CINCO APUNTES BREVES SOBRE LA SITUACIÓN DE LA SALUD EN MEXICO


Capitulo 26

Gustavo Leal F.

Uno. Equilibrar bien prevención y cura

Cualquier sistema de salud moderno debe prevenir y atender enfermedades. Esa es su tarea principal. Tan seria responsabilidad suele asociarse con su capacidad para prestar asistencia integral a la persona y a su comunidad.
Para ello, esos sistemas se valen, primero, de la promoción y educación para la salud (como la que se lleva a cabo vía los libros de texto gratuitos que distribuye la Secretaría de Educación Pública) y las campañas preventivas (como las Semanas Nacionales de Vacunación que despliega la Secretaría de Salud dos veces al año).
Aunque la prevención también contempla otras acciones que aspiran a disminuir los factores de riesgo –frecuentemente relacionados con el estilo de vida, como el consumo inmoderado de tabaco, alcohol, drogas o la presencia de comportamientos sexuales-reproductivos riesgosos- y que pueden eventualmente atajar el desarrollo de ulteriores padecimientos. Finalmente, las tareas preventivas aspiran igualmente a reducir accidentes, homicidios, ciertas exposiciones ambientales y algunas emanaciones estrictamente laborales.
Pero una vez que la enfermedad se ha instalado en la persona, el sistema de salud debe ser capaz de atenderla integralmente: diagnosticando, tratando y rehabilitándola frente al mal que la aqueja.
Por tanto, conviene distinguir entre usuarios y pacientes del sistema de salud. En términos estrictos, el usuario que se vacuna y la madre que da a luz están básicamente sanos, mientras que el enfermo crónico de diabetes (bajo control) o aquél que padece un cáncer terminal son, ambas, personas disminuidas en su integridad humana; personas en trance; víctimas de un padecimiento y que sufren. Mientras el usuario entra y sale por su propio pie del sistema, el paciente constituye una suerte de Sol de la red de atención; Sol que ordena con su propio recorrido al entero sistema de astros que buscarán atenderle su enfermedad.
De ahí que la calidad de cualquier sistema de salud se exprese en su real capacidad para operar políticas preventivas que logren efectivamente evitar la presencia de enfermedades y -en esta misma medida- mejoren consistentemente la salud de la población, así como en el orden, precisión y alcance de las intervenciones de los médicos y las enfermeras que lograrán restituir la salud a la persona que ha enfermado.

