Por Karen Cervantes

Twitter: @karencitoww 

 

 “Podrán cortar todas las flores,
pero jamás detener la primavera”.
Pablo Neruda.

 

Si te platicara mis últimos días, no lo creerías, por eso los escribo.

 

Tres noches consecutivas de sueños bizarros y en la cuarta desperté llorando: había soñado que una de mis personas favoritas en el mundo había muerto. Algo andaba mal en mi cabeza.

 

Mis días difíciles comenzaron en jueves. Primero tiré mi celular al W.C. de la forma más absurda que puedes imaginar. Pero a la suerte eso no le fue suficiente, no; en mi reacción superveloz por sacarlo de ahí me pegué con un muro en la cabeza.

 

Gracias a eso aprendí dos cosas:

 

1. Cuando en las caricaturas los personajes eran golpeados, aparecían estrellitas; no nos mentían, es completamente cierto.

 

2. Si alguna vez me pregunté cómo se sentía el golpe de un boxeador, ahora lo sé.

 

En fin, el dichoso golpe casi me deja tirada en el baño igual que mi celular. Me sentí agradecida de que nadie hubiera presenciado el oso de mi día.


Ya tengo suficiente con ser de las nuevas en el trabajo y volver a sentir la angustia social de conocer nuevas personas como para encima ser recordada como “la chava a quien no solo se le descompuso su celular de la forma más estúpida posible, sino que casi muere en el intento de rescatarlo”.


Durante los dos días siguientes la gente me vio 50% con ternura y 50% con esa mirada de cuando estás aguantándote la risa, pues traía el celular en una bolsita con arroz, ya ves que para remedios caseros los mexicanos nos mandamos solos.

 

Me tropecé un par de veces, perdí mis audífonos, olvidé mis llaves, se me caían las cosas más veces de lo normal, una hoja de papel me atacó provocándome algunas cortaditas en las manos, volví a morderme las uñas y cuando mi racha de noches de insomnio había terminado, volví a tener problemas para conciliar el sueño.

 

El acabose fue cuando extravié mi cartera. Sí, mi cabeza había estado en otro mundo por las noches difíciles, el cansancio y los muchos pensamientos inconclusos que tenía en la mente.

 

Estaba perdiendo la cordura y estaba perdiendo el equilibrio una vez más. Y lo peor de estos días no es lo que vives sino cómo reaccionas.

 

En mis adentros no paraba de gritar: “¡Claro, me dijiste tantas veces que la vida sola se equilibra, que me lo creí y ahora lo llevo por siempre en mi piel!”.

 

Fumé un cigarro porque muy a mi manera, siempre me ayuda a esclarecer los pensamientos; llegué a la conclusión de que la vida también se desequilibra porque si no sucediera así: qué horror. Y dentro de la locura a la que te llevan los malos momentos, justo en el instante de la caída todo vuelve a tomar su camino.

 

Porque fue una noche oscura y lluviosa, pero decidí despertar un poco antes para poder ver el amanecer.

 

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