Por Bibiana Faulkner

Twitter: @hartatedemi

 

Vengo acá a escribir que no sé cuál es el punto de partida cuando se enloquece por amor, pero tengo anclados en la memoria algunos momentos bastante meritorios.

De antemano me disculpo si no los describo a la perfección, pero en mi memoria están intactos e inalterables.

 

No era ningún día de campo, pero parecía: estábamos sentadas alrededor de una mesa mientras me platicabas de tu infancia, yo escuchaba atenta y te imaginaba por los corredores de la casa que me platicabas, aquella tuya. Luego la vida y los vuelcos de la misma que a veces nos cuesta tanto comprender. Te dije tonterías, volteé a ver el cielo un par de veces e incluso te platiqué una película porque me pareció muy atinado. La cosa era simple, pero yo di muchos rodeos: que yo puedo también llorar cuando tú no puedas o no sepas cómo comenzar. Entonces enloquecía por amor. Y desde entonces se ha sentido bien.

 

Era otro día sin alboroto, quién diría que la magia nace en los momentos más simples y por eso es más fácil ser feliz, porque ponemos atención justo en las cosas más simples y blancas. Yo te tomaba la mano mientras tú admirabas absorta el guion, vestuario y actuaciones del musical que tanto nos gustó a las dos. Espera que me desvío; te tomé la mano con ambas mías, lo hice sin premura aún cuando todo mi cuerpo me urgía abrazarte para siempre. Decidí quedarme quieta, quietecita, mientras contenía como recipiente todas esas ganas de sentirte cerca, cerquita. Entonces enloquecía por amor. Y desde entonces se ha sentido bien. Estúpidamente bien.

 

O cuando me preguntaste dónde quería vivir y lo único que se me ocurría contestar era que contigo a todo. ¿Dónde quieres vivir?, ¿cerca de qué?, ¿con algún café a la vuelta?, ¿cuánto tiempo? Y yo no pensaba en algún lugar del centro histórico, ni de la zona europea de la ciudad, algún granero o lo que fuera; yo pensaba que contigo. Tal como cuando respondo que contigo llevo tres vidas y sin enojarnos para que después me reprochen que deje de contestar con poesía, pero no puedo porque desde que comencé a enloquecer por ti, no se me ocurre otra manera de contestar. Y desde entonces se ha sentido bien. Estúpidamente bien. Hermosamente bien.

 

O aquella vez de tu bufanda. Me la diste para que no te extrañara tanto, pero realmente no sabías lo que decías porque aquella noche te extrañé como nunca. Fui una niña con su objeto transicional color marrón olor a ti. Y desde entonces se ha sentido bien. Estúpidamente bien. Hermosamente bien. Calladamente bien.

 

No sé cuál es el punto exacto de partida cuando se enloquece por amor, pero tengo anclados en la memoria algunos momentos bastante meritorios porque tú.

 

A veces hablamos tanto y siento tanto, pero cuando no hablamos siento igual; que cuando te toco siento también igual y cuando te beso siento todo eso más mariposas que podrían salirse por los ojos, por eso, mi amor, a veces los cierro.

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