Por Daniel Payares
Twitter: @Errordematrix

 

El fotógrafo era ciego de nacimiento, capturaba momentos que para él no eran nada y para el mundo lo eran todo. Le gustaba la técnica del claroscuro, el braille de las almas perdidas. Cuando las luces se aferran al tenebrismo ya no se habla de contraste, se habla del cálido abrazo entre la vida y la muerte, los grises como medio de subsistencia. El tacto lo ayudaba, pero no era un poder sobrenatural como acostumbramos pensar; al igual que los invidentes, utilizamos el tacto para comprender el mundo, porque la visión es la parte más inverosímil de la existencia, no todo lo que se ve puede sentirse y no todo lo que puede tocarse existe. La mayor parte del tiempo la pasaba en un estado de meditación extrema que le permitía crear sus propios colores, un mundo virtual con muros de carne y hueso. Vivió su vida capturando momentos para luego dejarlos escapar de entre sus manos. Culminó su existencia un caluroso día de verano sentado frente a un espejo con su cámara en la mano. Su última fotografía fue un autorretrato llamado “Ser o conocer”.

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