Por Bibiana Faulkner
Una noche    
   hablé con Dios
   de ti.
   Le pedí 
   no verte,
   no amarte,
   romper tu nombre
   para no 
   gritarlo más.
   Le rogué
   consuelo,
   olvido,
   abandono.
   Le clamé
   tu exilio
   de mis ojos,
   de mi carne,
   de mi voz.
   A cambio
   obtuve
   una flor
   roja
   como el vino
   y gastada
   como la sangre.
   Tengo entonces
   canciones
   y muchas 
   notas,
   y demasiados
   silencios,
   y tienes 
   también
   tanto de mí
   como yo de ti.
 
			 
		
