Gustavo Leal F.
  División de Ciencias Biológicas y de la Salud
 Departamento de Atención a la Salud
 Area de Investigación en Salud y Sociedad
  
En  las siguientes páginas hablaremos de tres momentos en la situación de la red de  salud y seguridad social mexicana durante los últimos 20 años, para ilustrar  las oportunidades de ajuste que se perdieron y tratar de entender hacia dónde  apunta la actual gestión dentro del sector salud, como marco para el examen de  las consecuencias de todo ello sobre el curso del perfil de daños a la salud de  la población mexicana, cuya elaboración, por cierto, aún espera.
 El  momento inicial del que vamos a ocuparnos es el más largo: un lapso que se  inicia a fines de la década de los ochenta y termina el 2 de julio del 2000: el  que corresponde a las tres últimas gestiones del ciclo priísta. Podemos  imaginarlo como el final de un arco durante el cual la estructura, estado y  coberturas de la red de salud y seguridad social se fueron deteriorando; las  escasas pero importantes oportunidades de modificar ese destino simplemente se  dejaron escapar, y en el último punto de ese arco la oferta de atención médica  había llegado ya a una muy lamentable situación.  El segundo momento es sólo un instante a  fines del siglo XX en el cual nos detendremos a mirar, desde el peculiar  observatorio del Banco Mundial (que ofrece su inventario para el año 2000), el  desolador panorama de la red después de 18 años de las así llamadas reformas  sectoriales.2 El  tercero es  un  momento similar a ese en el que acaba de  dispararse una flecha pero es posible ya darse cuenta de la trayectoria hacia  la cual ha sido lanzada: la dirección a la que apunta la actual gestión  sectorial. Terminaremos este recorrido con nuestro propio balance y algunas  consideraciones sobre las ya previsibles consecuencias.
          
El final de un arco 
La red mexicana de salud y seguridad social a fines de los  ochenta
Constituida por un conjunto de  segmentos no integrados, para 1988 la red estaba formada por las distintas  instituciones que surgieron a lo largo del siglo, cada una con sus particulares  historias y trayectorias (Alvarez Amézquita,  1960; Spalding, 1978; Poitras,  1973; Arce, 1944). De ellas, las más identificables eran la antigua Secretaría  de Salubridad y Asistencia y los dos grandes institutos de seguridad social: el  Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Instituto de Seguridad y  Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Menos visible, pero  en coexistencia con ellas, estaba también la medicina privada, desde entonces  de indudable importancia y a la vez de muy difícil cuantificación. 
    Uno de los propósitos al intentar crear un Sistema Nacional  de Salud fue, precisamente, el de tratar de armonizar los programas federales,  estatales, de los sectores social y privado (Soberón,  1987). Pero ¿cuáles eran los alcances de la red y sus coberturas? ¿y qué  destino tuvieron las apuestas de la política sectorial de entonces?
  Para poder evaluarlo es necesario  considerar el carácter público o privado de las instituciones y  establecimientos, el nivel de atención en el que ofrecen sus servicios y su  ubicación regional, porque de ello han dependido tanto los recursos con los que  cuenta como los grupos poblacionales a los que atiende. 
  Por lo que se refiere a la subdivisión  pública y privada, ya desde ese período las instituciones públicas constituían  la porción más visible de la red, en tanto que de las privadas era muy poco lo  que se conocía  (SSA, 1991). En cuanto a  los niveles de atención, la provisión de las medidas de salud pública y  atención médica se organizaban con la estructura de una pirámide: en la base,  la atención primaria que se ocupaba de la promoción de la salud, algunas  intervenciones preventivas y medidas terapéuticas muy simples brindadas por  personal no profesional con cierto entrenamiento. En estrecha vinculación con  la anterior, el llamado primer nivel de atención era atendido por médicos  generales y familiares que trabajan en consultorios muy elementalmente  equipados, basándose casi exclusivamente en sus habilidades clínicas. En el  siguiente escalón, la atención de segundo nivel se proporcionaba en los  hospitales generales, con médicos capacitados en las llamadas especialidades  básicas (cirugía, pediatría, gineco-obstetricia,  medicina interna), un mayor apoyo de los exámenes paraclínicos  y la posibilidad de atender padecimientos que requirieran cirugía mayor o  atención hospitalaria. Y en el vértice de la pirámide, la atención de tercer  nivel ofrecida en los hospitales más especializados con médicos altamente  capacitados, moderno y sofisticado equipo para la realización de exámenes de  laboratorio y gabinete, y capacidad  para  intervenciones terapéuticas de elevada complejidad3 (Córdova et  al, 1992; Leal y Martínez, 2003).      Como es de suponer, en la  porción más alta de la pirámide, los costos de operación por paciente eran más  elevados. Pero el acceso de la población guardaba entonces –como hoy- una  relación inversa: pocos con acceso a los servicios más sofisticados y costosos,  y la mayor parte con accesos sólo a los niveles más elementales de la atención  médica. 
  Geográficamente, la distribución de  estos servicios seguía, como desde mucho tiempo atrás, un patrón  aproximadamente inverso al de la magnitud de los problemas de salud de la  población (Córdova et al, 1989). Las zonas urbanas con mayores recursos  concentraban las instalaciones más caras y sofisticadas. Las unidades de primer  nivel tenían una distribución algo más homogénea, pero no lograban evitar que  las áreas rurales más pobres se encontraran prácticamente aisladas del acceso a  cualquier servicio (Córdova et al, 1992).
  Como hoy, en aquél momento las coberturas dependían en gran  medida de la inserción ocupacional de los económicamente activos (tanto porque  esto determina la adscripción a las instituciones de seguridad social, como  porque de ello dependen los niveles de ingreso de los hogares, única vía para  acceder a la red privada). La población trabajadora era un conjunto  extremadamente heterogéneo. El sector agropecuario agrupaba desde los  pequeños propietarios y ejidatarios, hasta los jornaleros o asalariados  agrícolas, todos ellos distribuidos en regiones de muy diversa vocación  productiva. Los del sector industrial eran en su mayoría asalariados de las  pequeñas y medianas empresas nacionales, con una proporción mucho menor de  trabajadores para las grandes firmas transnacionales. Y en el terciario, se  contaban desde los empleados de las ramas más modernas como serían el sector  financiero o el turismo, hasta el creciente grupo de trabajadores por cuenta  propia en las labores menos productivas y apenas remuneradas del sector  informal urbano, sin contar a los trabajadores familiares no remunerados  (Córdova et al, 1989). Cualquier cifra promedio que pudiera ofrecerse estaría  ocultando estas profundas polaridades.
