Por Mayra Carrera
Twitter: @Advanita

 

Han pasado exactamente 2 meses desde la última vez que me sentí feliz.

Soy una tipa afortunada porque puedo decir que, al menos, he sido feliz. Sí, a veces lo soy a pesar de todos los tropiezos que doy y las estupideces que hago. El otro día me topé con un tipo que, sin saberlo, se llevó muchas cosas de mí. Y luego vino otro a devolverme todas aquellas lágrimas que yo derramé por verlo de nuevo. Estaba ahí y habían pasado 6 largos meses desde la última vez que lo vi y jamás lo olvidé. Pero lo vi distinto, como amigo, cuando por mucho tiempo me aferré a tantas cosas inexistentes (de cada gesto noble que él tenía conmigo, hacía un sinfín de teorías), creí siempre cosas que no eran. Me costó meses darme cuenta y ahora estoy aquí escribiendo y aceptando que es prueba superada y que le agradezco a la vida traerlo de nuevo, dármelo 7 horas, disfrutarlo, sentirlo, desgarrarme los labios por tanto besarlo. Esos pequeños detalles insignificantes hacen que me sienta feliz; aunque los días posteriores siempre me siento peor que gorda en buffet de ensaladas.

Y es que me he dado al alcohol, ¿a qué otra cosa podría darme? El amargo sabor que deja entre los labios es tan parecido a aquellos besos que me dieron una noche donde querían darme de todo menos besos. Y hacen que sientas un confort, que aunque momentáneo te pone feliz en el momento, pero luego llega la tristeza y después la añoranza y posterior a eso las ganas de llorar y salir corriendo: escapar. Estaba una noche tumbada en el sillón pensando en que debía de escapar y ¿por qué no lo hacía? Tengo dos piernas, me dije, huye. Pero soy demasiado cobarde para eso. Y me quedé aquí, esperando, podía decir que no sé qué espero, pero mentiría, sí sé que espero, pero también soy demasiado cobarde para confesar qué.

Siempre digo que no creo en nada porque no creo ya en el karma siquiera, pero no dejo de tener fe, esa palabra tan simple y tan llena de todo. Siempre tengo fe de que tras una llamada o lo que sea saltaré de la cama o donde sea que esté, e iré a un encuentro furtivo en donde lo único que esperaré será un abrazo. Así tan miserable he llegado a sentirme en este último mes en el que la he pasado prácticamente sola con mis botellas de tinto, de whisky, mis botanas y muchos plantones peores que los del Peje en Reforma.

Quiero huir, pero no tengo las agallas; tengo las piernas, pero no tengo la velocidad; tengo las ganas, pero no las suficientes. Y heme aquí como siempre, esperando. ¿Qué mierda espero de la vida? Cada día me consumo más, cada día bajo un escalón en la cadena evolutiva. Hace tiempo que dejé de saber qué es lo que quiero de la vida; me imagino que lo único es morir ahí en mi rincón con mis libros, que me pongan mis canciones de Interpol, de Placebo, Tool, NIN, Nirvana, Alice in Chains, que me lean un cuento, que me canten a mis Hombres G y me pongan una película de Tarantino y cuando se me acaben las fuerzas, que pongan a The Mars Volta y entonces podría decir que fue bueno irse de ese modo.

Mientras, supongo que seguiré teniendo fe y que no huiré porque soy demasiado cobarde para eso; y aunque me jacto de la fe soy lo suficientemente honesta para confesar que sin la fe no somos nada; y aunque yo no crea nada, sigo a veces, de vez en cuando, echándole un vistazo a mi celular por si acaso. Pero nunca pasa y mientras nada pasa, amigos míos, yo estoy tratando de vivir porque tengo que hacerlo, no porque quiera.

Y mientras no huya pueden seguir leyéndome porque mis letras son de ustedes, no son mías. Pero algo sí tengo seguro y es que huiré un día. Y por fin seré libre.

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here