Gustavo Leal F.
  División de Ciencias Biológicas y de la Salud
 Departamento de Atención a la Salud
 Area de Investigación en Salud y Sociedad
  
1.-¿Qué es y qué contiene hoy  la infraestructura sanitaria del país? 
 Es  una malla flexible muy amplia, de alcance nacional, plural, y diversa. Es  también heterogénea, no sólo por la composición de sus tres niveles de atención  y los recursos con que cuenta cada uno de ellos sino por que, en realidad,  descansa sobre tres soportes regionales diferentes: el del Norte, el del Centro  y el del Sur del país. Cada uno representa un círculo concéntrico propio,  dotado de lógicas de operación   particulares. 
 Es  una red que, simplemente por su tamaño, enfrenta diferentes problemas. Pero  para cumplir con el principio de la cohesión  social que, con mucho, constituye la columna vertebral de su misión, su elasticidad requiere  iniciativas novedosas e imaginativas de refinanciamiento. Esta es, quizá, su  mayor urgencia. 
 Y es que desde 1982, con la  caída del salario real, del empleo y consecuente  crecimiento de la informalidad así como por  el desgaste natural del primer diseño elaborado en 1943, la malla ha podido  apenas ser aceitada. No contamos con suficiente información como para calcular  con precisión cuánto de lo que desborda a la red, está siendo atendido por  médicos privados establecidos en las periferias de las ciudades medias, por no  hablar de las grandes. Estos médicos que pueden cobrar entre 5 y 100 pesos  máximo por consulta, aligeran las presiones que penden sobre la red pública. La  contribución de la medicina privada, con consultas de 400 a mil 200 pesos, es  mucho menos significativa. 
 Lo  más inquietante del estado de la red es que, desde hace años, nada en el mar de  los Sargazos de la pobreza. Sus usuarios difícilmente superan los 2 o 3  salarios mínimos. Aquí se aprecia con claridad la variación regional Norte-Centro-Sur. 
 No  es difícil identificar a esta mayoría nacional como la destinataria directa de las nuevas políticas de refinanciamiento que reclama la red; son los que más  las necesitan, como tampoco es difícil ubicar la necesidad de auténticos liderazgos clínicos para otorgar rostro humano,  precisión y, en esa medida, instrumentación viable a esas nuevas políticas.
2.-¿Qué fueron las reformas  de la salud del priísmo zedillista? 
   Si algo llama la atención de esas  “políticas” de salud, fue la relativamente débil presenciade su primer actor: el médico, la enfermera y las profesiones  afines. La reforma de la salud y de la seguridad social del priísmo zedillista,  se compuso de los siguientes dos cuerpos. 
  El primero se refiere a la modificación de  la Ley del IMSS de 1995, que armó el nuevo sistema de pensiones y operó otros  importantes cambios. Pero hasta ahora, no se ha explicado al gran público y la  ciudadanía, el sentido, orientación y contenidos de una “reforma” de la salud. 
    El  zedillismo nunca pudo concretar esa “gran” reforma de la salud. Yo diría que  quedó pendiente. Durante los debates surgidos a raíz de reforma de la Ley del  IMSS de 1995, el tecnócrata Gabriel Martínez -funcionario de Genaro Borrego y  (hasta hace muy poco) de Santiago Levy-, aludió varias veces a ella e incluso,  en el extranjero, se animó a presentarla como la parte “más difícil”. 
    Sin  embargo, México ha recibido el mayor préstamo que jamás haya otorgado el Banco  Mundial para, se dijo, apoyar la “reforma” del sistema de salud: 750 millones  de dólares. 
    Desde  mi punto de vista, con el “blindaje” económico -y los términos que  supuestamente habría aceptado el Ejecutivo Federal de Ernesto Zedillo vía la  SHCP para acceder a los créditos-, voces como la del, entonces, Diputado  Federal perredista Gonzalo Rojas, vieron cercana la previsible reforma del  sistema de pensiones del ISSSTE. 
    El segundo cuerpo de las reformas  zedillsitas es el de la descentralización de los servicios de salud a la  población que carece de seguridad social, así como la extensión de la cobertura  a través del Paquete Básico de Servicios Esenciales (PBSS). Esta tarea la  realizó Juan Ramón de la Fuente desde la SSA siguiendo la agenda que le impuso  Luis Téllez, quién durante los primeros años del sexenio de Zedillo fungió como  Coordinador de Asesores de la Presidencia de la República. Su operador en el  “equipo” de Juan Ramón de la Fuente fue Javier Bonilla Castañeda. 