  De las coberturas a cargo de la  red pública, la porción mejor conocida era, como siempre, la que correspondía a  las instituciones de seguridad social. En el año de 1990 llegó a alcanzarse una  de las mayores proporciones: los dos grandes institutos (IMSS e ISSSTE) se  hacían cargo de la atención de más de la mitad de la población nacional,  estimada para entonces en alrededor de 81 millones de habitantes (Cuadro 1). El  IMSS cubría a los asalariados de las empresas privadas en el sector formal de  la economía y sus familias, y a un pequeño grupo de asalariados del campo y trabajadores  agrícolas de algunos regímenes especiales. El ISSSTE atendía a los  trabajadores del sector público y sus dependientes. Las demás instituciones de  seguridad social (ISSSFAM y Pemex) cubrían a sus  poblaciones de referencia (Leal y Martínez, 2000). Pero la proporción de  población cubierta por la seguridad social variaba mucho entre las distintas entidades  federativas (Martínez et al, 1991).4
  La atención médica del resto de  la población, la que laboraba o dependía de trabajadores del sector  informal urbano, de trabajadores por cuenta propia del campo o de los pequeños  talleres artesanales, se encontraba bajo la responsabilidad de las instituciones públicas para  la población abierta (fundamentalmente la antigua Secretaría de Salubridad y  Asistencia ahora con su nuevo nombre: Secretaría de Salud), con recursos  siempre insuficientes. Y estaba también la medicina privada, accesible  básicamente para la población de niveles de ingreso medios y altos (Martínez et  al, 1991).
    En cuanto al destino de las apuestas de la política sectorial  nacidas en aquella época, sus lamentables efectos no alcanzarían a observarse  en toda su magnitud sino varios años más tarde.5 
Una  buena  oportunidad…  perdida
  Para el siguiente período  gubernamental, el Programa Nacional de Salud 1990-19946 enfrentaba los retos de  la creciente complejización del perfil de daños a la salud derivado del  incremento poblacional, el denominado envejecimiento demográfico (crecientes  magnitudes de personas alcanzando edades cada vez más avanzadas), y los efectos  sobre la salud de los riesgos originados en las condiciones ambientales de un  país que  venía de un pasado rural para  entrar a una modalidad de urbanización pauperizada,  sin superar nunca las endémicas desigualdades económicas y sociales intra e  interregionales (Córdova et al, 1989; Martínez et al, 1991). La tarea para el  Sistema Nacional de Salud era indudablemente muy difícil, pero su insuficiencia  para llevarla a cabo no hizo sino agravar todavía más el panorama. 
  En el universo de la política pública, ese Programa Nacional  de Salud nació como un intento para redefinir y acotar las relaciones entre la  sociedad y el gobierno7 e insinuó un reordenamiento en una dirección que se distanciaba ostensiblemente  del proyecto soberonista del Sistema Nacional de  Salud (1982-1988). Como tal, pudo constituir un correctivo médico-clínico para aquel primer diseño (Córdova et al, 1988 y  1991).
  Puede especularse que, de haber persistido en esa dirección,  esa apuesta hubiera consolidado un retorno al eje clínico en su versión más  moderna, apoyado por la investigación biomédica y el arsenal sociomédico (De la Fuente et al, 1990). De haberse asumido  un verdadero compromiso con el perfil de riesgos y daños a la salud de la  población como el objeto principal y el centro del hacer médico, con una  refundación contemporánea del lugar privilegiado que merece la relación  médico-paciente en todo acto terapéutico y la profundización seria de los  preceptos sanitarios que se habían ganado en las últimas décadas de la gestión  pública, el Programa hubiera podido anclarse sólidamente en los grandes  problemas de salud de la nación. La recuperación de la voz de un  segmento clínico moderno, comprometido con las necesidades nacionales, hubiera tenido la ocasión de constituirse en el foco emisor de los  parámetros que deberían dar cuenta tanto de la formación de las nuevas  generaciones de médicos, como de la democratización del peso del gremio en su  impacto sobre la política pública, es decir, de sus relaciones con la sociedad, el aparato de la administración pública y  el Estado (Leal y Martínez, 1993; Martínez y  Leal, 1998 y 2001). 
   Sin embargo, los intereses en disputa y  la inercia sectorial heredada de la gestión previa terminaron conduciendo estas  oportunidades en una dirección muy distinta (Leal y Martínez, 1993). Las  posibilidades correctivas del Programa se malograron. Y pese a que por primera vez en la historia de la  administración pública del área de la salud el documento maestro de la política  sectorial estuvo sometido a un proceso de vigilancia social, la sociedad  organizada no tuvo nunca la opción real para redefinir participativamente el  surco principal de la política pública: se volvieron a imponer las élites.
    Esto muestra, por cierto, la compleja, aunque estratégica correspondencia  que se expresa entre los responsables políticos del sector a cargo del aparato  de la administración pública (en especial los mandos medios y altos) y los  intereses de los distintos segmentos en pugna dentro del muy antiguo gremio  médico; correspondencia que no ha trabajado necesariamente a favor del cuidado  de la salud de las mayorías nacionales (Leal y Martínez, 1993 y 2000; Leal,  1998 y 2000a). 
El sector  salud a fines de los noventa
    
    La política de salud y seguridad social del período 1994-2000  se vio hondamente marcada por la huella de dos graves sucesos de la historia  nacional reciente: el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la emergencia  económica de fines del 94 que vino a  complicar el panorama (Solís,  1996).
    En ese período8 entró en operación una agenda elaborada en la Presidencia de la República a  partir de las recomendaciones del Banco Mundial y de una propuesta de la  Fundación Mexicana Para la Salud (Funsalud, 1994) que  pretendía ofrecer una salida a la difícil situación en la que se encontraba el  Sistema Nacional de Salud (Leal, 2000). Las dos estrategias básicas que así se  definieron fueron  la ampliación de la  cobertura a la población abierta a través del rudimentario Paquete Básico de  Servicios de Salud y la descentralización de los servicios a población abierta  (Zedillo, 1994; PEF, 1995: 53-55; PEF,  1996: 14-19; González Fernández,   2000). 
    Además de esto, se llevó a cabo la reforma de la Ley del IMSS  de 1995, que privatizó el sistema de pensiones (Leal y Martínez, 2000). Esta  reforma del sistema mexicano de seguridad social fue la más profunda ocurrida  desde 1943 (Arce, 1944; Leal,  2000a), y se realizó con un margen de maniobra considerablemente reducido para  que el gobierno involucrara persuasivamente a la ciudadanía. Su entero entramado  prospectivo se diseñó en un marco de gran duda social sobre la capacidad para  la conducción de un calendario gradual para la apertura sectorial (Leal y  Martínez, 2000; Leal, 1998 y 2000a). 
