Por: Daniel Payares

Twitter: @errordematrix

 

 

Este relato es artificial porque está muerto por dentro. Tiene una capa suave de ficciones en el exterior. Es parte de una serie de anomalías que comenzaron el día en que todo terminó. 

Ese día nos levantamos con la mirada alta y el orgullo bajo. El sol tenía buenas intenciones, pero estaba demasiado lejos para intervenir. Los niños fueron los primeros en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Al principio fueron cambios leves en la estática de esos que erizan un poco la piel, pero todo escaló rápidamente. El momento cumbre llegó cuando el cielo se oscureció como si lo hubieran pintado con carbón mojado. Todos quedaron estáticos en un asombro global; vigilantes, inmóviles en su desesperación, encerrados en el abismo de sus propios cuerpos, conscientes por primera vez de la fragilidad de su propia existencia. Si se prestaba la suficiente atención, podían escucharse millones de corazones latiendo al unísono en un réquiem sin final. Las personas caían como piezas de dominó. A simple vista era aterrador, pero visto desde arriba era como una gran obra de arte, un estado armonioso de la naturaleza retomando lo que siempre fue suyo. El último en caer dijo: “Espero que todos volvamos cuando seamos uno”.

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