    En  mi opinión, los dos cuerpos de las reformas sanitarias del priísmo zedillista,  resultan incomprensible sin el impacto del famoso error de diciembre sobre el sector de la salud y de la seguridad  social, que terminó inclinando la agenda del sexenio del ultralibral Zedillo  hacia la federalización de los servicios, así como a las inquietudes de algunos  grupos empresariales, preocupados con los montos de las contribuciones  patronales a la seguridad social. 
    Esas  inquietudes fueron articuladas como “propuestas de reforma” por Guillermo  Soberón, Secretario de Salud con Miguel de la Madrid, a tráves de su “filantrópica”  Fundación Mexicana para la Salud (FUNSALUD). En la presidencia ejecutiva de  esta fundación ya aparecía, desde 1994, el nombre de Julio Frenk, quién en el  año 2000 habría de ser designado por Vicente Fox secretario de Salud del primer  gobierno del “cambio” y la “alternancia”.
    Los  dos cuerpos de las reformas del priísmo zedillista fueron animados por Funsalud  con Soberón y Frenk a la cabeza y ambos se expresaron, también, en el Plan  Nacional de Desarrollo 1995-2000, en el Programa de Reforma del Sector Salud de  Juan Ramón de la Fuente y en la propia Nueva Ley del IMSS.
3.-¿En qué  consiste la posibilidad de ajustar más que la obligación de “reformar”? 
  Las políticas de salud y seguridad  social deben ser tratadas de manera integrada. Dejaré para otra oportunidad el  análisis sobre un primer saldo de la reforma del priísmo zedillista al sistema  de pensiones sobre la que hay, ciertamente, mucho que decir. 
  Nuestros procesos de “reforma” han sido  siempre animados por un grupo de “modernizadores”. Descontando las  repercusiones sobre la Nueva España de las reformas borbónicas, tal y como las  interpreta el historiador Enrique Florescano, y de la ola liberal del juarismo,  la última estación modernizadora, que diría Daniel Cosío Villegas (en su  célebre libro Historia Moderna de México),  dibuja un siglo XX a caballo entre “científicos” y “tecnócratas”. 
    Se  trata, siguiendo al afamado historiador francés Ferdinand Braudel, de un empeño  de “larga duración”, que invariablemente ha chocado, por unos u otros motivos,  con la “resistencia” del país real, por así llamarle. Sorprende la persistencia  de este anhelo de los “reformadores” y sus sueños de “modernización”. 
    Y  como subraya la politóloga del Colegio de México Soledad Loaeza: el asunto de  la persistencia de estas visiones de “reforma” tiene mucho que que ver con la inevitable presencia de les elites, que  pueden ser más o menos democráticas, más o menos sensibles, más o menos capaces  de integrar “más sociedad” a la “reforma” o sencillamente, más cosmopolitas y  menos colonizadas. Hasta que, como reza el refrán jesuita, “el Pueblo se los  permita”. Cabe resaltar también que el multicitado italiano Vilfrido Pareto fue  también un profundo estudioso de este enigma de las élites. 
  Pero también es muy claro que todos los  recientes “reformadores” mexicanos han fallado. El último intento, el de Carlos  Salinas de Gortari es, con mucho, el más gordo de los eslabones de un auténtico  rosario de fracasos. 
    Como  ha mostrado recientemente el Diálogo por  una Política de Estado para el Campo, el proceso de “apertura” del agro,  con los tecnócratas zedillistas Luis Téllez y Luis de la Calle a la cabeza,  emblematiza la creencia ciega de que es “la realidad” la que debe ajustarse a  los “modelos”; la total garantía de una lectura e interpretación del México  actual equívoca, sesgada e incompetente. En una palabra: no profesional!
    De  cara a estos obsesivos afanes “reformadores”, la posibilidad, mucho más  humilde, pero sin duda, más eficaz de sencillamente ajustar, no cruzó nunca  jamás por las afiebradas y temerarias mentes de los “técnicos” de Salinas,  Zedillo y, ahora, de Vicente Fox Quesada, que repiten la misma musicalidad.
    Eso  se advierte con transparencia en las decisiones que se tomaron y se pretenden  seguir tomando (véase al zedillista Santiago Levy) sobre el destino de la red  de salud y seguridad social. 
