Por: Regina Mitre
Twitter: @ReginaaFalange

 

 

Yo soy de esas que planean el futuro, se estresan anticipadamente mientras esperan en la fila de un banco, o mientras aguardan por el café matutino se preguntan el “qué será” próximo; pienso cada detalle, recapitulo mis historias una y otra vez, hago nudos, los desato, corro y vengo: todo en mi cabeza, cada recoveco en los planes que hago y en la angustia que siento para después de todo, concluir: “La versión de mí en el futuro sabrá que hacer”, lo repito después en voz alta: “La-versión-de-mí-en-el-futuro-sabrá-qué-hacer”, y me coloco las gafas oscuras para sentirme en control.

 

Manejo al trabajo, escucho a Bebel Gilberto porque siempre he creído que un poco de Bossanova aletarga una alma alebrestada, tarareo en voz baja porque me gusta convencerme de que la vida es como un compás suave, llevo 730 días procrastinando, cantando quedamente para acallar la sentencia inevitable en mis adentros. Llego al escritorio y me encuentro con tus ojos y los míos en la repisa mirándome de vuelta, “ilusos” repito;  siempre me ha asustado la capacidad de las fotografías para inmortalizar una fracción de segundo. “¿Puedes venir un segundo a mi oficina?”, escucho ni tan cerca, ni tan lejos; “Un momento”, pronuncio con tono inocente mientras sonrío una vez me dijeron que si sonríes mientras hablas, la gente piensa que estás feliz—; la oficina está arriba, pero yo bajo, tomo mis gafas y las llaves, camino velozmente y pronuncio distraída al buen hombre del estacionamiento: “No tardo”.  Entonces el volante como si fuera mi vida y manejo aliviada porque el tanque de gasolina se encuentra lleno. Atravieso la carretera: una caseta, dos casetas, tres casetas; el disco de Bebel Gilberto: una vuelta, dos vueltas, tres vueltas y a la cuarta lo lanzo por la ventana porque hace más de cinco horas dejé de ser una mujer sensata, tal vez más. La radio es cómplice del guionista de esta historia, quien se deleita con perversidad de la ironía con canciones de nostalgia y lunas tristes, entonces me decido por la música de libertad en forma del viento que alborota mi cabello y no me importa: que la vida me despeine, me sacuda, necesito que algo me sacuda.

 

Nada es para siempre menos el combustible, veo la hora en mi celular: veinticuatro llamadas perdidas, celular estrellado contra el asfalto y otra prisión irrumpida. El auto se detiene rehusándose a seguir siendo mi compañero, las cosas son solo cosas, entonces camino hasta llegar a las faldas de una montaña cercana a…  no es secreto que soy una mujer desubicada. Ando horas, días, tal vez meses, las hipérboles siempre me han gustado. El camino ya estaba hecho, jamás se ha hecho al andar, le refuto a Serrat. Un viejo hombre sentado en la roca sabia, “Bienvenida al fin del mundo, jovencita” entonces creo que merezco un cigarrillo y me siento junto a él cruzando las piernas porque jamás me ha gustado perder el porte. El viejo parece estar muy contento, quisiera preguntarle la razón, pero no tengo fuerzas, adivina mi pensamiento y contesta “Es la segunda visita que tengo el día de hoy, siempre me siento muy solo”, y señala con la cabeza el gran árbol cerca de nosotros. Debajo un hombre dormido: eres tú, agotado de huir de mí. 

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