Por Fernándo González

Twitter: @DePapelyTinta

 

Te escribo a ti porque pareces nunca importarle a nadie. Que solo te dejan en el pasado como si nunca hubieses sucedido y nunca he sentido una tristeza más profunda que aquello que se queda en el olvido para siempre.

Para empezar, quiero decirte que no fue sencillo y mira que he tenido peores que tú. Me hiciste pasar momentos tan duros como gratos. Contigo me vacié de algunas personas y me llené de otras tantas. Aprendí a desprenderme de quien nunca me quiso anclado y solté la mano de quien siempre quiso aferrarse. Sufrí varias pérdidas: algunas que quisieron irse por propia convicción, otras porque me fueron arrebatadas por simple capricho divino y otras que no tuvieron otro responsable que no fuera yo y nada más yo. Me busqué hasta el cansancio y parece que finalmente contigo me encontré. Conocí una nueva piel a la que ya me acostumbré y que, con fortuna, seguiré escribiéndole con ella a mi lado a tu sucesor. Me arrepentí de mis errores —y seguiré trabajando en los que no— que estaban asfixiándome. También perdoné a personas.

Me emborraché, no tantas veces como el cuerpo y la memoria lo demandaron, pero lo hice. Encontré un espacio —este en el que esto está siendo leído— en el que puedo y me dejan ser yo sin cuestionarme. Te tengo buenas noticias: esta vez pasé más frío en las extremidades de mi cuerpo que en el alma y eso definitivamente es un avance, ¿no?

Lloré solamente seis veces. Me pareció importante llevar la cuenta porque entonces significa que los otros 359 días fui feliz (o al menos no fui lo suficientemente triste como para quebrarme). Me enojé muchas veces pero me enfurecí pocas y esto también me pareció importante porque pues, bueno, siempre es bueno terminar un día sin asesinar a alguien. Extrañé a quienes me pusieron a lidiar con su ausencia desde hace años y a quienes tenían cinco minutos de haberse marchado. Carecí de algunas cosas y me atiborré de algunas otras. Me carcajeé hasta no sentir más el abdomen y también sufrí de risas nerviosas.

Hubieron días en que fui invencible y otros en los que tuve más miedos que un niño de seis años. Leí tanto como pude pero no tanto como quise. Algunas cosas imposibles las hice posibles y otras cosas posibles las convertí en imposibles. Aprendí mucho y olvidé poco. Le confesé a la señora de la panadería que fui yo quien dejó la nota que decía “Tiene más bigote que yo. Soy hombre.”, en su aparador. Recibí tantas mentadas de madre suyas y de muchas personas más como supongo que las tenía merecidas. Conduje tan rápido como pude y otra vez no tramité mi licencia de conductor. Ups.

También escribí. Había días en los que las palabras se atoraban en mis dedos y otros en que fluían como ríos. Y también me frustré. Amé hasta las entrañas; de verdad.

Te escribí porque no quise dejarte en el olvido; porque fuiste injusto y benévolo conmigo, así como yo contigo. Entonces, año que se va: puedes marcharte tranquilo, que estamos bien; que estamos a mano.

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