    Hubo una gran desproporción entre la prioridad otorgada al  nuevo sistema privado de pensiones y la mínima atención que merecieron las no  menos importantes dificultades que enfrentaba la provisión de servicios de  atención médica, así como los problemas que enfrentaban los médicos y las  enfermeras (Leal y Martínez, 2000). 
Una nueva oportunidad también perdida
    Si la agenda de la modernización,  fincándose en el mediano y largo plazo, hubiera iniciado un trabajo de  consolidación sectorial para luego empezar a abrir nichos privados fuertemente  regulados en la red pública9 (Friedman, 1999, pág. 14),  podríamos especular, una vez más, que quizá pudiera haberse llegado a un  proceso de ajuste en dos niveles. En el primero,  se habría sintonizado al sector con los requerimientos que el proceso de la  modernización en curso le demandaba, mientras que en el segundo, se habría apuntalado simultáneamente la red con los  soportes seminales de la así llamada mezcla público-privada (public-private mix, Creese, 1992), proyectados hacia su fortalecimiento como bien público (Samuelson  y Nordhaus, 1989: 989-981) con capacidad de  autofinanciamiento en el largo plazo.
    El principal reto de este diseño hubiera sido el de  establecer la fórmula “mexicana” de adecuada regulación clínica para el nuevo formato institucional, la patente  de garantía -al mismo tiempo flexible y consistentemente normativa- para  ofrecer a todos los actores de la arena reglas claras y pactadas para la  competencia, bajo esquemas modernos de supervisión.
    Simultáneamente, la gran misión estratégica de la política públicahabría  consistido en reorientar la totalidad de los recursos hacia la mayoría nacional  sin capacidad de pago que los demandaba, restituyéndole a la medicina clínica  moderna su presencia nuclear en la toma de decisiones. Pero no fue así como  ocurrió.
Los efectos sobre la red pública
    Las oportunidades perdidas  durante este arco de las tres últimas gestiones priístas no podían tener otro  efecto que el que hoy se observa sobre la enorme y potencialmente prometedora  red construida en las décadas precedentes. 
    Desde fines de los noventa,  luego de 19 años de “políticas de la no política”, lo que queda de la red  pública son instalaciones en mal estado, equipos escasos, obsoletos o  descompuestos, y un contingente de médicos y enfermeras cada vez más  decepcionados ante las dificultades para poder ofrecer a sus pacientes los  beneficios de su trabajo en condiciones dignas. En síntesis: grandes  instituciones desfinanciadas en las cuales se ofrece  una deficiente atención a una población en proceso de envejecimiento demográfico  y con un perfil de daños cuya complejización se  agrava (Martínez y Leal, 2002). Pese a ello, las estadísticas sectoriales  pretenden mostrar una cobertura pública “potencial” supuestamente universal  (SSA, 2001: 4).
   Si algo nuevo habría que consignar en el  triste escenario de fines de los noventa (Leal, 2001), sería que el saldo neto  de la ausencia de políticas sectoriales responsables ha conducido al  crecimiento anárquico de un segmento privado amorfo y con muy diferentes  calidades clínicas10 (esquema 1), cuyas características son también resultado directo de la falta de  gobierno en el sector. Su expansión deriva de: 
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las crecientes necesidades de atención médica de una  población urbana pauperizada que sobrevive de las  actividades que desempeña en el sector informal de la economía;
 
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el ininterrumpido egreso de  médicos de las cada vez más abundantes escuelas y facultades de medicina, y 
 
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el cierre de las posibilidades que ofrecía la red  pública para un encuentro, en condiciones adecuadas de regulación de la calidad,  entre quienes continúan necesitando y quienes continúan ofreciendo estos  servicios. 
 
No puede más que resultar  lamentable que sea de esta manera como grandes grupos de la población  enfrentan, hoy día, la caída de las coberturas y el deterioro de la red  pública.
    La red a fin de siglo 
    Revisemos,  a través de la mirada del Banco Mundial, el cuadro de la red alrededor del año  2000 (The World Bank, 2001). Conviene advertir, de entrada, que nos encontramos  aquí con una versión que se juega ya por entero en el terreno de los intereses económicos de  la “industria de la salud” y que resulta enteramente ajena al tono, lenguaje y preocupaciones de los "trabajadores  de la salud", si entre estos podemos contar todavía a médicos, enfermeras,  sanitaristas y otros profesionales distintos de los  economistas.11  
La economía
    Ciertamente el país  muestra ya otro perfil. La economía mexicana se ha diversificado. Pero aunque la mayor parte de sus actividades se  realizan dentro del sector formal (47.3% del PIB generado por los servicios12;  28.2% por la industria y apenas 5% por la agricultura), la informalidad también  ha seguido creciendo sostenidamente (Ibíd, pág. 265-267).
   La  estructura dual del sector productivo se profundizó con la liberación comercial  y la crisis bancaria de los noventa. Por un lado está el dinámico universo  exportador que se ajusta a la competencia internacional (en el cual se incluye  a las maquiladoras), y por el otro, el sector doméstico menos eficiente,  constituido por micro, pequeñas y medianas empresas, orientado al mercado  interno. Cada uno de ellos se financia de manera diferente: el primero con  crédito internacional y el doméstico con préstamos de los bancos nacionales.  Sus relaciones son débiles a causa de la naturaleza importadora de la industria  maquiladora, por la concentración de las exportaciones en algunas grandes  compañías y por la baja competitividad de las pequeñas y medianas empresas  (Ibíd, pág. 265- 266).
La atención a la salud 
    La población nacional -señala este documento- alcanzará  107 millones de habitantes para el año 2006: 8  millones de personas más que en el año 2000 para demandar servicios de salud.  Los mayores de 65 años habrán superado los 5.8 millones, y la afiliación al  IMSS estará llegando a los 60 millones.13 El  Banco se permite tasar la mortalidad entre la población en edad de trabajar en  alrededor de 13 billones de dólares anuales,14 equivalentes a un 5% del Producto Interno Bruto (PIB) (Ibíd, pág.  409). 
    El gasto del  gobierno en salud y seguridad social se ha elevado en los últimos 10 años, pero  aunque los recursos del sistema de salud público y privado son grandes y siguen  creciendo,15 no permiten costear sino la mitad del gasto total. La distribución de estos recursos y sus resultados varían considerablemente  entre las diferentes instituciones y entidades federativas (Ibíd, pág.  412-414). 
