Por Yovana Alamilla

Twitter: @yovainila

 

 

¿Qué tan grande es la necesidad del ser humano por sentirse querido y aceptado por los demás? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ceder? ¿En qué momento comenzamos a desprendernos de pequeñas partes de nosotros para dárselas a los demás? ¿En qué momento nos quedamos con nada? Pensaba.

 

Y entre el ruido de los demás pasajeros y la selectísima música cumbianchera puesta por el chofer del autobús, no pude obtener una respuesta. Llegué a mi destino aún con estás ideas volando en mi cabeza y hoy las comparto porque siguen ahí.

 

¿Será que a veces estamos tan vacíos que tratamos de llenarnos complaciendo a los demás? ¿O es una forma de garantizar que cuando yo necesite a los demás, ellos también estarán? Y es que llega un momento en el que ya no tienes tiempo para ti mismo, para hacer las cosas que te gustan, para ver series o algún partido de fútbol, para salir a caminar, hacer ejercicio o ir al parque con tus amigos a comer helado de fresa o pizza saliendo del cine. Todo por estar lleno de compromisos que lo único que hacen es hacer felices a los demás. A todos, menos a ti.

 

Lo peor del asunto no es que lleguemos a ese momento sino que no nos damos cuenta de la desfragmentación hasta que, aun cuando queremos seguir dando, ya no hay nada para dar; hasta que ya no somos los que éramos, hasta que nos convertimos en sombras de los demás y dejamos de ser los fulanitos de tal para convertirnos en el fulanito o la fulanita –o de los fulanitos o fulanitas, no quiero limitarlos–.

 

Y no nos hagamos los que no, porque todos hemos llegado a ese punto, todos hemos dado tanto que luego ya estamos endeudados hasta con el espejo. Y tal vez está bien, quizá soy la que está mal justo por verlo mal, pero tal vez no. Porque no me van a venir a decir que todos damos sin esperar algo a cambio; nadie, queridos, nadie da sin esperar algo a cambio. Llámele aceptación, amistad, amor, cariño, hasta agradecimiento si le incomoda menos, pero todos esperamos algo a cambio.

 

Sí, está bien dar, de eso estoy convencida, lo malo es que no sabemos hasta dónde dar, y entonces nos ofrecemos a manos llenas y cuando la otra parte se llena y se va, quedamos hechos añicos, y eso, queridos, eso sí está mal.

 

Quería terminar la conversación con mi yo interno; es que usted no sabe, pero habla mucho, le gusta discutir y luego ya no sé cómo callarla. Así que finalmente pensé que –según las situaciones que veo diariamente– tal vez es demasiada la necesidad de sentirnos aceptados y que entonces está bien darnos a más no poder, pensé que cada quien llena sus necesidades como mejor le place y le funciona, que tal vez lo correcto es dar todo y morir en el intento… porque tal vez de eso se trata la vida o no sé, tal vez no.

 

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