Dos. Pero en México la prevención y la cura funcionan mal

A pesar de que durante el año 2002 se gastó hasta el 5.8 por ciento del Producto Interno Bruto en salud, el Sistema Nacional de Salud -de cuya actual arquitectura público-privada son responsables las últimas administraciones priístas- no previene adecuadamente la presencia de padecimientos ni tampoco atiende resolutivamente los episodios de enfermedad.
Basta considerar que siguiendo las recomendaciones del Banco Mundial, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) presume trabajar sobre un supuesto proceso de mejora de la medicina familiar en el que la atención en el primer nivel constituye una prioridad institucional y para el cual ya se equiparon 101 unidades con computadoras, servidores e impresoras para implementar el expediente médico electrónico.
Pero el IMSS también puso en operación la estrategia Programas Integrados de Salud-PREVENIMSS, que tiene como propósito la provisión sistemática y ordenada de acciones relacionadas con la promoción de la salud, la vigilancia de la nutrición, la prevención, detección y control de enfermedades y la salud reproductiva, ordenándolas por grupos de edad.
De tal suerte que, mientras el Instituto se debate en la completa ausencia de adecuadas políticas clínicas para la atención de los daños médicos de que debe hacerse cargo, sus autoridades comunicaban alegremente que “a diciembre del 2002 se habían entregado de manera informada 5 millones 226 mil 412 Cartillas de Salud a nuestros derechohabientes. Este nuevo enfoque tiene una visión de largo plazo que influirá de manera corresponsable en la cultura del autocuidado de la salud, a través de acciones de educación, prevención y promoción de la salud que se otorgan a niños, adolescentes, mujeres, hombres y adultos mayores”.
Y eso no es todo. Desde el mismo 2002, el IMSS del gobierno del “cambio” de Vicente Fox, otorga el componente salud del Programa Asistencial de Desarrollo Humano Oportunidades (Paquete Básico) en una institución especialmente diseñada para atender con alta especialización daños médicos. Las autoridades institucionales han informado que ya se trabaja con el “paquete esencial de salud en sus 13 acciones, el reforzamiento alimentario al dotar el suplemento alimenticio a menores de 5 años, mujeres embarazadas y en período de lactancia, así como la educación y promoción de la salud con sesiones sobre 35 temas en 660 módulos operativos. Las familias en control al mes de diciembre del 2002 alcanzaron la cifra de 275 mil172”.
Además, con el énfasis sobre el “autocuidado” de la salud, el Programa Nacional de Salud 2001-2006 del actual gobierno, ha buscado sintonizar las “políticas” nacionales con las modas gerenciales y preventivistas, impuestas desde la Organización Mundial de la Salud de la Dra. Gro Harlem Brundtland.
Y todo ello sucede, cuando en 1999 se reportó el fallecimiento de 443 mil 950 personas. Aproximadamente la mitad de ellas, el 52.1 por ciento, ocurrieron por las siguientes cinco causas: enfermedades del corazón (isquémicas e infarto agudo al miocardio), tumores malignos (órganos digestivos: estómago, hígado y vías biliares así como órganos genitourinarios: cuello del útero y próstata), diabetes melittus, accidentes (de tráfico) o enfermedades del hígado (alcoholismo y hepatitis).
Esta realidad sanitaria que debería ser enfrentada con equilibradas y resolutivas políticas de prevención y cura, suele ser “resuelta” desde el discurso gubernamental recurriendo a una jamás probada “transición epidemiológica” que, más que orientar el curso de esas políticas, tiende a enmascarar interesadamente el enfermar y morir de los mexicanos.
Como se ha señalado más de una ocasión, esta mezcla de la salud pública con la atención médica es el principal problema al que se enfrenta actualmente el Sector Salud para la prestación de los servicios.
Que el IMSS, principal institución nacional pública diseñada para atender enfermedades, esté mal ocupándose de labores preventivas, indica que -desde los tiempos en que Guillermo Soberón encabezó la Secretaría de Salud- los responsables políticos de la salud en México han equivocado y siguen equivocando el camino.

Tres. ¿Qué ha fallado?

Sin duda, el orden de prioridades para acometer el mapa nacional de la salud y enfermedad.
En primer lugar, México debería mejorar el estado real de la salud de su población, previniendo eficazmente con verdaderas políticas intra y extrasectoriales. Para ello, el actual formato institucional de la Secretaría de Salud debería ampliarse, concentrándose exclusivamente en las tareas de salud comunitaria y contando con la entera colaboración de los otros ramos de la administración pública que tienen competencia directa en el asunto (señaladamente, SEP, SEMARNAP y SAGARPA, entre otras).
En segundo término, México debería mejorar la calidad de sus intervenciones clínicas para tratar a los enfermos, extendiendo y reforzando para ello el modelo IMSS de atención médica integral a todo el país. Finalmente, la medicina privada (y el sistema de seguros asociado a ella), así como la industria farmacéutica y la de equipos médicos, deberían ser rectamente regulados desde el modelo IMSS de atención médica integral. Ello garantizaría que brindaran oportunamente la atención y servicios requeridos en un marco regulatorio moderno.
Así que en los albores del siglo XX1 México debería poder, por fin, medir bien el impacto de sus políticas preventivas a través de señales de buena práctica en salud comunitaria y fortalecer consistentemente, de una vez por todas, las políticas clínicas con que médicos y enfermeras atienden a los pacientes.
Resulta también indispensable que los responsables políticos intervengan en definitiva sobre el complejo asunto de la educación médica –lugar donde se transmiten las destrezas y habilidades clínicas a los médicos en formación-, normando el exceso de escuelas y facultades, su engrosada matrícula -que apenas puede ofrecer a sus egresados una pálida realidad de subempleo/desempleo-, ajustando urgentemente la curricula al actual perfil de salud y enfermedad del país y consolidando coherentemente la distribución de médicos ahí donde se carece de ellos.

