogo público”. En cambio, el régimen de Gustavo Díaz Ordaz respondió con una amenaza (“Tenemos confianza en que no se logrará impedir la realización de los eventos deportivos en puerta. Nuestra confianza se funda en la decisión de hacer uso de todos los medios legales a nuestro alcance para mantener el orden y la tranquilidad internos”9) y con una agresión: la toma de la Ciudad Universitaria por el ejército el 18 de septiembre.

Y la cinta contrasta el rigor protocolario, el júbilo convencional, el aplauso incondicional en la pompa oficial el día del informe con la alegría espontánea, la comunicación llana y directa, la satisfacción de llevar a cabo una tarea en común durante los festivales populares organizados en la Ciudad Universitaria. Y opone la disciplina, la impresionante solidaridad, la belleza sobrecogedora de la manifestación silenciosa a las fuerzas armadas que días más tarde entraron, ocuparon, sometieron y destrozaron los locales de la Universidad.

Octubre: “Llegué a las 4.45 y la plaza estaba casi llena. Subí a la terraza del tercer piso en que se hallaban los líderes. Uno de ellos, que se notaba muy nervioso, dijo que se había demorado porque carros blindados y camiones llenos de soldados estaban desalojando a la

gente de la plaza. En ese momento un helicóptero apareció sobre la plaza, bajando, bajando. Unos segundos después lanzó dos luces verdes en medio de la multitud. No más de tres segundos después escuchamos el fuerte ruido de carros militares acercándose y estacionándose alrededor de los lados de la plaza. Los soldados saltaron con sus ametralladoras y abrieron fuego inmediatamente.”10

Y la película enloquece. El horror, los disparos, la gente que corre, la gente que cae; en la enorme plaza la multitud que grita y las tropas que continúan vaciando sus armas impunemente…

Un tiempo después en el estadio de Ciudad Universitaria cientos de palomas esperan en sus jaulas el momento de ser puestas en libertad, para anunciar con su vuelo la inauguración de los Juegos Olímpicos. Pero subrepticiamente y con la complicidad de la cámara, alguien hace la V de “¡Venceremos!”.

VI.Como sucede frecuentemente en las cintas documentales, la fuerza de los acontecimientos reflejados tiende a imponerse por sí misma y de un solo golpe. En el caso de El grito la vitalidad, la manera franca y directa con que se muestran los hechos que han cambiado radicalmente la marcha del país, encubre errores que se encuentran en la base del filme. Errores inevitables, si partimos de la certeza de que la película expresa, ante todo, la visión que del movimiento estudiantil tenía una generación comprometida, pero sacudida en el momento de referirse a él por los recientes sucesos de Tlatelolco. Esto justifica en parte la emotividad pura, la feroz esquematización que domina de principio a fin en el filme.

Sin embargo es necesario debatirlos, elucidarlos, ya que haber caído en ellos (tal vez inevitablemente) fue una de las causas de la inactividad que afectó al movimiento estudiantil después de la represión del 2 de octubre. En primer lugar, la cinta muestra los acontecimientos, pero no reflexiona sobre ellos. Si acaso los comenta, dando la palabra a algunas personas cuyas apreciaciones, unidas a las del autor, dotan al mensaje de la misma de una peculiar ideología: hay por una parte la alocución del rector Barros Sierra, pronunciada antes de la salida de la manifestación que encabezó; hay una imprecación lanzada a los diputados por una de las integrantes del Frente de Madres de Familia; hay unas declaraciones del ingeniero Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior, después de haber sufrido un violento atentado; hay la narración que da continuidad a los hechos, tomada de una crónica de la periodista italiana Oriana Fallaci, y además de algunos otros comentarios, la imbricación de todo ese material efectuada por Leobardo López

A partir de estos elementos se obtiene un excesivo respeto por las instituciones universitarias, pero no un concepto claro de lo que significa la educación superior para el país; una reacción popular nacida al calor de la lucha, pero a-ideológica y de relativo alcance político; una obcecación en ideales liberales que, dadas las condiciones fascistoides del régimen imperante, pasaron por radicales, pero que hoy, en el mejor de los casos, sólo son reformistas; una participación puramente sentimental en los hechos, que a menudo confunde lo pintoresco con lo significativo, y una actitud cercana a la intransigente rebeldía anarquista, que en el seno de la pugna se hallaba en su elemento pero que, tras el receso obligado por la represión, tiende más a la desesperanza que a la reorganización de la lucha.