    En  efecto, esta red que se armó en México durante la segunda posguerra, creció y  maduró, diría yo que con bastante inteligencia, más allá del “sistema métrico  sexenal”. Para los años ochenta, eran precisos ciertos ajustes, pero nunca una  “reforma” como la que, ya expresidente, Salinas, reconoció haber dejado  “pendiente” y que Zedillo preservó vía el actual Rector de la UNAM, Juan Ramón  de la Fuente y que palpitan en la mente de otro zedillista del primer círculo:  Santiago Levy. 
    El  Talón de Aquiles de esa “primera generación de reformas”, de acuerdo al  Consenso de Washington fue, sin duda, la combinación entre el inadecuado empleo del calendario de apertura; su gradualidad en el tiempo y la ausencia de políticas claves que protegieran lo que la apertura  dejaba al descubierto. 
    Un  caso emblemático es el de la política industrial. ¿Quién garantizaría que los  decisores de entonces no podían haberse equivocado tambien en un área tan sensible como la de la salud? ¿Cómo  protegernos, de Aetna, Cigna o Exxel?
    En el caso de la salud y la seguridad  social fue claro que, desde 1982, la visión de los “técnicos” del soberonismo  priísta ahora transmutado, a través de Julio Frenk, en soberonismo foxista,  carecía de una propuesta alternativa de políticas para ajustar las prioridades clínicas del sector. 
    Esta carencia garrafal se  expresó en la obligación de reformar a partir de preceptos gerenciales  abstractos, que jamás pisaron tierra firme en la arena de la política pública y  que se entregaron acríticamente al discurso del Banco Mundial -repetido en mal  castellano por la Fundación Mexicana para la Salud de Guillermo Soberón  Acevedo, como panacea.
  La  tragedia de este “reformadores” tecnócratas es patente: debiendo haber  edificado una alternativa de ajuste sectorial a la altura del México que  abandonaba la economía cerrada y se integraba -bastante erráticamente al  proceso de la “globalización”-, voltearon la cara al reto y entregaron las  respuestas clínicas específicas a las gerencias de calidad en abstracto y a la  esperanza de que los cambios “financieros” del sector resolvieran por sí mismos una agenda sanitaria que  debería haber surgido de ellos como nueva generación que tomaba la estafeta que  le habían heredado.
  A mi  modo de ver, a este tipo de tecnócratas (Julio Frenk, Santiago Levy y Benjamín  González Roaro), ya no les alcanzará la vida para intentar, siquiera, ponerse a  la altura de aquellos que construyeron la red y los precedieron en los cargos  de responsabilidad política que ahora ellos usufructúan.
  Luego llegó el discurso del “desempeño”  (performance) de los sistemas de  salud, introducido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la que  colaboró Julio Frenk al lado de la Dra. Gro Harlem Brundtland; un discurso que  fuerza todo el “desempeño” de la salud sobre sus bases puramente “financieras”  y que culmina en el “prepago”, como el del malhadado Seguro Popular de la SSA  contra el Seguro para la Familia del IMSS.
    Así, la ola de los “reformadores”  foxistas de la salud (Frenk, Levy y González Roaro), terminan diluyendo el  concepto de “reforma” (del soberonismo priísta) en un caldo insaboro denominado  “democratización” de la salud.
    Los resultados están a la vista. La  pomposa “Cruzada” foxista por la “Calidad de los Servicios de Salud” se resume  en una retahíla de metas meramente administrativas. Después de más de dos años  de gobierno del “cambio”, el soberonismo foxista es, tan solo, un sonoro  fracaso.
  Lo han  reconocido, primero el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quién recién  comunicó que “el fracaso de las reformas de mercado para llevar mayor bienestar  social a los latinoamericanos, debe atribuirse a fenómenos de corrupción” y  luego, hasta la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), para la cual “este  gobierno carece de un proyecto claro de nación que respeten todos”.
  Sencillo:  siguiendo al tardo priísmo de De la Madrid, Salinas y Zedillo que despreciaron  la humilde posibilidad de “ajustar” para refomar, el foxismo “panista” y sus  líneas priístas de contuinidad son hoy, hoy, una fracasada “reforma” que sólo  se propone “democratizar” la salud. ¿Qué seguirá?
  Es un hecho que un auténtico proceso de  reforma; una reforma propiamente dicha y muy en serio, les quedó muy grande a  los tecnócratas del tardopriísmo y ahora, también a los tecnócratas del foxismo  “social”. 
4.- Las verdaderas reformas  son asuntos muy serios que ejecutan gobiernos del todo responsables 
  En términos estrictos, una reforma  propiamente dicha, supone un arreglo social emergente, previsiblemente mejor, necesario pero no inevitable. Depende absolutamente de la disposición social, de  su consenso y, sobre todo, del enriquecimiento que con ella gana la sociedad en  virtud de procedimientos democráticos deliberativos.
