lampara

Por Víctor Alejo Burgos

Twitter: @victoralejo_


Dios es la Luz de los cielos y de la tierra. La parábola de Su luz es como un nicho que contiene una lámpara; la lámpara está [encerrada] en cristal, el cristal [brilla] como una estrella radiante: [una lámpara] que se enciende gracias a un árbol bendecido –un olivo que no es del este ni del oeste
cuyo aceite [es tan brillante que] casi alumbra [por sí solo] aunque no haya sido tocado por el fuego: ¡luz sobre luz! Dios guía hacia Su luz a quien quiere [ser guiado]; y [con tal fin] Dios plantea parábolas a los hombres, pues [sólo] Dios tiene pleno conocimiento de todo.

 

El Sagrado Corán

Sura 24, Aya 35

 

lampara

 

                                            

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                     

 

 

Fotografía del autor.

 

Si las vemos bien, las lámparas son objetos sumamente extraños.

Particularmente, no me agradan del todo. Claro que, por otro lado, soy consciente de sus usos prácticos, utilidades y otros aportes a nuestra vida diaria y, sin embargo, eso no mejora en nada la opinión que tengo sobre ellas. Veré si puedo explicarme: las lámparas que cuelgan del techo —sabemos que hay otras que adheridas a las paredes o simplemente colocadas en el suelo o cualquier otra superficie plana y estable—, lucen como insectos brillantes, quietos, siempre al acecho y prontos a desprenderse en un ataque tan silencioso como mortal. Patas largas, metálicas, muchas veces de colores, sujetas entre sí con cadenas de finos eslabones. Los ojos son bombillas ciegas que, cuando están apagadas, exhiben un delicado mecanismo o una sustancia gaseosa que en realidad no es tal sino el efecto de la opacidad del vidrio. Están ahí, observándonos, sigilosas, usando descaradamente el camuflaje de lo corriente y lo doméstico, casi invisibles a nuestros ojos que ya no observan las cosas comunes. Si nos detenemos un momento, es fácil darse cuenta de que las lámparas son unos testigos infalibles de los momentos más íntimos de nuestra vida. Se valen de la incapacidad biológica tan propia de nosotros, los mamíferos, de poder ver en la oscuridad e invaden todos nuestros espacios con la bien planteada excusa de alumbrarnos ahí donde más lo necesitemos. A una lámpara encendida, ¿qué podemos ocultarle?

 

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here