Una reorganización en la que es imprescindible otro factor que se echa de menos en El grito: el análisis político. La suma de acontecimientos por sí misma no alcanza a darnos idea de la trascendencia de los hechos, ni de su significado en su contexto más amplio, determinado por las coordinadas económicas, sociales y políticas del país. El análisis de la situación hubiera proporcionado sucintamente este resultado: la sola demanda de respeto a las garantías democráticas de la Constitución ya es peligrosa para el sistema, que debe violarlas cotidianamente para conservar su hegemonía. El movimiento estudiantil, al lograr atraer a la lucha importantes sectores del pueblo se convierte en detonador de la insurgencia que amenaza la base misma del sistema; por lo tanto, para detenerle se está dispuesto a llegar a la represión abierta y total, una vez que la mediatización se ha estrellado contra la organización democrática del movimiento.

VII.Se necesitaba entonces, a partir de estos puntos, una organización más consiente, más politizada, y una estrategia que abriera nuevos frentes de lucha. Pero la detención de algunos de los líderes principales, que sucedió a la represión, y posteriores discrepancias entre facciones que actúan en el seno del movimiento propiciaron una impotente, frustrante paralización. Ante ella, el estudiantado se desmoralizó: Llegó a la desesperación, a la perplejidad, a desilusión y aun a la asimilación al sistema que antes se había impugnado, tal y como lo reflejan las siguientes películas:

El padre de Enrique Escalona y Galo Carretero contrasta la jornada dominguera de dos niños vista por su progenitor a través de la mirilla de la cámara de Super 8 con un collage de fotografías periodísticas de temas bélicos, políticos, motinarios y publicitarios. La cinta ordena sus imágenes de manera que a la presentación objetiva de las acciones infantiles en presente –juegos, bailes, ejercicios pictóricos, sesiones de televisión, preparativos para el reposo nocturno- se suceden reflexiones del protagonista sobre acciones bélicas, luchas callejeras, destrucción, enajenación, muerte, mientras los comentarios en off van de la situación política en el extranjero –Biafra, Vietnam, el Sur Americano, Primavera de Praga, el mayo parisino- o nacional –del infortunio de los pequeños voceadores al mitin reprimido en Tlatelolco-. ¿Cómo explicarles tantas cosas a los pequeños? ¿Cómo comprenderlas uno mismo?

La marginación de la historia propia de la clase media, naturalmente, no encuentra respuesta. Inerme ante una información que no sabe cómo interpretar, y enajenada por una mediatización que a partir del 68 se intensifica, la perplejidad es su única actitud posible. Y de ahí al escepticismo sólo hay un paso.

El fin de Sergio García refiere (de una manera muy cursi, es cierto) esta involución: una pareja de enamorados, en la que la chica pinta paisajes al óleo y el joven entona pacíficamente canciones de protesta, disfruta bucólicamente de su mutua compañía cuando, a los acordes de “El Bueno, el Malo y el Feo”, aparecen un cura, un funcionario, un granadero y una madre posesiva que se dedican a acosarlos. Capturado el joven, pronto se verá catequizado, golpeado, empadronado y amamantado ritualmente, para luego ser lanzado a una nueva vida: sustituye la mota por una coca-cola, la mezclilla por el casimir y la guitarra por un coche en cuyo radio se escuchan los monótonos compases de “Adoro” del maestro Manzanero, ignoramos si ante la complacencia o la indignación del director. Poco importa, lo grave es que, caricaturas aparte, un gran sector de los participantes en el movimiento estudiantil, sin salida, se vio en la necesidad de volver a sus actitudes habituales, a asumir un destino que previamente había repudiado.

A partir de cero, mediometraje en Super 8 mm. de Carlos Belaunzarán expone con mayor claridad este problema, y como lo que nos interesa es rastrear esta desilusión generacional dejaremos de lado tanto los tics estilísticos tomados de Cocteau (el encuentro de los amantes) como la simbología naif (los hombrecillos de la televisión), que en la cinta se dan para conducirla al ridículo, para enfrentar exclusivamente los argumentos y el análisis que propone.

El protagonista de Apartir de cero es una especie de “sobreviviente de Tlatelolco”, angustiado por el peso de la historia. Tiene un cuarto de meditaciones y colecciona testimonios gráficos de la violencia en el mundo: los campos de concentración, los niños de Biafra, Nixon y Vietnam, GDO y el 2 de octubre, etcétera. Sale a la calle y encuentra que la sociedad de consumo en que vive ha logrado recuperar para el sistema aun los símbolos más radicales de la Revolución: Villa, Lenin, el Che…

Incapaz de llevar su rebeldía ante esta situación más allá de un impotente grito de rabia en pleno Zócalo, o de acallar su conciencia mediante el amor o el “ejercicio de la inteligencia” (léase “aculturizarse y jugar ajedrez”) pronto es obligado a integrarse al sistema. Siguiendo los lemas de una campaña publicitaria “al servicio de México” trabaja, estudia y progresa, demostrando que “él puede”. Pero el status clase media tan arduamente alcanzando le resulta insatisfactorio y los paliativos que le ofrece su nueva situación (el consumo, la familia, la religión) no alcanzan a enajenarle. Cuando está al borde del suicidio la acción retrocede al momento en que nuestro “hombre unidimensional” grita frente al Palacio Nacional: su “progreso” no ha sido más que una pesadilla. La angustia permanece, el personaje regresa a su “cuarto de pensar” y comienza a meditar nuevamente, no sin antes lanzar la consigna de que hay que encontrar una solución a partir de cero.

