Por Alicia Alejandra

Twitter: @Alisless

 

 

Existen sonidos tan estrépitos, días con desconocidos, conversaciones fluidas y absorbentes. En algún lugar insignificante conoces caras y te nutres de mentes que deleitas al platicar.

 

Pero, ¿de cuántas maneras podemos expresarnos, o más bien, con quiénes podemos entablar palabras coherentes y expresivas? Y precisamente ahí radica el problema porque por más que tratemos, a veces nos cerramos tanto que no podemos conectarnos, y a falta de palabras, nos llega el arduo y trabajoso aburrimiento de convivir por convivir.

 

Probablemente así son la mayoría: pueden creerse menos humanos de lo que realmente son, que tienen o tenemos menos imperfecciones, menos inquietudes, e incluso menos sentimientos de los que verdaderamente pueden percibirse. Quizá sea el miedo a lo que se ve, pero no por sí mismos, sino por los demás. Me jugaría algo valioso en que un porcentaje alto de la gente esconde más de lo que muestra, incluso a los más cercanos. Bien por miedo a la reacción, o peor aún: por sentirse juzgados ante los ojos de los demás e incluso de esa gente que tiene cabezas vacías.

 

Se respeta, pero no se recomienda quedarse sin palabras. Me refiero a la sensación de estar lleno de cosas por decir y omitirlas. De querer ayudar e intervenir en algo que te concierne, pero que explotas por no saber cómo hacerlo, que es mucho peor que por no querer hacerlo.

 

En mi caso a veces entro en desesperación y exploto de ganas, de fuerza y también de amor. Puede no ser por los demás, igual ha llegado el momento en el que mi ego empuja y quiere hacerse hueco en el lugar que no le corresponde hipotéticamente.

Siento que podría correr durante horas, convivir entre copas y más copas o proponer alguna idea desequilibrada que puede pasarme por la mente. Pero algunas veces terminaba siendo la mosca que no podía romper el cristal por muchos golpes que dé y no era por la fuerza, de hecho sentía que tenía la genialidad, pero no el método, que tenía la calidad, pero no la cualidad de reconducirla, que es en definitiva tener la potencia, pero no saber utilizarla con ciertas personas. Y eso me preocupaba tanto como tener la cartera vacía de dinero, que por más que intentaba ser igual con todas las personas, me pesaba tanto como me pesa ver personas falsas en mi camino.

 

Y luego te cae el veinte o el treinta de que cada persona en su compartimento está hecha de diferentes molde; unos inasibles, imperfectos, falsos, rotundos como si no se rozaran o como si no se reconocieran entre la gente. Otros tan gentiles, prodigiosos y amables. Cada quien con una historia inconexa o increíble que de alguna manera resulta desafortunada o valiosa para alguien.

 

Érase una vez que las cosas ya no eran como fueron. Que el mundo se me escapaba de los dos lados, me estremecía, me intrigaba, y era cuando me quedaba en medio del cristal del espejo, ese que lo separa todo, que nos separa a todos.

 

Luego entendí que el futuro es ya, ahora. No vale la pena pensar cómo podía ser o cómo comportarme y que lo importante de construir cada día es lo que va haciendo cimientos sólidos en nosotros.

 

Érase una vez algo que ya no será…

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