Por Mayra Carrera

Twitter: @Advanita

 

Encendía un incienso cada vez que el hombre ladino con el que vivía me hacía una trastada, una vela por cada engaño y un grito por cada vez que no llegaba.

Y yo, amainada, su ropa por la ventana aventaba, me ponía colorada de pura muina, de pura rabia. Y cuando recordaba la vez que puso la colcha en medio de nuestra cama me daban ganas de escupirlo, pero eso no es de una dama.

Una dama que nunca fue puta en la cama y sí, fue sirvienta de noche y de mañana, pero por eso nunca obtuvo nada, ni un arrimón de camarón en la madrugada.

Este hombre ladino ojalá que ya se vaya así como vino: con una mano enfrente y la otra metida en el fundillo; ese hombre es muy pillo, se cree un monumento y no llega ni a tornillo.

Este hombre es muy ingrato, siempre se creyó el rey de la selva y no es más que un gato.

Ojalá que ya se lo lleve la peste o la fiebre amarilla, total, no sirve para nada, ni para calentar una tortilla.

27 inciensos yo prendí por cada noche acalorada, 12 velas rosas dizque para avivar el amor y una que otra colorada y de nada me sirvieron porque yo sigo aquí envuelta en una sábana llorándole a ese, a ese cabrón hijo de la chingada.

Y ojalá estés leyéndome con tus ojos de gallina enamorada y que sepas que en mi casa para ti ya no hay morada, y que ojalá que cuando vayas a la tienda a comprar 20 pesos de maciza preparada se te atraviese un perro y te pegue una buena meada.

 

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