    El sector privado, pequeño y  fragmentado, tiene evidentes problemas de calidad. Más del 82 % del total de  los hospitales privados cuenta con menos de 10 camas y sólo 3 % dispone de más  de cincuenta. Un grupo muy reducido de la población cuenta con la cobertura de  algún seguro privado (se habla de aproximadamente 3 y medio millones de  personas) y éstos se dividen, a su vez, en dos grupos: los empleados de firmas  amparadas por algún convenio de reversión de cuotas del IMSS, y los que a  partir de los años noventa cuentan con seguros de gastos médicos mayores (unos  2.5 millones de personas para 1999). Las Instituciones de Seguros  Especializadas en Servicios de Salud (ISES), de reciente operación, han  enrolado a cerca de un millón de usuarios con los llamados paquetes de salud  integral (Ibíd, pág. 416).
  El  número de médicos con más de un empleo pasó del 25 al 33 % entre 1986 y 1993 y  se elevó aún más en 1999 (Ibíd, pág. 421). En los servicios que atienden a la población  abierta, para 1996 había desabasto de los  medicamentos más esenciales.16 En las instituciones de seguridad social los problemas no faltan. Parte  considerable del equipo del IMSS no ha sido renovado durante los últimos 20  años y el promedio diario de consultas otorgadas por cada médico de familia  para 1998 era de 17.7, cuando en Europa era de entre 30 y 35 pacientes diarios  (Ibíd, pág. 421).
   Sin  embargo, el financiamiento de la red mejoró durante el sexenio de Zedillo (Ibíd, pág. 424), aunque los costos administrativos suelen ser muy  altos. En la SSA absorben una cuarta parte del gasto y en el IMSS e ISSSTE  llegan a superar el 15%, proporciones todas ellas muy altas de acuerdo con los  estándares internacionales (Ibíd, pág. 425). A partir de la reforma del IMSS de 1995, los  cambios en su estructura financiera incrementaron el porcentaje del  financiamiento central del gasto público, que pasó de 0.5% a 2.5% para 1997. Se  espera que para el año 2010 el financiamiento público crezca de un 4 % del  presupuesto anual del IMSS a cerca del 35 % (Ibíd, pág.  427). 
La  descentralización 
    El Banco señala que entre los  principales problemas que se presentan al definir responsabilidades y  asignación del gasto, hay que mencionar que las obligaciones para los servicios  de salud son concurrentes a nivel federal y estatal pero es infrecuente que  alguno de ellos se responsabilice del mantenimiento, regulación e inspección;  que el gobierno federal etiqueta la mayoría de las transferencias y establece a  los estados cómo han de cumplir con sus obligaciones; que las transferencias  etiquetadas continúan estimándose sobre la base de costos históricos y  productos actuales y no sobre los indicadores de la magnitud de las  obligaciones a cumplir, y que se asignan muy pocas responsabilidades al nivel  municipal (Ibíd,  pág.: 709-720). Así, aún cuando las entidades  federativas reciben más recursos que nunca, su autonomía fiscal se ha reducido.  Los ingresos por impuestos representan apenas un 4.5% de los ingresos totales  de los estados, muy poco con relación a sus gastos. 
    Como no hay suficiente claridad sobre  las intenciones sociales que orientan las transferencias, ni una clara relación  entre programas y objetivos, ni objetivos explícitos para ellas,17 las entidades tienen dificultades para calcular cuánto recibirán, y el gobierno  federal para averiguar hasta dónde los recursos transferidos fueron dirigidos a  donde se esperaba. Se incentiva más el logro de favores políticos por parte del  gobierno federal que el esfuerzo por fortalecer las propias finanzas. Y al ir  etiquetadas, se disminuye la autonomía de los estados para atender en forma más  eficiente sus necesidades locales. En síntesis: las transferencias  condicionadas y el monitoreo federal son algunos de los procedimientos  arriba-abajo que México ha utilizado, sin conseguir armar un “mecanismo de  consenso creíble para todos” (Ibíd, pág. 713-716).
Las  pensiones
    La fuerza de trabajo, señala el  Banco, no podría ser ajena a los cambios demográficos experimentados por la  población nacional. La disminución de la fecundidad y la elevación en la  esperanza de vida incrementaron el porcentaje de la población adulta mayor  dando lugar a lo que se ha llamado envejecimiento demográfico. Esto ha  debilitado el acceso de nuevos integrantes a la fuerza de trabajo. La  participación de los adultos mayores en la tasa de dependencia (el número de  adulto mayores como porcentaje de la población en edad de trabajar) se  incrementó de 10.3 % en 1990 a 14.3 % para el año 2000 y se cree que alcanzará,  para el 2010, el 20.8 % (Ibíd,  pág. 223).
  Según el  documento, para 1999 la población en edad de trabajar superaba ya los 59  millones. De los 42 millones que conformaban a la población económicamente  activa, 37 millones laboraban en el sector privado y cerca de 4.5 millones en  el gobierno, las fuerzas armadas o las empresas del sector público. El  crecimiento del empleo privado creció aproximadamente 40% en la década de los  noventa, en contraste con el de los trabajadores al servicio del estado. La  ocupación a cargo de las microempresas y el autoempleo se incrementó, en tanto  que el de las grandes empresas privadas decreció ( Ibíd, pág.  223-224).
    Por lo que se refiere a las  coberturas de seguridad social, se describen los diferentes esquemas de acuerdo  con la inserción laboral de la población, pero se señala que aún en forma  conjunta no logran un alcance suficiente. Para 1996 sólo 22 % de los adultos  mayores urbanos y 7 % de los rurales contaban con algún beneficio a cargo del  sistema público de seguridad social administrado por el IMSS (Ibíd, pág. 234). Se indica que prácticamente todos los sistemas  públicos de seguridad social se vieron fiscalmente rebasados por la combinación  de cambios demográficos, prestaciones poco realistas y malas administraciones.  El documento da cuenta de la crítica situación de cinco distintos sistemas de  pensiones: el sistema de pensiones  público obligatorio para los trabajadores del sector privado (aproximadamente una tercera parte de la fuerza laboral activa cubierta por el  IMSS); el sistema de pensiones para los  trabajadores del sector privado (pensiones voluntarias vinculadas al empleo  ofrecido por algunos patrones); el sistema  de pensiones para los trabajadores al servicio del gobierno federal (sistema  de pensiones del ISSSTE); el sistema de  pensiones de los trabajadores al servicio de las entidades federativas y el sistema de pensiones de los trabajadores  de las empresas paraestatales (para un número relativamente reducido de  trabajadores con regímenes especiales como Pemex y los  de las fuerzas armadas) (Ibíd,  pág. 225-227). Hasta aquí la versión del Banco  Mundial.
    2000-2006  ¿hacia donde se pretende orientar el destino de la red? 