  Una  verdadera reforma no es un golpe de timón que, secuestrando el interés público  vía votaciones de un partido mayoritario apoyado en visiones únicas sobre el futuro de las políticas públicas, pretende decidir  tecnocráticamente por todo el colectivo social. 
    Lamentablemente,  eso fue lo que aconteció con las modificaciones priístas de Zedillo a la Ley  del IMSS de 1995, las del panista Fox del 2001, maniobradas por el tecnócrata  Santiago Levy y con la escandalosa “legalización” del Seguro Popular del primer  “macroeconomista de la salud”, Julio Frenk.
    Una  “reforma” tampoco es una reorganizacion administrativa que no democratiza la  toma de decisiones local en términos  participativos, como bien ha documentado el investigador David Arellano del  CIDE. Eso es lo que se juega en los procesos de federalización. El más reciente  desacuerdo parlamentario al votar las últimas modificaciones al Artículo 115 lo  demuestra. 
    Y,  sin embargo, toda, absolutamente toda, la “reforma” que “descentralizó a la SSA  desde Guillermo Soberón hasta Julio Frenk, es, esencialmente, un diseño  administrativo que nunca debió presentarse siquiera como una “política” y que  se ejecutó desde arriba hacia abajo fundado en meros “diagnósticos” igualmente  tecnocráticos. 
    Una  verdadera reforma requiere, antes que todo, un amplio respaldo y soporte  social; un consenso persuasivo potente que sólo puede alcanzarse cuando ella  beneficia a más de los que afecta. 
    El  gran teórico estadounidense Mancur Olson, recientemente fallecido, dedicó una  vida entera a intentar establecer la dinámica de este lobby, en su célebre trabajo La  lógica de la acción colectiva. 
    He ahí la mega-tragedia de  todas nuestras “modernizaciones” y la micro-comedia de sus animadores. Como  reconoció la OCDE: muy poco han ganado, hasta ahora, los usuarios mexicanos con  estas reformas del tardopriísmo y ahora del gobierno del “cambio” que encabeza  Vicente Fox Quesada.
5.- “Reformas”  que fallan 
    Las  “reformas” de los tecnócratas mexicanos fallan y seguirán fallando por un  sencillo motivo.
    La  clave de la micro-comedia de estos decisores reposa en sus diseños: ellos son los que han chocado con el país real. ¿Porqué?  Propongo el siguiente ejercicio: si se revisan a lupa cualquiera de las piezas  documentales de las “reformas” tecnócratas en materia de salud y seguridad  social, se encontrará que mientras más sistémica es la visión más lejos está el actor  principal de la arena política, en nuestro caso los médicos, enfermeras,  profesiones afines y, por supuesto, el ciudadano. 
  Éste,  aparece reconstruído en calidad de ente virtual: superinformado, habitando  entre computadoras, dueño de una racionalidad invencible. Ese ciudadano del diseño no existe. 
    Como  oportuna y precisamente ha advertido el reconocido experto en políticas  públicas Giandomenico Majone:
   
  “Las políticas públicas están hechas de palabras. Sus  distintos elementos resultan comprensibles sólo a partir de la existencia de  juegos del lenguaje, compartidos por quienes tienen una relación con aquéllas.  Por consiguiente, debatirlas para examinar críticamente las posturas y  opiniones deben ser una actividad lo más clara posible para quienes intervienen  en la discusión.
    Sin embargo, los debates intragubernamentales entre  analistas y elaboradores de políticas, y las justificaciones que los  gobernantes presentan a los ciudadanos (cuando lo hacen), siguen exactamente el  camino contrario. El uso de términos tecnocientíficos, complejos e  incomprensibles para muchos, es lo que a fin de cuentas predomina en las  discusiones cotidianas”1.
    E  interrogado sobre el caso mexicano, Majone agregó:
“El prototipo de analista de políticas que ha  prevalecido en la tradición angloamericana se ha transmitido a la incipiente  disciplina mexicana: un experto que soluciona problemas, cuya formación  académica contiene conocimientos amplios acerca de métodos estadísticos,  paquetes computacionales, finanzas, economía, entre otras cosas.
      Sin equivocar demasiado las cosas, podría decirse que  en esta posición hay mucho de presunción profesional y no tanto de sentido  común. Fundada en la especialización de numerosas tareas gubernamentales,  aparece una visión que, en cierto modo, representa un nuevo despotismo  ilustrado”.
