Por Mayra Carrera
Twitter: @Advanita

 

El joven aquel caminaba arrastrando los pies, cada paso que daba era una herida; había caminado desde la calle Koninginnestraat e iba contando las cuadras que había recorrido, eran 18 en total. Se detuvo frente a un parque porque vio un muro que le pareció interesante por estar viejo, maltratado y lleno de moho, se recargó en él, cerró los ojos y recordó lo que recién había pasado:

Tú vives aquí y eres como un objeto más de la casa, uno que por cierto, estorba, tú llegaste aquí a echarme a perder la vida perfecta que yo llevaba; ya que tu sola presencia hace que mi pareja se enfade conmigo por haberte traído; dirás que soy mala madre, pero yo digo que tú eres un mal hijo porque no te pones a pensar en que necesito de ese hombre para poder vivir. Sin él yo me muero. Me puso una casa y me da dinero, ¿tú que me das? Solo problemas, entiendo, tienes 18 pero aparte de ir al colegio podrías trabajar; ya sé que dirás que no tienes el permiso para eso pero por lo menos podrías intentar traer dinero a la casa; debí dejarte con tu padre, él si que sabía como reprenderte y no estarías en este estado tan deplorable pareciendo muerto viviente.

El joven recordaba una a una las palabras de su madre y, lejos de sentir rabia, sentía tristeza por ella; se quedó por unos minutos más recargado en el muro y decidió seguir su camino. Sus deportivos estaban rotos y sus calcetines también, iba dejando una pequeña marca de sangre que se desvaneció cuando comenzó a llover. Sus cabellos rojos se despintaban y de pronto toda su ropa se había teñido de rojo,se detuvo, arrancó tres tulipanes y se sentó en una banca afuera de la embajada de Chile. Chile, mi patria, se dijo, de donde no debí salir y ahora me encuentro en forma de piltrafa humana en este país tan frío donde lo único bonito que hay son los tulipanes.

De entre sus ropas mojadas sacó un discman y puso esa canción que todos los días escuchaba a modo de que se repitiera una y otra y otra vez. Cerró los ojos y  recordó a la mujer de la que se había enamorado y lo había abandonado porque se conocieron a destiempo;  apretó los tulipanes y los puso contra su corazón como tantas veces lo había hecho para decirle a esa mujer que el corazón ya no era suyo, sino de ella; y que ese día que la despidió en el aeropuerto se lo había llevado. También recordó las últimas palabras que le dijo a su madre:

“Nunca debiste ser madre, nunca supiste ser una, solo supiste acostarte con uno y con otro aquí y allá y todo mundo en esta ciudad sabe y me echas la culpa a mí de que tu hombre no te quiere por no aceptar que eres una puta y que él bien que lo sabe y por eso te odia. Sé que parezco un muerto viviente pero te tengo noticias: no lo pareceré más”.

Y ahí en la banca escribió una nota, suavemente se recargó en ella, estiró las piernas y entre su chamarra mojada sacó un revólver y sin pensarlo se dio un tiro en la cabeza.

Quienes lo encontraron dicen que nunca soltó los tulipanes, nunca dejó de tocarse la canción de “Street Spirit” de Radiohead y que se podía percibir en sus labios una tenue sonrisa.

La nota decía: “Madre, ya no soy un muerto viviente, ahora soy un muerto bien muerto”.

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