Cuatro. El “cambio” incumplido por Fox

La situación de salud en México se cursa hoy día a través de una incoherente combinación gubernamental de prevención y cura; donde el Estado tiende a replegar su responsabilidad en la atención de las enfermedades a cambio de operar acciones de promoción y prevención rudimentarias.
El sector salud de los últimos 22 años afirma prestar servicios de “salud” cuando, en términos estrictos, apenas y distribuye paquetes básicos esenciales. El gobierno clama por elevar su gasto en salud, pero si sus políticas “preventivas” fueran radicales debería, más bien, optimizar los recursos con que ya cuenta y gastar más, mejor y con nuevos parámetros clínicos en la atención de las patologías que enferman y matan a los mexicanos.
Tampoco el Programa de Servicios Médicos y Medicamentos Gratuitos que opera la Secretaría de Salud del actual Gobierno del Distrito Federal ha incorporado políticas clínicas alternativas para la mejora de sus pacientes y los médicos que los asisten. En rigor, se trata de una estrategia de gestión social dotada de algunas intervenciones médicas.
Además, la silueta de la pobreza y desigualdad, migración interna y externa, el mundo morboso de la población rural e indígena y los discapacitados, entre muchos otros, pesan cada vez más sobre el potencial de respuesta y pretendida “soberanía” en las decisiones que adopta el Sistema Nacional de Salud.
Frente al legado de los gobiernos priístas, durante su campaña presidencial, Vicente Fox, escuchó tres grandes demandas: resolver el desabasto crónico de medicamentos; poner en operación todas la infraestructura de salud terminada (centros, clínicas y hospitales) pero cerrada por motivos presupuestales y solucionar el diferimiento quirúrgico.
Poco o casi nada de ello se ha cumplido. Sin embargo, todos aquellos que sufragaron por el “cambio”, reciben –pagando más impuestos, cuotas, tarifas y medicamentos- los mismos o peores servicios que Fox heredó del PRI. A esos electores, el foxismo sólo les ha devuelto apocalípticos “diagnósticos” financieros sobre el “estado de los pasivos” en el IMSS y en el ISSSTE. Aunque, ciertamente, ninguno de esos “diagnósticos” haya precisado todavía cómo mejorar efectivamente la prevención y cura que necesitan los mexicanos.
Peor es el caso del fantástico programa sanitario “estrella” que se publicita desde la Secretaría de Salud: el así llamado Seguro Popular. Ofreciendo proporcionar una atención médica que el sistema nacional hoy no puede garantizar; recargando el diseño asistencial con medidas generales de salud pública; sin bases firmes para su financiamiento; cobrando a los pacientes los servicios a través de un opaco esquema de prepago; imponiendo a las entidades federativas -desde el centro del país (Secretaría de Hacienda)- un autoritario ritmo de gasto y exponiendo la labor de médicos y enfermeras a los justos reclamos de una población que ha “comprado” una póliza que no recibirá su contraparte, este programa “innovador”, que no constituye ni “seguro” ni mucho menos “popular”, está llamado a figurar como el más sonoro fraude institucional de la administración del “cambio”.
Por ejemplo, Fox ha prometido que el compromiso es llegar a 5 millones de familias afiliadas para el año 2006, es decir: 25 millones de mexicanos. Al final de cuentas y revestido de una nueva imagen, el Seguro Popular sólo distribuye los mismos recursos –medicamentos: 45 por ciento; sueldos: 23 por ciento; compra de equipo: 16.6 por ciento- a las entidades federativas que ya distribuían los gobiernos priístas.
Ello muestra que en los actuales responsables políticos palpita una honda confusión entre la meta final de cualquier sistema de salud (mejorar el estado de salud y curar bien las enfermedades) y una de sus metas intermedias: financiar la prestación de servicios. Pero al ciudadano-elector no le importa el cómo de ese financiamiento. Pagados sus impuestos y atento a su estilo de vida, lo que aguarda al enfermar es un sistema con capacidad de respuesta médica digna y resolutiva.
Así, en la arena de la salud y seguridad social, el actual gobierno traicionó su oferta de “cambio”: hoy por hoy resume una desangelada continuidad.

Quinto.¿Qué hacer?

Resulta sencillamente ridículo que los responsables políticos invoquen demagógicamente una “democratización de la salud”, cuando cotidianamente cualquier mexicano enfermo –a pesar de contar con “derechos civiles, políticos y sociales” constitucionalmente sancionados- paga por unos servicios incapaces de curarlo.
Solo queda aguardar que los electores que votaron por el “cambio” –más los que se sumen a la jornada electoral del 2006- opten por una nueva elite que, al hacerse cargo del destino de la política pública y llamar simultáneamente a rendir cuentas a los que hoy están tomando decisiones, diseñen otros cuerpos de acción persuasivos y consensuados, a la altura de la necesidades nacionales y capaces de equilibrar con imaginación, audacia y seriedad la prevención y la cura somato-psíquica moderna.

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