    En  cambio, frente al ciudadano virtual “diseñado” por los tecnócratas, lo que  recibe por minuto nuestra red de salud –pública y privada-, son un sinfin de  pacientes muy pobres, pobres y de clase media baja; es decir la mayoría de la población, en busca de  cura digna para sus episodios de enfermedad. 
    De  ahí que afirme que nuestra extensa, completa, y en más de un sentido, envidiable,  red sanitaria, requiere ajustes básicamente políticos.  Ahí es donde los diseños han fallado estruendosamente. Requiere, por ejemplo,  ajustar el sentido preciso de la misión del Sistema Nacional de Salud que no  puede ni debe escapar a la responsabilidad de atender al paciente ahí donde él  lo requiera. 
  No es casual que los documentos  vaticanos de relativa nueva data, como la Pastoral  de la Salud, muerdan el hueso del problema cuando difunden un mensaje  ecuménico que denuncia la frialdad y deshumanización que publicitan esas  reformas sistémicas, a la Levy o a la Frenk, propias a un hombre virtual.
6.-  “Reformas” sin consenso; “reformas” en riesgo
    En  un trabajo reciente, Jurgen Habermas a planteado inmejorablemente el límite  social de las “reformas” sistémicas al estilo Zedillo-Téllez-Borrego o  Fox-Frenk-Levy-González Roaro:
“Pero en las condiciones de pluralismo social y  cultural, tras los objetivos políticamente relevantes se encuentran a menudo  intereses y orientaciones valorativas que en ningún modo son elementos  constitutivos de la identidad de la comunidad en su conjunto, esto es, del  conjunto de una forma de vida compartida intersubjetivamente. Estos intereses y  orientaciones valorativas, que en el interior de la misma comunidad entran en  conflicto con otros sin ninguna perspectiva de conseguir un consenso, tienen  necesidad de un acuerdo o compromiso, que no ha de alcanzarse mediante  discursos éticos, aún cuando los resultados de ese acuerdo o compromiso no  obtenido discursivamente estén sujetos a la reserva de no vulnerar los valores  fundamentales de una cultura que concitan consenso”.2
Pero,  además, el principal riesgo que enfrentan en el mediano plazo todas las  “reformas” tecnócratas en materia de salud y seguridad social ya está a la  vista. Como muy bien muestra el escabroso futuro del Seguro Popular de Julio  Frenk, las reformas sistémicas pueden ahogarse en el océano de pobreza que las  circunda. Pero, en su caída, pueden también potenciar una calamitosa  polarización desestructurada: acceso para pocos y acceso restringido para  muchos. Con lo cual los reformadores irían justo en contra del principio de  ciudadania que anima sus propósitos. 
    Y  es que la gran mayoría con restricciones de acceso perdería parte del horizonte  de titularidades a que se refiere R.Dahrendorf. Portarían una ciudadanía de  derecho, pero no de hecho.            
7.- Una política  viable debe ser políticamente aceptable
 No hay vuelta de tuerca: es imposible  regresar al antiguo welfare. Con los  procesos de integración en marcha, el márgen de maniobra nacional de las  políticas públicas se ha reducido. Mientras que la coordinación macroeconómica  es una cuestión táctica, las políticas sociales se han convertido en  una dimensión estratégica. 
    Tendremos  que seguir aguardando nuevos gobiernos responsables que se propongan verdaderas  reformas. Porque de Soberón a Frenk y de Borrego a Levy, sólo hemos recibido  marketing electoral y desprecio al ciudadano moderno.  
    Y  es que el punto de partida de todo gobierno responsable consiste en aceptar que  su tarea maestra es atender con dignidad y calidad los episodios de enfermedad evitando culpar al paciente
   Los gobiernos podrían pues asumir que la red  es para los más necesitados, dotándo  simultáneamente la mejor regulación sobre el subsistema privado para aquellos  que decidan pagar. 
  Proyectos de reforma de mercado que se  cursaron durante los ochenta y buena parte de los noventa, ya están siendo  corregidos con esta orientación. Siempre será prudente recordar, con el General  De Gaulle, que una política viable debe ser políticamente aceptable. Ese es el  trabajo de un gobierno de calidad.
1 “Democracia y tecnología”, Política digital, número diez,  junio-julio, 2003, pp. 58-59 
2 Jurgen Habermas, “¿Qué  significa la política deliberativa? Tres modelos normativos de democracia”, en La Inclusión del otro. Estudios de teoría  política, Piados, 1999, Barcelona