Por Karen Cervantes

Twitter: @karencitoww  

“Aplazo escribir porque le temo.

Cuando escribo estoy poseída, es una adicción

que me enferma y me cansa.

Les temo a las palabras pues requieren

mucha precisión y con ellas toco cicatrices

que estarán conmigo para siempre”. 

Herta Müller

 

Mientras miraba su espalda en el espejo, descubrió una pequeña cicatriz en la parte posterior de su hombro izquierdo, la recorrió suavemente con la yema de sus dedos, cerró los ojos y suspiró.

 

Mientras tocaba la cicatriz, su mente vagó; cuando volvió a abrir sus ojos, viajó en tiempo y espacio: ahora se encontraba en una habitación sombría con un aroma barato y en completo desorden; en su rostro podía admirase la lucha entre pensamiento y corazón, esa que solo los que han perdido la batalla ante el llanto conocen.

 

Prendió el último cigarro de la cajetilla, destapó una botella de cerveza, la bebió casi de fondo, acercó la silla y escribió las que, tal vez, han sido las palabras más difíciles que la tinta pueda desvanecer sobre un trozo de papel: “Adiós para siempre”.

 

La herida había sido tan fuerte que había traspasado el corazón y ahora llevaría una marca tangible, palpable en su cuerpo.

 

Cayó en cuenta de que durante años había buscado incesantemente la manera de vivir nuevamente momentos que su memoria casi había olvidado por completo y, al descubrir la cicatriz, encontró un transportador igual de efectivo que sus sentidos.

 

En muchas ocasiones quemó los recuerdos que le hacían hervir la sangre con la ligera ilusión de que surgieran nuevamente de las cenizas. Ya no había escapatoria: la marca en su piel sería una compañera incansable durante todos y cada uno de sus días.

 

Desde aquel martes nublado muestra con orgullo la cicatriz que le enseñó a decir que sí, sí a la vida y a lo que tiene destinado a vivir. Porque ahora, cada que cuenta la historia de su vida, muestra esa herida de guerra que lleva como un trofeo que día a día lleva como prueba de que valen más los segundos que sintió cuando se erizaba su piel, que los días grises.

 

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