Por Yovana Alamilla

Twitter: @yovainila

 

 

Habíamos peleado la noche anterior; el llanto nos hizo dormir y a la mañana siguiente el orgullo nos despertó. Ya no importaba quién había sido el culpable, tampoco quién había comenzado a gritar, lo único que importaba era que ninguno de los dos había sido capaz de llamar al otro y decir que lo sentía.

 

Llegué a mi casa y encendí mi celular con la seguridad de que habría un mensaje de él en el que me pidiera que nos viéramos para platicar en esas calles en las que nos vimos por primera vez, pero no fue así y entristecí. Y lo extrañé y volví a entristecer.

 

«Los problemas siempre son por culpa de semántica», decía una maestra de la universidad. Tal vez los problemas siempre son porque damos cosas por hechas; el problema es que nos cuesta deshacernos y sentirnos vulnerables, el problema es que sentimos una cosa, decimos otra y hacemos todo lo contrario, digo yo.

 

Lo cierto es que tampoco sabía cómo estaba él, seguía suponiendo cosas y situaciones hasta que él llamó y resultó que estaba haciendo lo mismo que yo: extrañarnos.

 

No sé qué estábamos esperando, no sé qué estaba esperando yo. Tampoco sé si mañana pueda decirle que lo quiero, o si los dos sigamos sintiéndolo, y, aunque espero que sí pueda: no, no debo de estar segura.

 

No sé si mañana podremos caminar tomados de las manos, o si tendremos caminos diferentes, y, aunque espero no separarnos: no, no debo de estar segura.

 

No sé si mañana estaremos uno al lado del otro, si lo estaremos para siempre o no, pero hoy estamos aquí y estamos juntos. Hoy estoy segura de que él me hace feliz y de que yo lo hago feliz, hoy estoy segura de que lo quiero y de que él siente lo mismo por mí y no, no necesito estar segura de nada más. 

 

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