Por Yovana Alamilla

Twitter: @yovainila

 

No soy una persona que sepa esperar porque las esperanzas no son más que castillos en el aire que se crean con la única finalidad de sostener fantasías. Yo no creía en eso; para mí nunca hubo medias tintas, para mí siempre fue ahora o nunca, frío o caliente, blanco o negro, tómame o vete de aquí.

Nunca pude esperar por algo, nunca supe hacerlo, pero un día llegaste y juntos construimos uno de esos castillos que tanto odiaba; me pintaste el cielo y yo, tan ingenua, te creí.

Guardé la esperanza de estar juntos, por siempre, en una cajita de cristal; la guardé ahí sabiendo que en cualquier momento todo podía derrumbarse, caerse, romperse.  

Hice tanto por mantener todo vivo; seguí tus instrucciones: no chismes, no fotos; intenté ser prudente y saber con quién hablar del tema porque según tú, al final, si los comentarios de los demás me herían era culpa mía por hacerlos partícipes de la situación, y no tuya por no ser congruente, no tuya por no pensar en mí, no tuya por no estar consciente de que tus acciones repercutían claramente en mí, y no solo en lo que los demás pudieran cuestionarme sino en lo que yo pudiera sentir.

No, no fue fácil saber que yo no era tu prioridad mientras todos los días te sonreía para que, al encontrarme, solo hallaras a alguien que te amaba y un lugar donde lejos de todo lo difícil de tu vida pudieras ser feliz; yo solo quería eso, mi cielo: hacerte feliz.

Pero el amor no se trata de eso, no.

Porque los puentes deben sostenerse de ambos extremos para mantenerse en pie; porque eso de «Yo te querré por los dos cuando tú no puedas» es mentira, no se puede, no se debe; porque cuando alguien de verdad te quiere, tiene que demostrarlo y no solo decirlo.

Yo hubiera podido seguir esperándote esta vida entera y todas las demás que me tocaran; me habría quedado si no hubiera hallado las mentiras, los falsos fondos, tanto de todo menos de amor.

Entender que todo era un juego me costó mucho llanto y todavía no entiendo del todo que hayas sido capaz de jugar conmigo cuando me desviví por siempre darte lo mejor de mí.

Pero ya me cansé de que los porqués no me dejen conciliar el sueño.

Llegué a mi tope: ya me cansé de llorar, ya se me terminaron las lágrimas y los pañuelos desechables; ya no puedo, ya no quiero, ya no más.

No diré que te odio, porque no lo hago, pero sí diré que te amé: te amé con esa entrega que te dio miedo y que no supiste valorar. Te amé tanto y tan profundo que por eso no me siento culpable de nada, porque sé que fue culpa tuya.

Fue por ti que todo se vino abajo: fue por tu egoísmo, tu incongruencia, tu no entender que al que dos amos sirve, con alguno queda mal; fueron tus ganas de querer disfrazarme la realidad todo el tiempo, fue tu juego, fue tu culpa, fuiste tú.

Hoy tomo los mejores recuerdos que tengo de ti, de los dos, los que quedan; los tomo con fuerza hasta que las palmas de mis manos se ponen blancas y los meto a la cajita de cristal donde guardé la esperanza de tener una vida a tu lado.

Las dejo ahí; contemplo la caja y, con lágrimas en los ojos, la sostengo, la subo por encima de mi cabeza y la dejo caer con fuerza.

La cajita de cristal por fin se rompe, la rompo yo.

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