VIII.En este resumen es posible distinguir tres ideas dominantes, que por otra parte se encuentran bastante difundidas, aun en sectores que tradicionalmente se habían considerado de izquierda: la violencia existe pero es incomprensible; el intelectual (el-que-piensa, en términos de la película) vive al margen de la sociedad y está imposibilitado para influir en ella, y la multitudinaria clase media vive de espaldas a la realidad porque disfruta de un bienestar económico, ya que en ella “se basa el progreso del país”, como se dice en la cinta.

Nuestra primera objeción sería que el análisis de la clase media mexicana no ha tomado en cuenta su papel en el conjunto de fuerzas que actúan en el país. Un simple vistazo a los resultados de los últimos censos demuestra que, frente a obreros y campesinos, la clase media no esta tan próspera ni tan numerosa como se nos quiere hacer creer; y sobre todo que es absolutamente incapaz de generar progreso, distribuida como está, a nivel de trabajo, en la rama de servicios (burocracia, administración, comercio, etcétera). Por lo mismo, ha llegado a los límites de su crecimiento: el país va directamente a la quiebra si esta clase continúa creciendo indefinidamente, a expresas de las más desposeídas. El consecuente freno a su desarrollo en los últimos años ha motivado en los sectores más lúcidos de ella (los estudiantiles, los profesionales, los intelectuales) un cambio de actitud que se ha manifestado en acciones de todos ya conocidas. En esta situación el genocidio no tiene nada de explicable. Sencillamente las aspiraciones democráticas, progresistas y liberales manifestadas públicamente las aspiraciones democráticas, progresistas y liberales manifestadas públicamente contrarían las necesidades de un régimen antipopular en un momento dado y la violencia no es más que una solución política de urgencia.

No hay por lo tanto que recomenzar a partir de cero. El estudio de la evolución y las condiciones actuales del país muestran no el equilibrio, la paz y la eficacia oficiales, sino las contradicciones y las debilidades que esa fantasía pretende ocultar. Esto, que quedó demostrado en 1968, es lo que debe meditarse y en este campo debe participar activamente el intelectual que tampoco tiene, como sugiere la película, que limitarse a “comprender el mundo”: su influencia puede ser decisiva para transformarlo. Por otra parte esta película, muy a la ligera, supone que después de Tlatelolco el movimiento estudiantil no existe cuando, si no fuera por otra cosa, ahí están las masacres del 10 de junio, de Monterrey, del 7 de abril en Sinaloa que hablan de lo contrario. Aún hay un movimiento que apoyar; la lucha prosigue, continuará…

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* Arturo Garmendia (1944 – ) . Figura representativa de la crítica militante de la segunda mitad de los sesenta, cuando empezó a destacar junto con Jorge Ayala Blanco. Fundó en 1969 la revista 35 mm, de corta existencia, para desaparecer del medio en los setenta sin dejar rastro.

1Fernando E. Solanas y Octavio Getino: “Hacia un Tercer Cine” Revista Cine Club, núm. I, México.
2Fernando E. Solanas y Octavio Getino: Op. Cit.
3Ing. Javier Barros Sierra: Renuncia presentada a la Junta de Gobierno de la UNAM. Citado por Ramón Ramírez en El movimiento estudiantil en México, México, Era, 1971.
4Reportaje de Elias Chávez G., El Universal 24 de julio de 1968.
5Excélsior. 30 de julio de 1968.
6David Ramón: “El Grito”. Diorama de la Cultura, suplemento de Excélsior, 2 de abril de 1972.
7Luis Echeverría: Declaraciones a El Día. Citado por Ramón Ramírez: Op. Cit.
8Javier Barros Sierra. Citado por Ramón Ramírez: Op. Cit.
9Gustavo Díaz Ordaz: “IV Informe de Gobierno, rendido ante la Cámara de Diputados el 1º. De septiembre de 1968.
10Oriana Fallaci: Crónica publicada en la revista Look, 12 de nov. De 1968, reproducida en México por La Voz de México, 1º. De diciembre de 1968.

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