    Para comprender el significado  del curso que en la gestión actual se intenta imprimirle a la red, conviene  aludir a dos antecedentes: 1) las recomendaciones del Banco Mundial que apuntan  hacia la necesidad de separar el  financiamiento de la prestación, integrar una gran bolsa con todos los recursos públicos18 y acudir con esos fondos a comprar los servicios a una estructura plural de prestadores (las Áreas Médicas) y 2) sus  llamativas similitudes con las propuestas comunicadas por Funsalud  (1994), cuyas relaciones con el foxismo también  conviene analizar.
El Banco Mundial y Funsalud
    Las  recomendaciones del Banco Mundial apuntan a que la reforma de la red se  constituya a partir de la consolidación de las iniciativas ya en curso, además  de la introducción de cambios en la organización, financiamiento y provisión de  los servicios. Para fortalecerla, postula los siguientes ocho principios (The World Bank, 2001, págs. 432 y 433):19 
    1) Una clara separación entre financiamiento y prestación como elemento clave  para introducir la competencia, transparencia y rendición de cuentas; 2) Descentralización de la responsabilidad  administrativa y la rendición de cuentas del centro hacia el nivel en el  cual la administración pueda responder mejor a las necesidades de los  consumidores; 3) Desarrollo de mecanismos  de mercado interno y cambios en la modalidad de reembolso a proveedores para asegurar que los recursos sigan a los pacientes; 4)Mayor rendición de cuentas a los pacientes ofreciéndoles opciones en términos de prestadores y el uso de  médicos familiares como porteros, en la entrada del Sistema, para también tomar  las decisiones de compra en su seno; 5) Búsqueda del nivel más alto de calidad y valor de la atención con los recursos disponibles en el  Sistema; 6) Clara definición de un paquete  de servicios esenciales para ser garantizado por todas las instituciones  públicas y privadas; 7) Introducción  gradual de la competencia, tanto entre los proveedores públicos de como  entre los proveedores públicos y los privados; 8) Garantizar un alto grado de flexibilidad que facilite  las variaciones en los servicios locales para responder a sus necesidades  específicas así como para probar modelos alternativos de financiamiento/prestación  y para cambiar estrategias a través del proceso de reforma.  
Luego del cumplimiento de los cambios  sugeridos para lograr la reforma propuesta por el Banco, el Sistema poseería,  idealmente, las siguientes cualidades:20 
    1) un paquete de salud esencial bien  definido, accesible para toda la población; 2) el gobierno en el papel de  garante de un sector salud estructurado como un todo, que ofrece atención costo-efectiva  y provisión de bienes públicos; 3) un fondo para el seguro universal de salud  financiado con recursos de todas las fuentes (gobierno, patrones y  asalariados),  todas las instituciones de  seguridad social (ISSSTE, SEDENA, PEMEX, IMSS) que los transfiere a  instituciones reguladas, organizaciones de atención administrada y planes de  salud (incluidas las Áreas Médicas del IMSS y organizaciones privadas de  atención administrada), sobre una base de capitación ajustada al riesgo; 4)  instituciones reguladas que asumen el riesgo de prestar los servicios dentro de  un marco de reglas para resolver las fallas de mercado; 5) instituciones  reguladas que compran los servicios de prestadores públicos y privados, quienes  a su vez cumplen con criterios mínimos de acreditación y estándares para la  prestación del servicio; 6)adecuada capacidad de supervisión para garantizar  que los servicios se presten ordenadamente y se cumpla con las regulaciones; 7)  mecanismos para asegurar el acceso a servicios de segundo y tercer nivel que  rebasen lo ofrecido en el paquete esencial de salud; 8) un mercado de servicios  de mejor calidad a través de un seguro de salud suplementario, que se adquiere  voluntariamente (Ibíd,  pág. 433).       
A muy corto plazo, evalúa esta  recomendación, podrían implantarse organizaciones de atención administrada en  todas las instituciones públicas. Podría también constituirse un Fondo Nacional  de Salud con las primas de la seguridad social destinadas a salud, los  subsidios que reciben las instituciones de seguridad social y las  contribuciones que recibe la Secretaría de Salud. Este Fondo operaría como  comprador global de servicios de atención a la salud. Las instituciones  prestadoras de servicios públicos tendrían que reorganizarse, separando compra  y prestación. El Fondo distribuiría los recursos entre las organizaciones de  atención administrada, públicas y privadas, con poblaciones adscritas, paquetes  de servicios y factores ajustados al riesgo y al desempeño. 
    El Banco Mundial considera que esta  propuesta podría tomar todavía una década más de reformas (Ibíd, pág.  434). Sin embargo, admite que eso sería en el escenario más agresivo. Como al  instituir reformas de esta naturaleza la flexibilidad suele prevalecer sobre la  firmeza, es posible que los procesos de negociación limiten las reformas reales  alcanzadas y distorsionen sus resultados (Ibíd, págs.  434-436).    
    Otra alternativa sería la de avanzar  en forma más lenta pero con cambios consistentes: sostener la descentralización  en la SSA, profundizar la separación entre financiamiento/prestación  en el IMSS y en la propia SSA, y   fomentar en todas las instituciones reformas internas como las que ya se  han iniciado (Ibíd,  pág. 436).  
    Como antes señalamos, una prospección  similar había sido ensayada ya por Funsalud en 1994 y  refinada en 1999 (Funsalud, 1994; Frenk  et al, 1999). En efecto, y más allá de lo desafortunado que pueda resultar para  el sector salud mexicano, como sostienen con complacencia estos autores, la  propuesta del Banco Mundial no es ajena a sus planteamientos.21 
La Alianza  para el Cambio, el “Equipo de Transición” y El Plan Nacional de Desarrollo
  En la  oferta de campaña de la Alianza para el  Cambio que condujo a Vicente Fox a la presidencia  de la República -elaborada básicamente por expertos de extracción panista22–  no se advierte aún ninguna propuesta en la línea de las prospecciones del Banco  Mundial/Funsalud.   Pero en el “Equipo de Transición” designado por Fox,  éstas aparecen ya en la voz de Julio Frenk, quién  desde un principio habló de “democratizar la salud” al sostener que “si los  mexicanos ya pudieron elegir a su presidente, por qué no van a elegir a su  médico” (Leal y Martínez, 2002). Propuso además la creación de un fondo público  sustentado principalmente en la recaudación tributaria para garantizar atención  a toda la población.23 Textualmente manifestó: “… se necesita más dinero para la salud, pero sobre  todo más salud por el dinero…", y señaló que con los 23 mil millones de  dólares anuales destinados al sector salud podría lograrse un 25 % más de  resultados24. 
    En el Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006 se alude específicamente a  las reformas requeridas en las estrategias, alcance, funcionamiento y  organización del sector salud para prepararse ante las presiones que impondrán  el envejecimiento demográfico y los cambios epidemiológicos sobre la  infraestructura económica y social, así como los desafíos a la viabilidad de  los sistemas de seguridad social y pensiones (Poder Ejecutivo Federal, 2001, pág. 22). Y en una ya muy evidente aproximación a los  lineamientos del BancoMundial/Funsalud, se anota:
  “… el gobierno tiene el compromiso  de seguir desarrollando los sistemas de salud de forma que se extiendan a la  totalidad de la población, eviten la duplicación de esfuerzos y ahorren  recursos. Las estrategias que se plantean buscarán, por lo tanto, unificar los  esfuerzos de las principales instituciones y sistemas de salud que existen en  el país (Ibíd,  pág. 50)
… debe ser el principio de  ciudadanía el que defina (…) las reglas de acceso de la población a los  servicios de salud (…) lo primero que debe garantizarse es el derecho de los  ciudadanos a exigir que se haga efectivo el acceso incondicional a los  servicios básicos de salud (…) que amplíe sus posibilidades de elección (Ibíd, pág. 53)
Funsalud, la Organización Mundial de la  Salud  y el Programa Nacional de Salud
En abril del año 2000, tres meses  antes de la presentación del Programa  Nacional de Salud (PNS), Soberón y Funsalud pusieron a la consideración de Fox  un grupo de propuestas para “enriquecer” el PNS.25 Entre ellas destacan la de constituir un seguro nacional de salud que  subsidiaría con diferentes montos a 21 millones de personas, y la de fomentar  la prestación plural de los servicios y procurar una buena mezcla público-privada  en salud. Según su propuesta, bajo este esquema: 
    … se promovería una sana  competencia que a su vez se traduciría en una mayor calidad en el sector. La  pluralidad en la prestación de servicios es inevitable, dado el incremento en  la demanda que se prevee tendrá lugar en el IMSS.  Ante la imposibilidad de atender a la nueva población derechohabiente, la única  alternativa viable es utilizar la infraestructura de los servicios estatales,  los institutos nacionales y los establecimientos privados, los cuales podrían  servir mediante el financiamiento público.26
En el Programa Nacional de Salud (Poder Ejecutivo Federal, 2001a) se  encuentran asumidas ya no sólo las recomendaciones del Banco Mundial/Funsalud, sino también los postulados de los Informes mundiales sobre la salud en el  mundo 199927 y 200028 de la OMS dirigida por la Dra. Brundtland (Leal y  Martínez 2001 y 2001a): 
    El principio de ciudadanía  reconoce la protección de la salud como un derecho de todos (…) Se dará paso  a un sistema de salud en el que la contribución será proporcional a la  capacidad de pago, y los beneficios, proporcionales a las necesidades (PEF,  2001a, capítulo II. A dónde queremos llegar,   pág. 74 y75).
… las contribuciones al sistema de  salud serán proporcionales a la capacidad de pago y los beneficios se  distribuirán atendiendo principalmente a las necesidades de la población. Este  proceso lo facilitará la acumulación de los recursos financieros en fondos  predominantemente públicos. Al igual que en casi todos los países desarrollados,  habrá una oferta plural de prestadores de servicios de salud y el usuario, en  el primer nivel de atención, tendrá el derecho de elegir el prestador de su  preferencia (PEF, 2001a, pág. 75). 
… los programas para ampliar la  cobertura de servicios de salud a poblaciones marginadas (…) se han centrado  en la provisión de intervenciones básicas. Estos programas ofrecen servicios  preventivos y curativos para las llamadas enfermedades del rezago pero todavía  no incluyen servicios para padecimientos complejos que pudieran requerir, por  ejemplo, de atención hospitalaria (…) Si bien la protección básica representa  un avance importante, el objetivo último es incorporar a la totalidad de la  población a un esquema de aseguramiento estructurado. Para ello se promoverá un  seguro popular que (…) permitirá a los hogares de bajos ingresos acceder al  Seguro de Salud de la Familia del IMSS mediante un subsidio escalonado según la  capacidad de pago del hogar (PEF, 2001a, capítulo III. Qué camino vamos a seguir.  Estrategia 5, línea de acción 5.1, pág 116 y 117).
… con el fin de superar las  limitaciones asociadas a estas formas de organización de los servicios de  salud, el Modelo Integrado de Atención a la Salud (MIDAS) contempla promover  como alternativas la autonomía hospitalaria y la asignación de recursos a los  hospitales sobre la base de acuerdos de gestión, que son instrumentos  contractuales que comprometen a los prestadores de servicios a cumplir con  determinadas metas de cobertura y calidad a cambio de una cantidad determinada  de recursos. (PEF, 2001a, capítulo III. Qué camino vamos a seguir. Estrategia  8, línea de acción 8.3, pág 139).29
    El Primer Informe de Gobierno y el Seguro Popular
    En su Primer Informe de Gobierno Fox habla de  la necesidad de contar con un Sistema Nacional de Salud “financieramente más  justo”, en el que las familias no tengan que incurrir en gastos excesivos a  causa de sus necesidades de atención médica (Fox,  2001, págs. 1 y 2). Ofrece fomentar la afiliación al  Seguro Social y vincular las aportaciones por impuestos generales otorgadas a  salud con las necesidades de cada familia, para avanzar hacia la satisfacción  de la demanda de servicios de salud. El Secretario de Salud Frenk  se apresura a poner en marcha el Seguro Popular30 pese a no haber mostrado aún las pruebas de su viabilidad, como lo había  ofrecido31. 
    Según la Presidencia  de la República (2001 y 2001a), este Seguro Popular establecido en el PNS  consistiría en:
    … la  afiliación de la población no asegurada mediante un proceso de credencialización y un prepago (subsidiado por el gobierno  federal en el caso de los hogares que no cuentan con un ingreso suficiente para  pagar la cuota anticipada). Entre los beneficios de contar con el seguro están:  la excención en el pago de cuotas de recuperación  para los servicios incluidos en la cobertura del seguro y la garantía de  disponibilidad de medicamentos, particularmente en el primer nivel de atención  (Presidencia de la República, 2001, pág.35).
 Y la Secretaría de Salud lo describió así: 
    … Un pago  subsidiado con fondos públicos, dirigido principalmente a la población de bajos  recursos económicos. Mediante un sólo pago, por un período determinado el  asegurado y su familia tendrán acceso a consulta y a servicios. De esta manera  podrán acceder al llamado Seguro de Salud de la Familia del IMSS. La  identificación de las familias que tendrán acceso a este sistema, se hará  basándose en los padrones de los programas sociales a cargo de la Secretaria de  Desarrollo Social. Por su lado, la SSA se encargará de coordinar la promoción  del citado seguro a través de los servicios estatales de salud y las  instituciones de seguridad social. En los primeros dos años se pretende  concentrar la atención en las familias urbanas y a partir del segundo año, el  fin es extenderse a la población rural, con el reto de alcanzar la cobertura  total al finalizar el sexenio. Respecto a las actividades de coordinación y  articulación en el marco del aseguramiento, se incluyen la vinculación directa  de las aportaciones provenientes de impuestos generales que el Estado otorga  para la salud, sin importar la institución o dependencia pública, social o  privada que presta el servicio. (Se propone…) vincular los recursos con la  demanda de servicios, lo cual propiciará que los primeros sigan al paciente y  sus necesidades”32.
Para un balance
           Frente a  la extensa red pública de salud y seguridad social construida a lo largo de  décadas, llama la atención la vocación de la gestión actual para ignorarla o  sencillamente saltar por sobre ella. Dada su importancia y magnitud, de un  gobierno de la alternancia elegido para encontrar mejores vías de atención a  las  necesidades de los ciudadanos se  hubieran aguardado, más bien, propuestas que la pusieran a la altura de los  problemas de salud de las mayorías que la edificaron. 
    En cambio, este enfoque que tanto  habla de la “democratización” de la salud vuelve a imponer una agenda de  “reformas” en la que ahora, la meta  intermedia del financiamiento es atendida como si fuera un fin en  sí mismo (OPS/OMS, 2001 y 2001a). Entre tanto,  los grandes retos y pendientes que enfrenta el corazón de la red con sus  médicos, enfermeras y pacientes (Leal y Martínez, 2003) quedan sólo como una  derivación mecánica de esos pretendidos “impactos financieros”. Las posibilidades  para actualizar la red en pro de las mayorías a quienes ella se debe, van  quedando canceladas frente a la “industria de la salud” y sus élites globalizadas. 
    Como declarara la Dra. Brundtland, directora general de la Organización Mundial de  la Salud al recibir el Informe Macroeconomía y Salud: Invertir en Salud en Pro del Desarrollo Económico (OMS,  2001): "… la Comisión argumenta que la apropiada inversión para los  recursos humanos de una nación representa un poderoso motor para el crecimiento  económico. Sencillo: la buena salud es un prerrequisito esencial para un  desarrollo equitativo y una globalización limpia" (WHO, 2001a).
    Para cumplir con esta agenda impuesta, primero  se reformó y adicionó la Ley del IMSS33 y se pretende ahora adoptar el modelo de la medicina administrada o “pluralismo  estructurado” cuya viabilidad todavía no ha sido comprobada.
    Frente a esto, uno de los principales  interlocutores de la arena de la política pública, los médicos agrupados en la  Federación de Colegios de la Profesión Médica,  ha manifestado que: 
    … Con estos esquemas (la medicina prepagada) los pacientes sólo pueden  elegir a un médico de la red de la aseguradora; la compañía establece manuales  de procedimiento que deben respetar íntegramente los médicos, aunque estos  procedimientos no sean los indicados; disminuyen en 80% los ingresos de los  médicos –que tarde o temprano se refleja en la calidad de los servicios- y no  se fomenta la investigación  ni se  actualiza a los médicos. Con lo anterior se pretende medio resolver los  problemas de salud al menor costo, porque incluso las aseguradoras han  manifestado que de cada diez pesos que recibirán esperan gastar sólo dos pesos. 34 
Esta continuidad (que no alternancia)  de una política que, como hemos intentado mostrar, llevaba ya tres sexenios,  representa la profundización de una ruta que trae a la mente las siguientes  reflexiones de Habermas (2000; pág.  128):
    En cuanto a su orientación, la nueva  política social no es menos universalista que la antigua. Sin embargo, no pretende  proteger a la gente de los riesgos típicos de la vida laboral, sino, ante todo,  facilitarles la capacitación empresarial para ser ‘ganadores’, capaces de  cuidar de sí mismos. El conocido adagio que habla de ‘ayudar a la gente a  ayudarse a sí misma’, cobra así un sesgo economicista:  ahora invoca una especie de preparación idónea que capacitaría a todo el mundo  para asumir su responsabilidad personal y tomar iniciativas que permitan no  tener que ir a la zaga de nadie en el mercado y no terminar como una especie de  ‘fracasados’ que acaban pidiendo ayuda al Estado.
Diciembre del 2002
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1 En coautoría con Carolina Martínez Salgado
2 Instrumentadas durante las  gestiones de Guillermo Soberón, Jesús Kumate y Juan Ramón de la fuente en los tres sexenios que  transcurrieron de 1982 a 2000.
3 Una estructura parecida a  la que aún hoy día puede observarse, aunque con una diferencia radical: el  enorme deterioro de las instalaciones y equipos, la gran carencia de insumos y  recursos característicos de la situación actual, particularmente en la red  pública pero también en el segmento más precario -el menos estudiado y muy poco  conocido- de la red privada.
4  Como continúa ocurriendo hasta la fecha  (Martínez y Leal, 2002a)
5 El armado del Sistema  Nacional de Salud, la reforma al artículo cuarto constitucional para incorporar  "el derecho a la salud" y el cambio de nombre de la antigua Secretaría de Salubridad y Asistencia por el de  Secretaría de Salud, que vistos a la distancia parecen presagios de  lo que vendría después: una  política  pública más plena de nombres evocadores cuanto más vacía de contenidos reales  es.
6 Bajo la gestión del Dr. Kumate.
7 Vía el Sistema Nacional de Planeación  Democrática y la Ley de Planeación, cuya sanción constitucional había  acontecido durante la administración anterior.  
8 A cargo de Juan Ramón de la  Fuente, secretario de Salud del zedillismo.
9 Quizá en la modalidad de Quangos o Quasi Non Gubernamental Organizations (Hood, 1986) o si se quiere, vía esquemas non profit (sin ánimo de lucro), pese a que para ello se hubiera requerido que la cabeza  de sector no fuera tan débil frente a los intereses privados, de modo que éstos  no la avasallaran.
10 Sin aludir al muy complejo  tema de las medicinas complementarias y alternativas que se han convertido en  un territorio sumamente heterogéneo, tanto por la diversidad de prácticas que  se han ido sumado a la ancestral presencia de la llamada medicina tradicional,  a su vez de una enorme diversidad (Campos, 1992; Vargas y Santillán, 1994),  como por los distintos grados de seriedad con los que se practica cada una de  ellas e incluso por el nivel de ingresos de los grupos sociales a los que se  dirigen.
11 La peculiar lógica que  aparece en esta síntesis sobre algunos aspectos seleccionados de su inventario  está dictada, también, por la línea argumental seguida por ese documento.
12 Los servicios sociales y comunales alcanzaban 22.4%; los financieros  13.5%; transporte y comunicaciones 11.4%. 
13 Lo cual dependerá,  entre muchas otras cosas (que no dice el  Banco), de cómo evolucione el empleo formal y cuál sea la suerte de este  Instituto.
14 Nótese el tránsito de las tasas específicas de mortalidad a las  estimaciones monetarias. Las muertes de personas han encontrado su valor en  dólares (¿tendrán, muy equitativamenete, el mismo  valor todas las muertes?)
15 El Banco habla de 15 a 18 billones de dólares  anuales, de los cuales cerca de la mitad (entre 8 y 10 billones) irían a los  proveedores del sector privado. 
16 El Banco consigna que sólo 18 de los 36 medicamentos esenciales estaban  disponibles en la clínicas urbanas y rurales. En más del 50% de ellas faltaban  antibióticos, antipalúdicos y antifímicos (Ibíd, pág. 421). 
17 Aunque se señala que los principales objetivos de las transferencias  serían: a) que los estados compartieran con el gobierno federal mayores  posibilidades de recaudar ingresos; b) subsidiar la provisión de servicios de  salud en las entidades; c) fortalecer la autonomía municipal y d) proveer  recursos adicionales a los estados con altos índices de pobreza.
18 Como puede apreciarse al  revisar el esquema presentado en el documento del Banco al que hemos hecho  referencia (The World Bank,  2001. Chapter 19 "Reform  of the Mexican  Healthcare System", pág. 435), los recursos privados se jugarían por su cuenta,  aunque se mantendría la opción de comprar, con ellos, servicios públicos. 
19 Las cursivas son las del documento original.
20 En el capítulo 19, pág. 435, del documento al que aludimos en este apartado  aparece la representación esquemática del Sistema reformado en lo que se  refiere a la compra y provisión (Ibíd, pág. 435).
21 Lo   muestra sin lugar a dudas la comparación de la representación gráfica  ofrecida por el Banco Mundial ("Propuesta del Banco Mundial del sistema  reformado de compra y provisión", Ibíd, pág. 435) con los esquemas que aparecen en los dos trabajos  citados ("Opciones para la reforma del sistema de salud: ampliación del  pluralismo y de la libre elección", en Funsalud,  1994, capítulo XI, pág. 319, figura XI.2c;  "Cambios propuestos al sistema de salud en México, 1995-1996", en Frenk et al, 1999, pág. 88,  cuadro 8; y "Diseño propuesto de pluralismo estructurado", en Frenk et al, 1999, pág. 91,  cuadro 10).
22 Partido Acción Nacional/Partido Verde Ecologista de México (S/F),Vicente Fox Quesada,  Candidato Presidencial, Me comprometo  contigo. El cambio que a ti te conviene. 10 compromisos (S/L) y Alianza por el Cambio (S/F), Propuestas temáticas.Para la construcción de un país plenamente  democrático, Tema 5.02: Salud, págs. 60-61 (S/L).
23 Reforma, 4 de septiembre, 2000.
24 Reforma, 4 de septiembre, 2000.
25 La Jornada, 20 de abril, 2001.
26 La Jornada, 20 de abril, 2001.
27 “…(Los valores de la OMS  se)… conciben distantes de aquella  forma del universalismo que ha conducido a los gobiernos a proveer y financiar todo  para todos. Este universalismo ´clásico´, aunque  raramente promovido en forma extrema, labró la formación de muchos sistemas  europeos de salud. Alcanzó importante éxito. Pero el universalismo clásico  falla al reconocer tanto los límites de los recursos como los del gobierno.  (…) Este Reporte promueve un ´nuevo universalismo´ que  reconoce los límites del gobierno pero preserva su responsabilidad en la  conducción y financiamiento de los sistemas de salud. El nuevo  universalismo da la bienvenida a la diversidad, a las normas apropiadas y a la  competencia en la prestación de los servicios. (…) reconoce que si los  servicios deben ser prestados a todos, entonces no todos ellos podrán ser  prestados. De acuerdo a una determinada priorización,  los servicios más costo-efectivos deben ser provistos primero. (…) reconoce  en los prestadores privados una importante fuente de atención para muchos  países.” (WHO, 1999, pág.33) (Las cursivas son del original) .
28 “…  Con miras a lograr la equidad y la protección contra el riesgo financiero,  debería haber un alto grado de pagos anticipados; el riesgo debería repartirse  (por medio de subsidios cruzados que vayan del riesgo de salud bajo al alto);  los pobres deberían recibir subsidios (por medio de subsidios cruzados de los  de altos ingresos a los de bajos ingresos); debería evitarse la fragmentación  de los fondos comunes y los recursos financieros y debería practicarse la  compra estratégica para mejorar los resultados del sistema de salud y su  capacidad de respuesta (…) en los países de bajos ingresos, donde suele haber  altos niveles de gastos en salud sufragados por el usuario de su propio  bolsillo y donde las capacidades organizativa e institucional son demasiado  débiles para que se pueda depender principalmente de los impuestos generales  para financiar los servicios de salud (…) hay que fomentar los sistemas de  contribuciones vinculados al trabajo, y facilitar la creación de planes de pago  anticipado comunitarios o por intermedio de proveedores” (WHO, 2000, págs 107  a 113).
29 Y si  alguna duda quedara sobre la posición de Julio Frenk  respecto a la oferta plural de prestadores de servicios de salud o “pluralismo  estructurado”, está su documento de 1999 (Frenk et  al, 1999, págs. 89-96), así como sus declaraciones a  favor de la medicina administrada (La Jornada, 6 de octubre, 2001).
30 Reforma, 12 de diciembre 2001.
31 La Jornada, 6 de octubre, 2001: “La secretaría de Salud anunció la puesta en  marcha del plan piloto del seguro popular en cinco estado del país, que estará  sujeto a un proceso de evaluación en lo que resta del año, para establecerlo en  todo el territorio nacional a partir de 2002”.
32 Investigación y Desarrollo. Suplemento de La Jornada, 24 de octubre 2001.
33 Diario Oficial de la  Federación , jueves 20 de diciembre de 2001.
34 Declaraciones del Colegio Mexicano  de Médicos Cirujanos en el Distrito Federal y la República Mexicana y del  Colegio Médico Lasallista, El Financiero, 6 de septiembre de 2001.